+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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24 de abril de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l Pinajarro es uno de los picos más altos de las estribaciones de la Sierra de Gredos por donde ésta toca tierras extremeñas. Habíamos trepado fatigosamente por la ladera hasta llegar a unos cientos de metros de la cumbre, donde las aguas del deshielo forman una bulliciosa cascada, que los lugareños llaman “La Chorrera”. Alrededor de las pozas que forman las aguas al precipitarse fue brotando una abundante vegetación. Allí nos disponíamos a dar buena cuenta de nuestros bocadillos.
A eso del mediodía, cuando el sol empezaba a pegar con más fuerza, vimos venir a un pastor, acompañado de dos mastines, seguido de un rebaño de ovejas. “En verano las traigo a sestear hasta aquí. Hay agua fresca, sombra abundante y hierba verde”, nos dijo. Casi sin pensarlo me puse a recitar ante mis tres acompañantes el salmo bíblico. “El Señor es mi pastor… En verdes praderas me hace recostar…, me conduce hasta fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Los creyentes de Israel, cuyos más importante personajes -Abrahán, Jacob, Moisés, David…- habían sido pastores, imaginaron a Dios como un pastor solícito. El hombre siempre imagina a Dios a partir de la imagen que tiene de sí mismo y del mundo. Y Jesús se apropió de esta imagen para definir su identidad y su misión: “Yo soy el buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna: ellas no perecerán, nadie las arrebatará de mi mano. El Padre y yo somos uno”. Jesús es el Pastor que en la Pascua se hace cordero de sacrificio. “¡Pastor y cordero/, sin choza y lana!”, dijo bellamente Lope de Vega.
La imagen del rebaño puede resultar hoy peyorativa. A nadie le gusta que le tachen de gregario. Pero los tres verbos utilizados por Jesús tienen un significado bien diverso. Son verbos activos que no invitan precisamente a la pasividad.
“¡Escuchar!”. Una actitud esencial en las relaciones interpersonales. Saber escuchar es signo de amor auténtico. La escucha está en el inicio de la fe. San Juan presenta Jesús como la Palabra de Dios al mundo.
“¡Seguir!”. Expresa la actitud libre por la que una persona se adhiere a otra. El “sígueme” es una de las palabras más familiares de Jesús.
“¡Conocer!”: En la Biblia esta palabra no tiene ante todo una significación intelectual. En sentido bíblico, “conocer” implica compartir la intimidad, vivir la comunión de corazones, de almas y de cuerpos, que tiene su máxima expresión en el amor conyugal. “¿Cómo puede ser esto, si no `conozco´ varón?”, dice María sorprendida ante el anuncio de su futura maternidad.
Escuchar, conocer y seguir son las actitudes del verdadero discípulo. Tres actitudes a profundizar por todos los cristianos en este tiempo pascual. ¿Será por eso que en este cuarto domingo de Pascua, llamado “del Buen Pastor”, celebra la Iglesia cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de especial consagración?
Toda la vida de Jesús fue una oferta de amistad y de vida. Tras su muerte y resurrección nos dio su mismo Espíritu, y nos encargó la apasionante tarea de prolongar su misión. A unos, como laicos en medio del mundo, para hacer un mundo según el plan de Dios. A otros, como sacerdotes, que prolongan la misión de “los doce”. A otros, para seguirle en pobreza, castidad y obediencia, como aquel grupo de mujeres y hombres que imitando la forma de vida apostólica le seguían por los caminos después de haber dejado todo por Él y por el Reino.
Necesitamos laicos que vivan y testimonien la fe con alegría en medio de sus quehaceres. Sin un laicado consciente y comprometido no será posible la nueva evangelización. Pero hoy nos corresponde centrar la mirada en las vocaciones de especial consagración:
-¿Qué sería de nuestra Iglesia sin la vida contemplativa, sin su oración permanente por nosotros, sin el callado testimonio de su existencia pobre, virginal y escondida, que nos recuerda permanentemente, a quienes andamos necesitados de tantas cosas, que «sólo Dios basta»?
– ¿Qué sería de nuestra Iglesia sin la vida consagrada activa, sin sus múltiples presencias de vanguardia tanto en el campo educativo como en el servicio de la caridad, en las múltiples y variadísimas obras de atención y promoción de los más pobres y necesitados de nuestra sociedad?
– ¿Qué suerte habría corrido el mandato de Jesús de «anunciar el evangelio a todos los pueblos» sin la entrega expansiva de tantos y tantos misioneros, que han implantado la Iglesia en todos los rincones del mundo, que, presentes siempre entre los pobres, evangelizando promocionan y promocionando evangelizan?
– ¿Sería concebible una Iglesia a la que faltara la presencia de presbíteros que, en nombre de Cristo Buen Pastor, reúnan, partan el pan de la palabra y de la eucaristía, acompañen y alienten la fe de nuestras comunidades cristianas?
La Jornada de Oración por las Vocaciones nos hace, cada año, caer en la cuenta de la inmensa riqueza que son, para la Iglesia y para el mundo, estas vocaciones. En ellas se manifiesta de manera singular el amoroso designio del Padre que llama, del Hijo que envía, del Espíritu Santo que consagra.
Las vocaciones de especial consagración son patrimonio de todos, a todos nos incumben: A los llamados a esta forma de vida corresponde el testimonio gozoso del seguimiento, como pide el Papa en su mensaje para esta Jornada. A los demás, agradecer este don a la Iglesia, orar para que sigan florecientes estas vocaciones y por la fidelidad de los que han respondido.
La clave de la fidelidad y de que sigan existiendo vocaciones está en los tres verbos citados: escuchar, conocer y seguir. Jesús no deja de llamar. Se pueden cruzar interferencias y túneles que impiden la comunicación, pero en el silencio siempre hay cobertura. No dejemos que se pierda la llamada. Guarda una promesa de Vida.