+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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20 de abril de 2013
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Israel fue un pueblo de pastores. Al pastoreo se habían dedicado sus personajes más importantes: Abrahán, Jacob, Moisés, David. En las largas horas de silencio, mientras pasta el rebaño, hay tiempo para hacerse preguntas, para echar al vuelo la imaginación, para escuchar los latidos del corazón y adivinar los vacíos del alma. Y como el hombre siempre imagina a Dios a partir de la imagen que tiene de sí mismo y del mundo, imaginaron a Dios como un pastor solícito. Y, así, compusieron oraciones y cantos, como el salmo 22, de admirable hondura y exquisita belleza. De este salmo dijo el filósofo Bergson que, de los centenares de libros leídos, ninguno le había aportado tanta luz y consuelo como esos versos. Preciosa imagen que pinta a Dios como el pastor que va delante, con el signo de identidad de su cayado recortándose en el horizonte, referencia segura para no perderse en los valles de oscuridad ni en los días de tormenta; como el pastor que conducen al rebaño hasta donde se encuentran las verdes praderas y las fuentes de agua fresca.
Jesús se apropió de esta imagen para definir su identidad y su misión: “Yo soy el buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna: ellas no perecerán, nadie las arrebatará de mi mano”. Jesús es el Pastor que en la Pascua se hace cordero de sacrificio. “¡Pastor y cordero/, sin choza y lana!”, dijo bellamente Lope de Vega. Pastor que en la Eucaristía se hace pasto.
La imagen del rebaño puede resultar hoy peyorativa. A nadie le gusta que le tachen de gregario. Lo somos cuando nos perdernos en el anonimato, nos dejarnos diluir en una masa indiferenciada, caemos en el conformismo o caminamos con la cabeza baja como ovejas modorras. Pero los tres verbos utilizados por Jesús tienen un significado bien diverso. Son verbos activos que no invitan precisamente a la pasividad. Define las actitudes del verdadero discípulo; las actitudes a profundizar por todos los cristianos en este tiempo pascual:
“¡Escuchar!”. Una actitud esencial en las relaciones interpersonales. Saber escuchar es signo de amor auténtico. La escucha está en el inicio de la fe. San Juan presenta Jesús como la Palabra de Dios al mundo
“¡Seguir!”. Expresa la actitud libre por la que una persona se adhiere a otra. El “sígueme” es una de las palabras más familiares de Jesús.
“¡Conocer!”. En la Biblia esta palabra no tiene ante todo una significación intelectual. En sentido bíblico, “conocer” implica compartir la intimidad, vivir la comunión de corazones, de almas y de cuerpos, que tiene su máxima expresión en el amor conyugal.
¿Será por eso que en este cuarto domingo de Pascua, llamado “del Buen Pastor”, celebra la Iglesia cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de especial consagración?
Toda la vida de Jesús fue una oferta de amistad y de vida. Tras su muerte y resurrección nos dio su mismo Espíritu, y nos encargó la apasionante tarea de prolongar su misión. A unos, como laicos en medio del mundo, para hacer un mundo según el plan de Dios. A otros, como presbíteros, para prolongar el pastoreo de Jesús sobre el rebaño, A otros, para seguirle en pobreza, castidad y obediencia, como aquel grupo de mujeres y hombres que imitando la forma de vida apostólica le seguían por los caminos después de haber dejado todo por Él y por el Reino.
En el corazón que arde se adivina la génesis y la historia de toda vocación cristiana. “Las vocaciones sacerdotales y religiosas, dice el Mensaje del Papa para esta Jornada, nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con Él. Este itinerario tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino”.
Termina el Santo Padre su Mensaje con una llamada a los jóvenes: “Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, aprenderéis a dar razón de vuestra esperanza” (1 Pe. 3,15).
Orad hoy y cada día para que quienes un día dimos nuestro sí al Señor, permanezcamos en la fidelidad. Y orad para que la llamada del Señor siga siendo secundada por los más generosos.