+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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9 de marzo de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a Cuaresma es un tiempo privilegiado de gracia, de salvación, de conversión. “Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el tiempo de la conversión”. Litúrgicamente hablando, la Cuaresma es un tiempo, un camino especial de preparación para la Pascua. La Pascua es Cristo resucitado, el triunfo del amor sobre la muerte. El tiempo cuaresmal es un itinerario que nos prepara a la celebración de la Pascua de Cristo, misterio de nuestra salvación. 

Los Prefacios de la Misa de los domingos de Cuaresma nos indican cómo vivirla: “Dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno” (Prefacio I); “Con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de suficiencia y a repartir nuestros bienes con los necesitados…” (Prefacio III); “… con el ayuno corporal, refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa” (Prefacio IV); “Con el corazón contrito y humillado” (Prefacio V).

Este camino cuaresmal nos tiene que conducir hasta Cristo, a identificarnos plenamente con Él, haciendo nuestras las palabras del apóstol San Pablo en la carta a los Filipenses: “Todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo… y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección…” (Flp. 3,8-12,16).

La Cuaresma es creatividad, es esfuerzo por renovar y renovarnos, por construir y conquistar; es crecer en santidad un poco más; es rejuvenecerse espiritualmente; es avanzar en actitudes evangélicas; es abrirse a la gracia para identificarse cada día más con Cristo. La Cuaresma debe hacer crecer en nosotros el celo apostólico, el ardor misionero, el deseo de perfección y gracia divina, la preocupación por la Iglesia y su misión, y por la salvación de las personas. 

La Cuaresma es también camino de misericordia. Cristo es la imagen perfecta del Padre, Dios misericordioso. En nuestro acercamiento a Jesús, descubrimos el corazón misericordioso de Dios. La conversión exige un cambio en el corazón. Un corazón de carne que sustituya al corazón de piedra, insensible, que tantas veces descubrimos en nosotros. Necesitamos un corazón forjado de ternura y benevolencia, un corazón grande y sensible, un corazón semejante al de Dios. La misericordia es lo que define a Dios. Cuando Moisés quiere conocer la gloria de Dios, su intimidad, su realidad más profunda y le pregunta por su nombre para comunicárselo al pueblo, se produce una respuesta que es revelación del mismo Dios: “Yahveh, Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en bondad y fidelidad” (Ex. 34,5-7).

La misericordia de Dios se manifestó definitivamente en Jesucristo a quien se le conmovían fácilmente las entrañas ante el enfermo, ante el hambriento, ante el pecador, ante toda persona marcada por el sufrimiento. La Cuaresma es camino de misericordia, es ir acercándonos al corazón misericordioso de Dios, e ir prolongando en nosotros su infinita misericordia reflejada en Cristo.