Antonio Abellán Navarro
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22 de abril de 2006
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Dios de eterna misericordia, que reavivas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales; aumenta en nosotros tu gracia, para que comprendamos a fondo la inestimable riqueza del Espíritu que nos ha dado una vida nueva y de la sangre que nos ha redimido. Así reza la oración colecta de la misa de este domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por el Siervo de Dios Juan Pablo II. Y esta Misericordia divina no es otra cosa que el empeño de Dios por redimirnos y perdonarnos, por pura gracia suya, sin ningún mérito de nuestra parte. Así, se convierte para nosotros en un motivo de esperanza, cuando nos hallamos metidos de lleno en un mundo que parece no saber mucho de misericordia y perdón. Dios Padre Misericordioso es la esperanza de nuestros anhelos. La Sangre de Cristo nos habla del perdón de Dios, de su afán por olvidar la ofensa. Y eco de esa Sangre divina, es la sangre de los mártires que, como la de Cristo, en virtud de la cual ha sido derramada, está clamando la misericordia y el perdón de Dios para un mundo y unos hombres que parecen obstinarse en el mal. Sólo la Gracia que imploramos de Dios puede cambiar el corazón del ser humano.
JOAQUÍN DE PASCUAL FERNÁNDEZ
Nació en 1880 en Caudete (Albacete), estaba casado con Mª Gracia de Teresa Beltrán y formaban un hogar cristiano. Iba a misa y comulgaba a diario, además de vivir otras devociones cristianas, como el rezo del rosario en familia, que no faltaba ningún día, acompañados por las personas que trabajaban en la casa. Le tenía gran devoción a San José por lo que a todos sus hijos les puso el nombre del patriarca de Nazaret. Era muy apreciado por todos y conocida su caridad para con los pobres. Siempre aceptaba lo que le vendían los menesterosos (cuerdas, capazos o cosas por el estilo) aunque no lo necesitara. Era el tesorero de la Virgen. Al menos desde 1907 ya era el mayordomo.
Un día de julio de 1936 se presentaron los milicianos en su casa y lo encerraron en la cárcel, en el sindicato católico. El 24 de agosto junto a otras nueve personas, entre las que estaba el sacerdote D. Joaquín Carpena Agulló, fue fusilado. El lugar se denominaba los Florines, en el término de Villena (Alicante). Cuando descargaron sobre ellos los disparos, Joaquín estaba abrazado al sacerdote, lo que hizo que este sólo quedara herido, al hacerle el cuerpo de Joaquín de escudo. Posteriormente alguien recogió al sacerdote y lo llevó al hospital de Villena, donde fue envenenado. Joaquín tenía 56 años.