+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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19 de diciembre de 2009

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]n el primer domingo de adviento el evangelio de Lucas, ante el anuncio de Cristo que ha devenir en manifestación de poder y de gloria al final de los tiempos, nos hacía una invitación jubilosa: “Cuando veáis que esto sucede, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. Ni el mal, ni la violencia, ni poder alguno de este mundo tendrán la última palabra. En los domingos segundo y tercero hemos asistido a la aparición de Juan y hemos escuchado su predicación vigorosa y libre, invitando a la conversión.

Estamos a unos días de la Navidad. Las calles, adornadas con guirnaldas de luces tienen aire de fiesta. La liturgia de este domingo nos retrotrae treinta años atrás de la primera Navidad, cuando Jesús era sólo un humilde feto, oculto en el seno cálido de María, como lo hemos sido cada uno de nosotros en el seno de nuestras buenas madres. Acompañamos a María en la espera del parto.

Después de la Anunciación, “María se puso en camino y fue aprisa a una aldea de la montaña de Judea”. Unos ciento cincuenta kilómetros a pie desde Nazaret. Ain- Karem, la aldea donde vivía Isabel, se encuentra en los alrededores de Jerusalén, al oeste, a unos seis kilómetros de la capital.

Es significativa la presteza de María, como si la Palabra de Dios la empujara a ponerse en camino. Se adivina en ella una especie de impulso y fervor juvenil. Su prima Isabel, a la que consideraban estéril, está encinta de seis meses y quiere felicitarla y, de paso, echarle una mano. La marcha de María es más que un desplazamiento geográfico. El camino es todo un signo en el evangelio de Lucas, es lugar de revelación y de misión.

“Isabel se llenó del Espíritu Santo…”. Es como un Pentecostés íntimo, sin viento ni lenguas de fuego, como si el evangelista Lucas, que escribe su Evangelio a la luz de la Pascua, anunciara el inicio de la Iglesia. “E Isabel exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”!: Es el encuentro de dos mujeres que comparten la alegría de una doble y buena esperanza. Pero se trata de mucho más que de un cumplido de mujer a mujer. Es el encuentro entre quienes comparten un secreto de Dios para el mundo. Es admirable ver que este secreto es confiado, en primer lugar, a unas mujeres. El texto original griego, del que traducimos el “exclamó” de Isabel, se tendría que traducir con más exactitud por “alzó la voz, gritó”. Es un texto que, en la Biblia, sólo se utiliza aquí y en el libro de las Crónicas (I, 15,28; 16,4.5, 426. y II, 5,13), donde se usa exclusivamente para designar las exclamaciones litúrgicas en honor del “Arca de la Alianza”, como la tradición designará a María en cuanto portadora del que ha realizado en su persona la alianza de lo humano y lo divino.

“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…” Qué maravilla si en estos tiempos abortistas toda mujer embarazada pudiera escuchar siempre este saludo: “¡Bendito el fruto de tu vientre!”, como expresión de que toda criatura engendrada es bienvenida y cordialmente acogida.

Las palabras de Isabel han traspasado los siglos convertidas en oración y admiración agradecida de millones y millones de creyentes de ayer y de hoy. Forman parte del “Ave, María”.

“¿Cómo tengo yo la suerte de que la Madre de mi Señor venga mí?», sigue diciendo Isabel, como quien desenrolla lentamente la envoltura del misterio compartido. Es una exclamación parecida a la de David, que no se atrevía a creer que el Arca de la Alianza, que guardaba la presencia divina, pudiera venir a su casa: “¿Cómo es que el Arca del Señor venga a mí?» ¡María, Arca de la nueva Alianza! Dios no habita ya en objetos materiales de culto, ni en templos de piedra, sino en el seno de María, en el cuerpo viviente de aquel niño que se desarrolla lentamente en seno cálido de su madre.

“En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura que hay en mí saltó de alegría en mi vientre”, añade Isabel. Toda mujer que ha sido madre recuerda el momento inefable en que el niño, removiéndose en el seno materno, da su primer signo palpable de autonomía. Tal y como se narra la escena, es como si Juan Bautista comenzara precozmente su rol de profeta, advirtiendo a su madre sobre el misterio que guardaba María en sus entrañas. ¿Fenómeno biológico normal?, ¿detalle sentimental?, ¿cliché literario lleno de ingenuidad y ternura? Se me antoja más como misterio divino de la presencia de Dios que nos sobrepasa y precede. ¿Por qué pretendemos siempre racionalizar el misterio? Jeremías se sabía elegido de Dios desde el seno mismo de su madre. En Lucas la narración es, sin duda, una afirmación teológica.

Abramos los ojos quienes buscamos al Salvador: Percatémonos, en vísperas de la Navidad, cómo en aquella vida tan frágil que se iba gestando en el seno de María estaba el Hijo de Dios, lleno de gracia y de verdad. Su presencia genera la alegría y el gozo de Dios. No es la alegría que promete la publicidad de los productos navideños de consumo; es una alegría que viene del Espíritu Santo.

“¡Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!” Todo el relato está bañado por la fe y sólo en la fe podemos acercarnos a Él. María es declarada “dichosa”, porque ha creído. Es la primera bienaventuranza que suena en el Evangelio. Una bienaventuranza que puede ser también nuestra. Os la deseo para esta Navidad.