+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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23 de enero de 2016
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos diocesanos:
Hoy día 24 de enero celebraremos, una vez más, la Jornada de la Infancia Misionera. Aunque esta carta es para todos, también para los niños, tiene como destinatarios especiales a vosotros, padres y educadores. A vosotros, sobre todo, os solicito vuestra colaboración para esta Campaña, que este año viene encabezada por un lema tan bello como estimulante: «Gracias”.
Nuestra sociedad consumista y secularizada, que hace una lectura plana de la realidad, no favorece el agradecimiento. Cuando se prescinde de Dios, el hombre fácilmente se considera el único dueño de su vida, fácilmente acaba pensando que a nadie fuera de él mismo debe nada; que todo le es debido, que no tiene que agradecer nada a nadie, ni a Dios ni a los demás.
Los cristianos creemos, por el contrario, que nuestro ser, nuestra vida es un don gratuito de Dios, que nos ha creado y redimido. Si se quiebra la dimensión vertical, que refiere nuestra vida “al Otro”, nos constituimos en centro de nosotros mismos; queda dañada también la misma relación horizontal con “los otros”. En el pan que comemos, en la casa que habitamos, en los vestidos que usamos, en el asfalto que pisamos o en la cultura que asimilamos hay esfuerzo, sudor y vida de muchas personas.
“Quien recibe lo que no merece, pocas veces agradece lo que recibe”, escribió sabiamente Quevedo. No es bueno ir por la vida pensando que a todo tenemos derecho. Primero, porque no es verdad. Segundo, porque si creemos que tenemos derecho a todo, fácilmente pasaremos a esperar que todo se nos dé hecho, que no tenemos deberes.
Francisco de Asís daba gracias por el regalo de todas las criaturas, con las que se sentía profundamente hermanado. Y uno de los postulados del Decálogo del Niño Misionero dice así: “Un niño misionero siempre dice: ¡Gracias!”.
La gratitud brota, de manera habitual y sencilla en los niños al reconocer los dones recibidos de Dios, de los padres, de la sociedad, y descubrir que pueden compartirlos con otros niños y niñas mediante la oración o la ayuda económica.
En el cartel de la Jornada aparece un grupo de niños y niñas de distintas razas y fisonomías, alegres y contentos. Intuimos que dan gracias por la creación, por la amistad, por la vida, por la fe. En una gorra aparecen las siglas “IM“. Es que son los niños de la Infancia Misionera, que expresan su gratitud por lo que son y lo que están viviendo.
La Infancia Misionera pretende que, a lo largo del año y de forma especial en esta Jornada, que los niños se conviertan en protagonistas de un compromiso en que tienen la oportunidad de dar, como hacen los misioneros, lo mejor de sí mismos, de sintonizar con el estilo de vida proclamado por Jesús en el Evangelio.
Los niños son la mejor promesa del nuevo amanecer de la Iglesia y de la sociedad. El Papa San Juan Pablo II, dirigiéndose a los educadores y a los niños, les decía que «alberga grandes esperanzas en su capacidad de los niños para cambiar el mundo». Ya lo están logrando al hacer que unos 2O millones de niños de los países más pobres se beneficien, día tras día, de la solidaridad de los niños cristianos.
Un recorrido por los pueblos más pobres de África, Asia, Oceanía y América Latina nos daría la ocasión de contemplar las iniciativas educativas y sanitarias que la Iglesia mantiene en pie con la ayuda de la Infancia Misionera. Se cuentan por miles los jardines de infancia o escuelas maternales, las escuelas de enseñanza primaria y media, los hospitales, dispensarios y orfanatos. Y junto a ello, también contribuye la Infancia Misionera a sostener a los miles y miles de catequistas que atienden a centros rebosantes de niños y niñas que desean conocer a Jesús.
Animad a los niños a que se sientan responsables de promover una siembra de esperanza: Esperanza en un mundo más justo que les invita a salir del “gustismo” tan en boga; del individualismo egoísta de hacer sólo “lo que me apetece, lo que gusta o me da la real gana”. Se trata, nada más y nada menos, de que los niños se sientan constructores del Reino de la verdad, la libertad, la justicia y la paz.
Os gradezco vuestra colaboración, como padres y educadores, que hace posible ir formando esta gran familia de pequeños grandes misioneros activos, con un corazón sin fronteras.