Fco. Javier Avilés Jiménez
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2 de noviembre de 2013
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]S[/fusion_dropcap]erá también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium 10) [Benedicto XVI, Porta Fidei 9]
Decía San Juan de la Cruz de la Eucaristía que es «la cena que recrea y enamora». Y en la celebración de la Eucaristía la fe es recreada por la fuerza del Espíritu que actúa en esa misteriosa gracia de la reunión, la asamblea, la suma de corazones y voluntades que nos hace más y mejores de lo que éramos de uno en uno. En la Eucaristía la fe no se profesa sólo al rezar el Credo. Se manifiesta en la confluencia de ánimos que nos hace coincidir en el tiempo y el espacio por encima de nuestras particulares procedencias. En el reconocimiento de las Escrituras como Palabra de Dios: Te alabamos, Señor. Y en el Amén con que respondemos en la comunión a la presentación del Cuerpo de Cristo.
Sí, la fe se profesa a lo largo de toda la liturgia eucarística hasta la exclamación Demos gracias a Dios con la que nos vamos dispuestos a llevar lo creído a la realidad de la que veníamos y que, tras vivir la celebración eucarística, es realidad que transformar para cumplir la divina aspiración del Reino de justicia y amor. Por encima del peculiar estilo que cada comunidad tiene a la hora de celebrar la misma liturgia, la fe común que la atraviesa y la sostiene, nos vuelve a enamorar del Amor primero que motiva toda esta historia: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo. De ese amor, que es esencia y motor de la fe, la liturgia deberá ser fiel y renovado trasunto.