+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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18 de diciembre de 2010

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]S[/fusion_dropcap]eguro que todos hemos meditado muchas veces sobre el cumplimiento de las promesas de Dios y sobre los acontecimientos que rodean la Navidad teniendo como punto de referencia a María. El evangelio de este domingo nos pone en contacto con el recorrido interior que tuvo que hacer San José para descubrir a Jesús como un don de Dios que a él le corresponde acoger y custodiar.

¿A quién podría confiar Dios sus dos principales tesoros -Jesús y María- sino a San José?

Tenía que ser alguien muy sencillo. A los sencillos se revela Dios con mayor facilidad. Tenía que ser alguien con mucha fe. ¿Cómo, si no, iba a poder vivir tan cerca del misterio sin quemarse? Tenía que ser alguien con mucha profundidad, pero como un pozo de agua clara al que se le ve el fondo; de pocas preguntas; sólo las justas para saber qué esperaba Dios de él. Tenía que ser un hombre lleno de confianza en Dios para fiarse plenamente de El, por más inesperados que fueran sus caminos, y para fiarse de María, para no dudar de ella por más desconcertantes y extraña que resultase su misión. Alguien que aceptase la luz de la palabra sin reservas, a corazón abierto. Alguien obediente siempre a la voz del Espíritu. Tenía que ser alguien capaz de amar mucho: Amar a Dios para ofrecerle sin pestañear cualquier cosa que le pidiese, aunque pareciera descabellada; para ver la mano de Dios en todo, en lo grande y en lo pequeño; para poder adivinarlo en la mirada, en la sonrisa o en el llanto del Niño; para amar a María, para tenerla en el centro de su corazón, para leer a través de sus silencios, para estar seguro con sólo mirarla de la limpieza de su corazón, para saber quedarse discretamente a la puerta de su intimidad. Tenía que ser alguien que amara sin medida, sin pasar recibo, sin darlo importancia. (R Prieto).

Ese hombre fue San José: la santidad vestida con túnica de carpintero, tejida de silencios, hecha a golpes de martillo y renuncia, oculta y perfumada con el amor de cada día.

Descendía de David, lo que permitiría entroncar a Jesús con la herencia davídica. El evangelista Mateo nos hace saber que era carpintero – “¿no es éste el hijo del carpintero?”, decían de Jesús- : Un trabajo honrado que permitiría a su familia vivir una vida tan sobria como digna.

Pero no fue el suyo un camino fácil. Antes de esto, sabedor de que no era el padre, “como era justo y no quería poner en evidencia a María, decidió repudiarla en secreto” Hasta en esto se nota su bondad. Solo cuando sabe que el asunto es de Dios, lo acepta sin pestañear, hasta dar nombre e identidad social al Niño, a pesar de su temor inicial de arrogarse el mérito de una paternidad que no dependía de él: “No temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”.

José es uno de esos hombres  a los que les tocó vivir pruebas de fe tan duras como la de Abrahán. Son los hombres a través de los cuales Dios lleva adelante su proyecto de salvación y de gracia.

Al final de este Adviento, como en los próximos días navideños, José nos puede enseñar muchas cosas: Nos las recuerda un padre de familia creyente:

-Que sólo desde una fe honda se pueden aceptar los caminos del Dios que escribe derecho, aunque con renglones que, a nuestra humana lógica, le parecen muchas veces torcidos.
– Que los hijos, antes que de sus padres, son hijos de Dios; que a los padres corresponde buscar y favorecer que  en ellos se pueda realizar en plenitud su designio de amor y de paz.
– Que los responsables de las comunidades hemos de ejercer sobre aquellos que nos han sido confiados una responsabilidad paterna, que ha de ser antepuesta a la jurídica o jerárquica.
– Que los cristianos hemos de ver en cada hombre un hijo de Dios, al que amar y hacer partícipe de una esperanza que tiene su fuente en un Dios hecho niño para la salvación de la humanidad
– Quizá José quiera hablar en esta Navidad al corazón de cada uno de nosotros, que creemos que Dios se ha encarnado en un Niño, que Dios es el Dios de la vida y no de la muerte: Recordarnos: que cada uno de nosotros hemos recibido el encargo de dar testimonio, en esta sociedad aparentemente resignada a la ausencia de Dios, que “la virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. (Gregorio Vivadelli) .

Es claro que para poder hacer esto debemos soñar despiertos el mismo sueño de José y sentir la presencia de un Dios, que también en esta época de crisis y turbulencias nos dice: “No temas”. ¿No podría ser esta invitación a no temer miedo un hermoso lema para colocar, en este tiempo de temores y desconciertos, junto al belén del comedor, o para colgar del árbol de la Navidad? ¡Feliz Navidad!