Manuel de Diego Martín
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11 de noviembre de 2006
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Decía el Concilio Vaticano hace más de cuarenta años hablando de los políticos:” Quienes son o pueden ser capaces de llegar a ejercer este arte tan difícil y noble como es la política, prepárense para ella, y procuren ejercerla con olvido del propio interés. Luchen con prudencia contra la injusticia y opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre, o de un solo partido; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún con caridad y fortaleza política, al servicio de todos…”
Hablar de caridad entre los políticos parece que suena a chiste. Y sin embargo nuestros obispos en aquel documento de “Cristianos en la vida pública” volvieron a recordar que la actividad política es una de las dimensiones de nuestra caridad cristiana.
Las últimas elecciones catalanas nos hace ver un poco o un mucho que donde hay política se hace imposible la caridad. El cuidado de la “polis” es decir, la búsqueda del bien común como decía Aristóteles, se convierte en el cultivo de las ambiciones particulares, o en el cuidado de engrosar los bolsillos. Cada uno va a lo suyo y así no le importa engañar al adversario.
Artur Mas se enfada agriamente con Montilla recriminándole que ha engañado al pueblo haciendo un pacto previo con el tripartito, olvidando que él mismo había hecho otro pacto ante notario para desprestigiar a otro partido, o que él había firmado alguna cosilla con el presidente Zapatero donde el tiro le salió por la culata. Hemos visto que todos los partidos han estado de una manera desleal contra “ciudadanos” negándoles el pan y la sal.
Así pues la política más que una actividad de caridad se convierte en una merienda de negros, en la que el bien común no aparece en el horizonte, sino más bien los intereses particulares a veces inconfesables. Y a pesar de todo la democracia sigue siendo el menos malo de los sistemas políticos. Por tanto, seguiremos soñando con las palabras del Vaticano II esperando que un mañana pueda ser algo mejor de lo que está siendo el hoy.