Manuel de Diego Martín
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11 de abril de 2015
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Hoy domingo II de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia. Esta fiesta fue instituida para la Iglesia universal por el Papa S. Juan Pablo II el 30 de abril, del año 2ooo, día en que fue canonizada también Santa Faustina Kowalska.
La razón de unir estos dos acontecimientos tuvo su razón de ser en que el origen de la fiesta se fundamenta en la petición que el mismo Jesús hizo en una revelación privada a esta religiosa polaca, sor Faustina, en la que le pedía que hiciese su posible para que las autoridades religiosas declarasen el domingo después de Pascua como el de la Divina Misericordia. Providencialmente le tocó a Juan Pablo II hacer efectiva esta petición y en un mismo día reconocía, haciendo uso del Magisterio de la Iglesia, por una parte, las virtudes y verdad de las revelaciones de Santa Faustina y, por otra, quedaba instaurada en la Iglesia esta nueva fiesta. Esto tiene toda su lógica, ya que la Resurrección de Cristo es el don más espléndido de la Divina Misericordia.
En los escritos de santa Faustina, se dice y se repite, como inspiraciones del cielo, que la humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a la Divina Misericordia. La santa polaca escribía esto los años treinta del siglo pasado, cuando la segunda guerra mundial estaba a la vuelta de la esquina. Y el Papa Juan Pablo, haciéndose eco de estas revelaciones de Jesús a su paisana, abundará en lo mismo diciendo que la Misericordia de Dios es la única esperanza para el mundo.
Hemos celebrado la Pascua de Resurrección. Pudiéramos decir que el mensaje pascual puede expresarse en estos términos: Aunque los hombres nos empeñemos en hacer todo el mal posible, hasta llegar a crucificar al mismo Hijo de Dios y llenar el mundo de crucificados, el Amor de Dios es tan grande, que resucitó a su Hijo y con Él a todos los crucificados de la tierra, llenando al mundo de vida y esperanza.
Ciertamente estamos viviendo tiempos convulsos, en el que vemos un mundo que se vuelve cruel con todos los empobrecidos de la tierra, un mundo lleno de incoherencias en el que se hace posible toda subversión de valores, un mundo en el que son especialmente crucificados los seguidores de Aquel a quien la mentira, el odio, lo llevaron a la Cruz. Por eso fijar la mirada en nuestro Padre Dios, lleno de Misericordia, nos llena de esperanza. Al resucitar a Jesús, para todo el que crea en Él hay salvación. Así se explica que el Papa Francisco haya declarado un Año Santo Jubilar, dedicado a la Divina Misericordia, que empezará en el mes de diciembre. Vivir de cara a este Amor es lo que más necesita nuestro mundo de hoy, como ya nos decía el recordado S. Juan Pablo II.