+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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14 de mayo de 2011

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l hombre siempre piensa a Dios a partir de la imagen que tiene de sí mismo y del mundo. Me gusta imaginar a Abraham, a Jacob, a Moisés o a David, que ejercieron el pastoreo, preguntándose por Dios en sus largas horas de silencio, mientras apacentaban sus rebaños. Y me parece natural que imaginaran a Dios como un pastor vigilante y solícito. Sobre esta imagen vendría, luego, la composición de oraciones, algunas de un lirismo estremecedor, que se convertirían en alimento espiritual de judíos y cristianos: » El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar;… aunque camine por cañadas oscuras nada temo»…»Pastor de Israel, escucha, tú, que guías a José como a un rebaño…».

Cualquier nombre que usemos para definir a Dios será siempre inadecuado. Pero parece que a Dios le gustaba la denominación de Pastor con que le llamó amorosamente su Pueblo ¿O fue Dios mismo el que, desde la masa de la sangre y de la historia del Pueblo, hizo aflorar en la fe de Israel tal imagen y denominación? A Jesús también le encantó, y utilizó la alegoría del Buen Pastor para hablarnos de su ser, de su misión y de su pasión:«Yo soy el Buen Pastor… El Buen Pastor que da la vida por sus ovejas«.

Jesús es el Buen Pastor, pastor hecho cordero, “víctima pascual”, canta la liturgia pastor que se hace pasto, amor que se entrega hasta la muerte para darnos vida. ¡Qué bien lo expresó Lope de Vega: “Dime, Pastor, que por amores mueres…”.

Y en este domingo en que todos los cristianos nos reconocemos con gratitud, aunque sea con distintos niveles de responsabilidad, partícipes de la misión pastoral confiada a la Iglesia, celebramos también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Lo hacemos este año a las puertas de la Jornada Mundial de la Juventud.

Toda vocación en la Iglesia está al servicio de la comunión con Dios y con los hermanos; pero algunas, como la vocación al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, lo están por una consagración especial. Ello ni nos sitúa por encima de los demás fieles, ni nos hace ajenos a sus gozos y esperanzas. Demanda de nosotros, eso sí, una disponibilidad total al servicio del Reino de Dios. La carencia de estas vocaciones, que tienen una función tan importante y cualificada, produce un grave quebranto en la vida y misión de la Iglesia.

El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para esta Jornada, apela a la Iglesia local como fuente de vocaciones, como sujeto de convocación y sostenimiento de las vocaciones. Y consciente de que la vocación es siempre don y misterio nos invita a orar por esta intención. Sin negar la importancia de poner los mejores medios y las mejores técnicas pedagógicas al servicio de tan noble causa, el Papa nos invita a fijarnos en Jesús, donde encontramos el modelo y promotor: llamó a algunos; les mostró su misión mesiánica abriéndoles los ojos para contemplar a los hombres como ovejas sin pastor, para descubrir sus sufrimientos y sus cadenas, los educó con palabras y con la vida, les confió el memorial de su muerte y resurrección, los envió al mundo con un mandato claro.

Asumidos estos puntos, el Papa urge para que toda la Iglesia local se haga cada vez más sensible a la pastoral vocacional, como una exigencia constitutiva de su identidad. Y cuando nos referimos a toda la Iglesia local quiere decir que nos ha de implicar a todos los niveles y estamentos eclesiales: parroquias, familias, asociaciones apostólicas. De un modo especial nos implica a quienes un día recibimos esta llamada. La vocación se ha definido como una llama que llama.

Estamos ante un gran desafío: Porque son muchas las dificultades, porque la voz del Señor parece ahogada por otras voces, porque se sufre una grave parálisis de voluntad y de fidelidad, porque la cultura vocacional queda soslayada y solapada por la cultura profesional. Por eso necesitamos imaginación activa, audacia y, sobre todo, una oración insistente y perseverante “al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies”.

Es seguro que Jesús sigue llamando. Quizá existan menos respuestas porque, entre tantos ruidos, no se oye la llamada, o porque, entre tantas seducciones, no se quiere oír; o porque, entre tantas comodidades, no se quiere seguir. Y mira que vale la pena seguirle.