Antonio García Ramírez

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22 de septiembre de 2024

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Discusiones y valores. Por más que pasen los siglos, el ser humano lleva en sí mismo la grandeza, pero también la miseria moral. Miseria que se manifiesta en la concepción del éxito social como lucha contra los otros. La supervivencia convertida en aplastamiento del rival. Un ascenso en la escala social que determina muchas de las decisiones y opciones personales. Y en estas discusiones por el camino, Jesús acompaña y ayuda a discernir. No hace desaparecer nuestra miseria egoísta, pero sí que la desenmascara. Hace bien su papel de entrenador personal. Hace expresar los anhelos y desde ahí nos pretende enseñar. Pues no hay aprendizaje real si no se parte de la realidad.

Conversión permanente. Los valores del mundo y los contravalores evangélicos están siempre en combate como la luz y la oscuridad. De ahí la necesidad de una conversión permanente. Una revisión continua de lo que decimos creer y lo que realmente vivimos. Cristo que nos cohabita nos ayudará a poner el corazón en lo realmente importante. No será en las riquezas y en que todos hablen bien de nosotros. Tampoco los primeros puestos en la escala social. Al contrario, el Señor nos ayudará a caminar por los senderos del servicio y el desprendimiento. Avanzando así a la verdadera llamada a la que nuestra humanidad está destinada. Ni títulos, ni honores, ni luchas de poder. Al revés: servicio, abnegación, olvido de sí… disueltos como la sal en el puchero, como la levadura en la masa del pan que nos alimenta.

Acoger al indefenso y al extraño. Hambriento, sediento, extranjero, encarcelado… muchos rostros pueden tener la persona indefensa. Como el niño alzado en brazos por el Maestro para que nuestra mirada nunca se aleje de la opción preferencial por lo pobres. Si nos apartamos de este amor, algo no estamos haciendo bien, mejor dicho, todo lo estamos haciendo mal. Pues el evangelio sin trabajo por la justicia se convierte en ideología. Y éstas bien sabemos que no nos salvan. Proximidad, empatía, embarrarse con los empobrecidos por tantas causas… será la mejor manera de seguir a Cristo. Aprendamos de Él, de su capacidad de acogida, que no tiene límites, como el amor.

Antonio García Ramírez
Párroco de San Isidro, Almansa