+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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22 de noviembre de 2008
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]esde que empezaron a soplar aires democráticos fueron cayendo las monarquías. Se aceptan, si acaso, las monarquías constitucionales: reyes con un carácter más representativo que ejecutivo.
Jesús anunció el Reinado de Dios y él mismo se confesó Rey ante Pilato; pero un Rey coronado de espinas, que acabaría colgando de un madero. Se trata de un Rey y de un Reinado atípicos, que no entra en competencia, ni disputa el trono a los reyes de este mundo.
Jesús dejó bien claro que su Reino no es de este mundo. Algún brillante comentarista lo presenta en contraste con los reyes de la baraja, los que mandan en el juego de cartas y en el juego de la vida, prototipos de nuestras aspiraciones: “No es un reino de oros, que nació en una cueva y dijo que de los pobres es su Reino; no es de copas, que la última que bebió fue la de su propia sangre; no es de espadas, que dejó bien claro que quien a hierro mata a hierro muere; no es de bastos, que no tuvo donde reclinar la cabeza. En la baraja de Jesús sólo «pinta» el amor”. Y el amor tendrá la palabra definitiva en su Reino.
La liturgia de fiesta de Cristo Rey, que corona el año litúrgico y lo clausura, nos ofrece el último discurso de Jesús, en que se revela la conciencia de su misión. En el pórtico mismo de la pasión tiene la osadía de afirmar con fuerza que «un día» aparecerá en gloria para juzgar al mundo. Es bueno, por eso, que de vez en cuando pensemos en «ese día» en que las cosas adquirirán su real proporción y se manifestarán en su desnuda verdad.
«Serán reunidas ante El todas las naciones». Por tanto, cada uno de nosotros y aquellos a los que hemos amado, los creyentes y los no creyentes, los místicos y los ateos. Todos ante el Rey Pastor.
¿Cuál es le criterio del juicio y bajo qué normas se realiza la elección? Exclusivamente sobre el amor. Sobre un amor muy simple: dar de comer, dar de beber, acoger, vestir, visitar… La lista no es limitativa; se da a título de ejemplo que podemos prolongar mirando a muestra propia vida: el niño que llora en la noche y demanda consuelo; la mamá anciana que necesita que la lleven hasta su sillón preferido; el vecino que está solo; el párroco que busca catequistas; el compañero de trabajo que pide solidaridad y apoyo sindical; los pobres del Tercer Mundo que reclaman justicia…
Siempre que leo el texto me impresiona tanto la sorpresa de los que son colocados a la derecha de Jesús como la de los que son puestos a su izquierda (y que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con la «derecha» o la «izquierda» política). Algunos no son conscientes de haber hecho el bien o el mal; es como si sólo en ese momento se les revelara el sentido último de sus actos.
En realidad, el juicio, que imaginamos futuro y lejano, es un acontecimiento permanente: Cada día vamos labrando nuestro propio juicio. Sólo que en el “día de la verdad” se pondrá el descubierto lo que, tal vez, estaba oculto en cada una de nuestras jornadas. En el fondo lo que se nos descubre es una increíble identificación y presencia de Jesús en cada hombre y en cada mujer: en el hambriento, en el sediento, en el encarcelado, en el emigrante, en el niño que llora, en la mamá anciana… La última y fulgurante venida del Señor en gloria es la prueba de sus otras venidas, discretas y anónimas, pero permanentes, en cada uno de los que necesitaban de nuestro amor.
Pero Jesús, que es revelación del amor del Padre, tiene también palabras durísimas, de condena. El evangelio no es un vago idealismo sentimental; contiene una llamada de exigencia extrema. Negarse a amar no es lo mismo que amar; la ausencia de amor no cabe al lado del Dios que es amor. Cuando Jesús habla del infierno quiere decir que el amor de Dios es tan grande que nos ha hecho verdaderamente libres, incluso para poder negarnos a su amor. Dios no quiere el infierno; la existencia de un solo condenado sería un escándalo para el mismo Dios antes que para las criaturas. Entre el infierno posible y el infierno efectivo ha interpuesto todo el poder de su amor: la cruz de Cristo. Ha puesto todos los medios para que nadie se cierre a su amor de manera definitiva y plena: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para el mundo se salve por Él». «Yo no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores». «Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros». El infierno, en cuanto rechazo absoluto del Amor, no existe más que de un solo lado, del de aquellos que lo crean para sí mismos.
Las dos escenas del juicio son semejantes y antitéticas: Lo que unos han hecho, otros, pudiendo hacerlo, lo han omitido. Todo hombre, cristiano o no, será juzgado con el mismo criterio: por el amor concreto que haya ofrecido a sus hermanos. No basta con no hacer el mal, hay que hacer el bien. Si, pues, el juicio se va haciendo en el hoy de nuestra existencia, no estaría de más empezar a preguntarnos hoy mismo si hay alguien que esté necesitando algo de nosotros.