Fco. Javier Avilés Jiménez
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27 de abril de 2013
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Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.[Benedicto XVI, Porta Fidei 7]
Sí, Jesucristo, su persona y su mensaje, siguen siendo atractivos para muchas personas, y más que sería si lo conocieran en profundidad. Darlo a conocer es la misión de la Iglesia, de toda la Iglesia. Eso lo recalca bien la constitución del Vaticano II Lumen Gentium: todos los cristianos, laicos, sacerdotes, obispos y religiosos tenemos, por el Bautismo, la común misión de dar a conocer a Jesucristo. Y de éste, sólo con alegría se puede hablar. A pesar de que a algunos turistas de lo religioso las tallas de Cristo sufriente le resulten macabras, su vida entregada en la cruz es motivo de esperanza para los que sufren y de amor solidario con los que sufren. Tal vez por eso el Cristo de Javier (en Navarra) sonríe, a pesar de estar en la cruz, a pesar de llevar sobre sus brazos un sin fin de cruces, las nuestras. Es la sonrisa del que está en paz y sabe que su dolor no es definitivo, ni tampoco lo es el padecimiento de toda la humanidad.
La novedad del Evangelio ha de presentarse con la alegría de la libertad, pues quien conoce a Dios ya no tiene amos ni es esclavo de los falsos dioses que nos creamos. También es la alegría de la confianza, sé de quién me he fiado y por eso no desesperaré. Alegría del amor y el servicio: soy útil y valioso y lo soy para los demás.