Antonio Abellán Navarro

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7 de octubre de 2006

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Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinador de una vida transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad moral, iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral. Dando testimonio del bien, ellos representan un reproche viviente para cuantos trasgreden la ley (Sb. 2, 2) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5, 20).

Estas palabras de Juan Pablo II, sacadas de su encíclica Veritatis Splendor (n. 93), son esclarecedoras para entender el martirio en la actualidad. Sigue diciendo el pontífice que si bien solo unos pocos están llamados a dar ese testimonio culminante de la verdad que es el martirio, sí que se pide a todos los cristianos que den cada día un testimonio de coherencia, incluso a costa de sufrimientos y sacrificios. La misma fortaleza divina que asiste a los mártires, asiste a cualquier cristiano, llamado a vivir la fe hasta las últimas consecuencias, dando testimonio de fe en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en el descanso, en el cansancio y la enfermedad. Los mártires son ejemplos actuales de que es posible, también hoy, hacer de Cristo el centro de la vida.

José Antonio Jiménez Izquierdo

Nació en La Roda en 1858. Cuando estalla la Guerra Civil le encontramos ejerciendo como coadjutor en La Roda. Fue el sacerdote de mayor edad asesinado durante la persecución religiosa en Albacete. Tenía 78 años.

 Al estallar la guerra se dirigió a Casas de Haro, Cuenca, para refugiarse en casa de un antiguo y leal criado. A los tres días fueron los milicianos a buscarlo y lo encerraron en la cárcel, de donde fue trasladado a la prisión de la iglesia de La Roda, con los demás sacerdotes, y más tarde a la cárcel de Albacete, donde estando enfermo fue asesinado el 13 de agosto de 1936 en la carretera de Minaya. Había coincidido en la cárcel con su hermano Andrés, abogado, que sería fusilado días después.