+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
|
20 de abril de 2019
|
75
Visitas: 75
“[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho, alegrémonos todos porque reina para siempre. ¡Aleluya!” (Antífona entrada de la Misa).
Nunca falta la alegría en el transcurso del año litúrgico porque todo él está relacionado, de un modo u otro, con la solemnidad pascual, pero es en estos días cuando este gozo se pone, especialmente, de manifiesto. En la Muerte y Resurrección de Cristo hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna. La Pascua nos recuerda nuestro nacimiento sobrenatural en el Bautismo, donde fuimos constituidos hijos de Dios, y es figura y prenda de nuestra propia resurrección.
Pero de nada serviría esta “buena noticia, esta gran alegría”, si en nuestra vida no se produce un verdadero encuentro con el Señor Resucitado, si no vivimos con una mayor plenitud el sentido de nuestra filiación divina. Los Evangelistas nos han dejado constancia, en cada una de las apariciones de Jesús a sus discípulos, cómo ellos “se llenaron de alegría al ver al Señor”. Su alegría surge de haber visto a Cristo, de constatar que estaba vivo y de haber estado con Él.
Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles que “las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies” (Hech 5, 40). La liturgia del tiempo pascual nos repite con mil textos diferentes estas mismas palabras: “Alegraos”, no perdáis jamás la paz y la alegría; “servid al Señor con alegría” (Sal 99, 2), pues no existe otra forma de servirle.
En la Última Cena, Jesús no ocultó a los Apóstoles las contradicciones que les esperaban; sin embargo, les prometió que la tristeza se tornaría en gozo: “Vosotros ahora os entristecéis, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 22). En el amor a Dios, que es nuestro Padre, y a los demás, como expresión de Dios en nosotros, y en el consiguiente olvido de nosotros mismos, está el origen de esta alegría profunda del cristiano.
La alegría verdadera no depende del bienestar material, ni de no padecer necesidad, ni de la ausencia de dificultades, o de la salud… La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a ese amor. Como cristianos y seguidores de Jesucristo, debemos fomentar siempre la alegría y el optimismo y rechazar la tristeza, que es estéril y deja el alma a merced de muchas tentaciones. Cuando se está alegre, se es estímulo para los demás; la tristeza, en cambio, oscurece el ambiente y hace daño.
Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que de Él recibimos. Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado. La vida de los primeros cristianos atraía por la paz y la alegría con que realizaban las pequeñas tareas de la vida ordinaria. Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en una actitud cordial. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad de la paz y de la alegría que el Señor nos ha dejado.
La alegría es una enorme ayuda en el apostolado porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como lo hicieron los Apóstoles. Escribe santo Tomás de Aquino que “todo el que quiere progresar en la vida espiritual necesita tener alegría” (Comentario a la Carta a los Filipenses, 4, 1). La tristeza nos deja sin fuerzas.
María, presumiblemente, la primera persona que recibió la aparición de Jesucristo resucitado, “abierta sin reservas a la alegría de la Resurrección…” (San Pablo VI, Exhor. Apost. Gaudete in Domino), la Madre y causa de nuestra alegría, refuerza y acompaña nuestra fe en la Resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios.
“Feliz Pascua de Resurrección”.