+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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16 de enero de 2016

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos hermanos:

Saludo con afecto fraterno a los inmigrantes y refugiados residentes en Albacete, así como a cuantos trabajáis en este campo de la acción pastoral de nuestra  Iglesia: Secretariado de migraciones, Cáritas, instituciones de la vida consagrada, parroquias, asociaciones de carácter social. Sois la mano larga con que nuestra Iglesia toca cada día la carne llagada de Cristo en los pobres, como le gusta decir a nuestro Papa Francisco.

El trabajo, la reflexión y la toma de posturas en común será siempre un signo elocuente de fraternidad y de comunión eclesial. Mantener un discurso común contribuirá más eficazmente a hacernos oír, a sensibilizar a nuestra comunidades en la defensa de los derechos de refugiados e inmigrantes y a avanzar en el cultivo de la cultura de la acogida e integración de estos hermanos. 

Con esta carta, os invito a que todos nos pongamos a la escucha del Santo Padre, a leer atentamente su Mensaje para esta Jornada, que, este año, tiene como música de fondola misericordia: “Acoger el abrazo del Padre para que, a su vez, nuestros brazos se abran para estrechar a todos, para que todos se sientan “en casa” en la única familia humana”.  

Tenemos todavía vivo en el alma el misterio de la Navidad. En el Niño de Belén hemos visto la misericordia divina hecha cercanía, ternura y debilidad. La escena de la Sagrada Familia, huyendo durante la noche, revive con dolorosa actualidad en el drama ingente de los emigrantes y refugiados, de padres y madres de familia con niños en brazos buscando escapar de la muerte. Salvar la vida justifica asumir el riesgo de la inseguridad, ser vistos como extraños que no conocen ni siquiera la lengua, quedar a merced de la generosidad o de la desconfianza de los otros. ¿No volvía a tomar cuerpo la escena de los Inocentes, arrancados de los brazos de sus madres, en la imagen del pequeño sirio Aylan, al que las olas compasivas dejaron en la playa, o en la de los numerosos niños o adultos víctimas de los bombardeos, del fanatismo pseudo-religioso o de los ahogados en el mar? 

Detrás de estos flujos, en continuo aumento, está siempre la inhumanidad de un sistema económico injusto que no tiene en cuenta la dignidad de la persona y el bien común; y está también la violencia, la persecución o el hambre, consecuencia, en muchos casos, de la guerra.

Todos los días, dice el Papa, las historias dramáticas de millones de hombres y mujeres interpelan a la Comunidad Internacional, ante la aparición de crisis humanitarias en muchas zonas del mundo”. Ha sido admirable la generosidad con que nuestras Iglesias y sus organizaciones han respondido a la llamada del Papa para la acogida de refugiados. Y ha sido también muy generosa la respuesta por parte de la sociedad civil. Pero han sido respuestas a distancia. ¿Estamos dispuestos a ir haciendo efectiva esta generosidad para quienes puedan venir? ¿Lo está siendo para con los inmigrantes que ya están entre nosotros? Queremos estar ahí, cuando se requiera nuestra ayuda. De hecho, muchos lo venís haciendo ya junto a tantos hermanos que, a veces, vagan sin rumbo por nuestras calles y plazas.

Los flujos migratorios, como nos recuerda el Papa, son una realidad estructural. Por eso, nos invita, tras superar la fase de emergencia, a una profundización para entender las causas que desencadenan las migraciones, así como las consecuencias que de ellas se derivan. Somos invitados, así mismo, a estar atentos a los proceso de adaptación al nuevo contexto social y cultura, a fomentar la cultura del encuentro, a lograr el respeto mutuo entre las diversas identidades culturales. La integración ha de ser una experiencia de mutuo enriquecimiento.

El Santo Padre recuerda el derecho de toda persona a vivir con dignidad, y proclama, en consecuencia, tanto el derecho a no tener que emigrar como el de emigrar, así como la obligación de solidaridad entre las personas y las naciones. La interdependencia internacional y la ecua distribución de los bienes son dimensiones fundamentales a tener en cuenta para afrontar la realidad de las migraciones.

Estamos celebrando el Año de la Misericordia. El Papa quiere que el jubileo se celebre, sobre todo, en las Iglesia locales: “Es allí donde nos encontramos con ellos (emigrantes y refugiados) cara a cara y donde nuestros encuentros pueden asumir una dimensión concreta”. Que, a través de nosotros, nuestros hermanos puedan descubrir el rostro misericordioso de Dios manifestado en Cristo. 

En la raíz del Evangelio de la misericordia, el encuentro y la cogida se entrecruzan con el encuentro y la acogida de Dios: Acoger al otro es acoger a Dios”. Así termina el Mensaje del Papa. Que la lectura atenta del mismo nos dé luz y empuje para hacerlo realidad en cada una de nuestras parroquias.

Os deseo una fructuosa Jornada de Migraciones.