+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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23 de diciembre de 2017

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]stamos tocando la Navidad. Lo venían anunciando las guirnaldas de luces de colores que iluminan las calles; lo gritaban algunos de los villancicos que se anticipan; lo notaba el corazón, que empezaba a rezumar ternura. Lo proclama, sobre todo, la liturgia de este último domingo del Adviento que nos retrotrae al momento de la Anunciación, cuando Jesús empezó a ser un humilde embrión en el seno cálido de María.

Dios ha asumido la condición humana, toda la dramática realidad humana, toda la historia humana, toda la causa humana. Lo suyo ha sido una opción definitiva por el hombre: Abajamiento para Dios y dignificación para la criatura. Dios hecho hijo de una joven desconocida, y María hecha madre de Dios. Dios despojado de su gloria y grandeza para vestirse el traje de nuestra pobreza. ¡Asombroso, increíble…!     

Lucas seguramente tuvo oportunidad de entrar en contacto con los medios judeo-palestinenses, donde se conservarían las tradiciones relacionadas con la familia de Jesús. Es probable incluso que conectara personalmente con María, que “guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 19). El tercer evangelista nos dice que ha tenido el cuidado de “encontrarse con aquellos que, desde el principio, fueron los testigos oculares, a fin de informarse de todo, antes de escribir el Evangelio” (cf. Lc 1,1-48).

Uno se imagina que Lucas experimentaría, tanto como nosotros hoy, el problema del lenguaje: ¿Cómo y con qué palabras expresar la experiencia vivida por María? Se trataba, nada menos y nada más, de la concepción “según la carne” del Hijo de Dios. Por suerte, disponía de la larga tradición literaria y teológica de la Biblia. Como buen narrador, vació su información en los moldes del lenguaje preparado y amasado en la experiencia religiosa de Israel. La tela del relato de la Anunciación está tejida toda ella con hilos bíblicos, una maravillosa mina de expresiones, imágenes y símbolos para intentar traducir en lenguaje humano el misterio inefable de Dios.

Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo”. Alégrate es la expresión con que los profetas anuncian reiteradamente a Israel la venida de los tiempos mesiánicos que traerían la salvación para el pueblo. Y “el Señor está contigo” es la fórmula habitual con que se sienten alentados quienes son llamados por Dios a una alta misión. La nueva misión se manifiesta también cambiando el nombre del llamado. En este caso, el ángel se dirige a María con un nombre nuevo: “La llena de gracia”.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. La Escritura no utiliza definiciones dogmáticas, sino, como decía antes, un admirable juego de imágenes y símbolos, que es el lenguaje más apto para expresar lo inexpresable: La nube y la sombra son los signos inequívocos de la presencia de Dios. La referencia a la sombra de la nube desde la que Dios hablaba a Moisés y que cubría la tienda del encuentro, nos muestra ahora a María como el habitáculo de la presencia de Dios. El Espíritu, que, en decir del Génesis, planeaba sobre las aguas primordiales para dar la vida, es como si inaugurara ahora una nueva creación. Para una muchacha judía, habituada al lenguaje bíblico, las palabras del ángel traían toda esa evocación. 

Pero Dios no entra a saco en la vida de María; respeta los niveles de libertad y de responsabilidad. Pero María ha percibido, a través de las imágenes, lo esencial para comprometerse. Su respuesta es admirable. Hay “síes” que cambian la historia del hombre y del mundo. El de María no pudo ser de más disponibilidad: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra”. ¡Magnífica y ejemplar respuesta para quienes nos disponemos a celebrar la Navidad!

¡Qué bien lo expresó el poeta!: “Dijiste “sí” / y tu vientre sellado/ fue cuna y fue alimento, / fue canción, fue ternura, / fue sagrario y fue templo, / fue patena y altar! Jamás podía soñar María que el sol estuviese tan a punto de salir y que, además, fuese a nacer tan cerca de su corazón; que en Ella se hiciera realidad el prodigio de hacerse Dios carne de nuestra carne, tiempo de nuestro tiempo, pobreza de nuestra pequeñez.         

En estos días está en marcha en muchas parroquias la tradicional campaña navideña para compartir con los pobres. Hay muchos hermanos que tiene necesidad de amor, de compañía, de ayuda material y espiritual. Cáritas os podría hablar de situaciones sangrantes. Compartir con los que no tienen es una manera práctica de dar nuestro “sí” a Jesús, que en su encarnación se ha identificado con todo hombre, pero de manera especial con los más necesitados. Ensanchemos también nuestra generosidad.