Pablo Bermejo

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5 de enero de 2008

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En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles ya identificó tres tipos de amistad que, al igual que el oro, incienso y mirra, son regalos antiguos desde las primeras raíces del hombre.

Primero, las “amistades de negocios”. Aunque más bien se les debería llamar relaciones de negocios, es un estado necesario a lo largo de casi toda nuestra existencia y no siempre conlleva engaño sino un convenio expreso entre personas cordiales que reconocen dependencias lucrativas entre ambas.

El segundo tipo de amistad que todos hemos experimentado la reconoce Aristóteles como “amistad de placer”. Con esto hace referencia sobretodo a las amistades juveniles que se basan en la búsqueda unida de todo aquello que anhelan, como hoy sería salir de fiesta o revelarse contra las reglas establecidas. Ésta es una unión egoísta que suele romperse o debilitarse con la madurez, cuando el adulto ha definido su personalidad y reconoce que ya no es compatible con sus antiguas amistades.

Finalmente, la “amistad entre los buenos” se da entre caracteres adultos y afines mientras que estos caracteres perduren. Y un carácter maduro, o virtud, dice Aristóteles que perdura largo tiempo. Un amigo me comentaba que a medida que se hace mayor tiene menos ganas de conocer a gente nueva. Aunque es cierto que cultivar una amistad profunda requiere mucho tiempo y lentitud, una amistad más ligera y suficientemente nutrida puede mantenerse sea cual sea nuestra ocupación y siempre será un buen regalo para ofrecer y por supuesto recibir.

Hoy podríamos identificar algunos tipos más de amistad. Pero yo me quedaría con la amistad a Dios. Y digo a Dios porque “de Dios” la tenemos desde que nacemos y sólo falta que nuestro lado se active. Cuanto mayor me hago y tengo más experiencias, más seguro estoy que existe una comunicación bidireccional en esta amistad divina. Pero cuesta mucho escuchar la respuesta, hace falta dejar de prestar atención a lo que viene de afuera y escuchar lo que tenemos dentro.

Concretamente, yo me doy cuenta de la respuesta de Dios cuando ha pasado tiempo y miro hacia atrás. No recuerdo en qué libro leí que si decimos “Señor, dejo que mi vida navegue según tu voluntad” nuestra vida será libre (aunque nunca libre de dolor) y tendremos un amigo eterno a nuestro lado.

Por esto el regalo que más me gusta de los Reyes de Oriente es el incienso, símbolo de Dios y de su presencia. Siempre es un buen momento para, junto al jersey o al perfume, ofrecer nuestra amistad como regalo. Y si necesitamos un día para que nos lo recuerden, bienvenido sea este día de convertirnos en Reyes Magos.