+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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20 de noviembre de 2010

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]urante tres años, Jesús había predicado en las calles y plazas de Palestina, había repartido favores, había realizado curaciones sorprendentes, se había presentado como el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Sus palabras y sus hechos ayudaron a muchos a descubrir al Dios de la ternura y de la misericordia, a sentirse más humanos, a que descubrieran la hondura de su propia humanidad. En alguna ocasión, cuando multiplicó el pan para la multitud hambrienta, quisieron hacerle rey, pero él lo rechazó casi con violencia; incluso unos días antes de la crucifixión lo habían aclamado por las calles de Jerusalén.

Ahora, sobre la colina del Gólgota se recortan tres cruces rasgando el horizonte Jesús ha sido procesado y condenado a muerte en un juicio sumario junto a dos malhechores. La gente, que ha acudido, asiste impasible al espectáculo de aquella vida que se apaga, mientras los dirigentes del pueblo se mofan del crucificado: “Ha salvado a otros, que se salve a ahora a sí mismo si es realmente el Mesías elegido de Dios”.

Al leer el Evangelio es importante fijarse en las personas, en sus reacciones. En el Calvario hay gente, autoridades, soldados, dos bandidos condenados a morir también crucificados. Y están, y de qué manera tan distinta, María, la madre de Jesús, con unas cuantas mujeres y el discípulo amado.

La gente, impasible, se limita a mirar sin mover un músculo. Así continuará, incluso ante los acontecimientos más desoladores de la historia. Frente a la injusticia o la mentira, muchos se limitan a mirar, no reaccionan, no salen a la defensa, no se rebelan, no piden explicaciones. Un pueblo en pie puede tener un peso político extraordinario, pero no lo sabe, o no quiere saberlo.

Los dirigentes por el contrario, no se quedan mano sobre mano, saben cómo utilizar en ventaja propia la incoherencia o la pereza de la gente. El pueblo, cuando carece de la verdadera sabiduría es presa fácil de cualquier ideología u oportunismo de quienes manejan los hilos del poder. Un poder que ahora reacciona contra Jesús con cortante sarcasmo e ironía. “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo”. Con ello están afirmando una profunda verdad: Que Jesús ha venido a salvar a otros, no a sí mismo.

Los soldados que le han llevado a crucificar, en vez de servidores de la paz y del bien, son también utilizados, como ha sucedido tantas veces bajo los totalitarismos, para hacer de brazo fuerte y ejecutivo de la injusticia: “Se burlaban también de él los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si era tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.

Uno de los crucificados con Él blasfemaba diciendo. ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Siempre una parte de la humanidad, incluso en las situaciones más duras, tomará a Dios a bromas, se reirá de su omnipotencia o lo hará responsable de los males del mundo, cerrándose así a toda posibilidad de cambio o conversión.

Pero el otro de los malhechores increpaba a su compañero: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio éste no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Otra parte de la humanidad, a pesar de las dificultades y los sufrimientos que conlleva la vida, seguirá confiando y esperando en Dios, reclamando, consciente de sus límites, el perdón y la gracia. Hay personas que incluso en situaciones de cruz  no maldicen, sino que se abren con piedad a una Luz que les da fortaleza, serenidad y esperanza para asumir la cruz. Uno ha conocido personas que desde situaciones de inmenso dolor, casi de desesperación han vuelto sus ojos para encontrarse con la mirada dulce y luminosa de Cristo, suplicándole con infinita confianza y humildad, con un llanto que se iba transfigurando en paz y alegría, que les acogiera en su reino.

“Jesús le responde: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Jesús, rey del universo, señor de la vida y de la muerte, nos ofrece una sola palabra, eterna, absoluta, fiel, cierta: La Palabra que nos dice que en el hoy de Dios, que es siempre y por siempre humano, Él acogerá en su casa de la Luz y de la Vida a todo aquel que le acepte con fe y con humildad. Hoy podemos abrirnos al perdón, hoy podemos comenzar de nuevo, hoy podemos empezar a vivir ya ese paraíso aquí en esta tierra, porque hoy es posible vivir el presente del Dios que es amor

El Reino de Dios tiene poco que ver con los reinos de este mundo. No son ante todo nuestras virtudes, sino nuestra humildad y el deseo de comenzar a amar de nuevo cada día lo que nos hace ciudadanos del Reino de Dios, que en Jesús se hizo realidad.