Mons. D. Ángel Fernández Collado

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31 de marzo de 2024

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua de Resurrección de Cristo!

Hoy resuena en cada lugar del mundo el anuncio de la Iglesia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado, como había dicho. Aleluya”.

El anuncio de la Pascua no muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica ni indica una vía de escape frente a las difíciles situaciones que podamos vivir. Ante estas situaciones que podamos vivir en nuestras vidas personales, comunitarias o sociales, el anuncio de Pascua de Resurrección de Cristo recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. El Evangelio atestigua que este Jesús, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato por haber dicho que era el Cristo, el Hijo de Dios, al tercer día resucitó, según las Escrituras y como Él mismo había anunciado a sus discípulos.

Los testigos señalan un detalle importante: Jesús resucitado lleva las llagas impresas en sus manos, en sus pies y en su costado. Estas heridas son el sello perpetuo de su amor por nosotros. Todo el que sufre una dura prueba, en el cuerpo y en el espíritu, puede encontrar refugio en estas llagas y recibir a través de Ellas la gracia de la esperanza que no defrauda.

Cristo resucitado es esperanza para todos los que sufren de cualquier manera o situación. El Crucificado Resucitado es consuelo para quienes pasan dificultades o carecen de cosas necesarias para la supervivencia, tanto física como espiritual. Jesús Resucitado es esperanza también para los jóvenes que buscan un porvenir más justo y humano. Igualmente, la luz del Señor Resucitado es fuente de renacimiento para los emigrantes que huyen por encontrar un lugar mejor, en paz y con libertad. Y sin olvidad la paz, Cristo Resucitado silencia el clamor de las armas en lugares hermanos que están en guerra. La Resurrección nos remite naturalmente a Jerusalén; imploremos al Señor que le conceda paz y seguridad (Sal 122), para que responda a la llamada a ser un lugar de encuentro donde todos puedan sentirse hermanos, y donde israelíes y palestinos vuelvan a encontrar la fuerza del diálogo para alcanzar una solución estable, que permita la convivencia de dos Estados en paz y prosperidad.

En medio de las numerosas dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo (1 P 2,24). A la luz del Señor Resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo.

¡Feliz y santa Pascua! Con mi bendición,

 

Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete