Juan José Fernández Cantos

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6 de julio de 2025

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En tiempos de indiferencia, volver la mirada a los orígenes del pensamiento cristiano puede ofrecer claves valiosas para recuperar el sentido de comunidad. Uno de los pensadores más influyentes de los primeros siglos, Clemente de Alejandría, abordó en sus Stromata la vida cristiana como un camino vital, donde la comprensión, las actitudes y la comunidad están profundamente entrelazados. En ese contexto, la comunión no es una palabra vacía de contenido, sino el resultado de una vida coherente y comprometida con los demás.

Clemente entendía que el cristiano no se reconoce por lo que es, sino por cómo vive. Y vivir bien, desde su perspectiva, significa vivir en relación. Para él, no tenía sentido un creyente aislado, desconectado del entorno, centrado en sí mismo o en su interpretación personal de la fe. La verdadera madurez cristiana se expresa en la relación con los demás, en una Iglesia entendida como un cuerpo vivo, donde cada parte depende de las otras. La comunión, en este marco, no es algo opcional: es el núcleo mismo de la vida eclesial.

La comunión, por tanto, es mucho más que recibir un sacramento o asistir a una misa. Es pertenencia activa, es responsabilidad mutua, es construir juntos algo más grande que uno mismo. Clemente lo resume con una frase potente: el amor es “el vínculo de la perfección”. En otras palabras, sin relaciones sanas, sin perdón y sin compromiso comunitario, la fe pierde fuerza y sentido. El creyente necesita de los demás para crecer, para corregirse, para animarse y, sobre todo, para construir una Iglesia que sea verdadera casa común.

Hoy, algunas comunidades cristianas viven tensiones internas, fragmentaciones y debates estériles que desgastan el tejido eclesial. En ese panorama, la propuesta de Clemente suena casi revolucionaria: recuperar una visión de Iglesia donde el compromiso con el otro sea central. Donde la comunión no se reduzca a una práctica religiosa, sino que se traduzca en actitudes concretas: diálogo, solidaridad, escucha, cooperación.

El pensamiento de Clemente de Alejandría no es solo un eco del pasado. Es una invitación urgente a redescubrir la comunión como experiencia real y cotidiana. Si no hay vínculo entre las personas, difícilmente podrá hablarse de una Iglesia viva. Volver a esa idea de comunidad, no como ideal abstracto sino como tarea diaria, podría ser uno de los mayores retos —y esperanzas— del cristianismo actual. Quizá ahí se juegue, en gran parte, la credibilidad de la Iglesia hoy.