+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
17 de diciembre de 2011
|
3
Visitas: 3
Estamos a una semana de la Navidad. Lo están anunciando las guirnaldas de luces de colores que iluminan las calles: lo presiente con belleza el villancico que madruga; lo nota el corazón, que empieza a rebosar ternura. Lo proclama la liturgia de este último domingo de Adviento que nos retrotrae al momento de la Anunciación, cuando Jesús empezó a ser un humilde embrión, desarrollándose en el seno cálido de María.
Dios ha asumido la condición humana, toda la dramática realidad humana, toda la historia humana, toda la causa humana. Una opción definitiva por el hombre. Abajamiento para Dios y dignificación para la criatura. Dios convertido en embrión humano, imperceptible, vulnerable, milimétrico. Dios hecho hijo de una joven desconocida y María hecha madre de Dios. Dios despojado de su gloria y grandeza para vestirse el traje dela misericordia, de un amor misterioso y entregado. ¡Asombroso, increíble!
Lucas seguramente tuvo oportunidad de entrar en contacto con los medios judeo-palestinenses, donde se conservarían las tradiciones relacionadas con la familia de Jesús. Es probable incluso que conectara personalmente con María, que “guardaba todas estas cosas en su corazón”. El tercer evangelista nos dice que ha tenido el cuidado de “encontrarse con aquellos que, desde el principio, fueron los testigos oculares, a fin de informarse de todo, antes de escribir el Evangelio”.
Uno se imagina que Lucas experimentaría, tanto como nosotros hoy, el problema del lenguaje: ¿cómo y con qué palabras expresar la experiencia vivida por aquella joven? Se trata, nada menos y nada más, de la concepción “según la carne” del Hijo de Dios. Por suerte, disponía de la larga tradición literaria y teológica de la Biblia. El, pues, vació su información en los moldes del lenguaje preparado y amasado en la experiencia religiosa de Israel. La tela del relato de la Anunciación está tejida toda ella con hilos bíblicos. La Revelación es una maravillosa mina de expresiones, imágenes y símbolos para intentar traducir en lenguaje humano el misterio inefable de Dios.
Nazaret era una aldea de una veintena de casas, unos ciento cincuenta habitantes, según los arqueólogos. Al contemplar a María en su pequeña y pobre casa nos acercamos a la humildad de la Encarnación: “Se anonadó, tomando la condición de esclavo” dirá san Pablo más tarde.
“Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo”. Alégrate es la expresión con que los profetas anuncian reiteradamente a Israel la venida de los tiempos mesiánicos que traerían la salvación para el pueblo. Y “el Señor ésta contigo” es la fórmula habitual con que se sienten alentados quienes son llamados por Dios a una alta misión. La nueva misión se manifiesta también cambiando el nombre del llamado. En este caso, el ángel se dirige a María con un nombre nuevo: “La llena de gracia”.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. La Escritura no utiliza definiciones dogmáticas, sino un juego admirable de imágenes y símbolos, que es el lenguaje más apto para lo inexpresable: La nube y la sombra son los signos inequívocos de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento. El Espíritu, que, al comienzo del Génesis, planeaba sobre las aguas primordiales para dar la vida, es como si inaugurara ahora una nueva creación. La referencia a la sombra de la nube desde la que Dios hablaba a Moisés o cubría el Templo indican que María es ahora el habitáculo de la presencia de Dios. Para una muchacha judía, habituada al lenguaje bíblico, las palabras del ángel traían toda esa evocación. Sólo quien acepta ponerse a ese nivel de fe, podrá sobrepasar la superficie del relato.
Dios no entra a saco en la vida de María, respeta los niveles de libertad y de responsabilidad. Pero María ha percibido, a través de las imágenes, lo esencial para comprometerse. Su respuesta es admirable. Hay “síes” que cambian la historia del hombre y del mundo. El de María no pudo ser de más disponibilidad: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra”. ¡Magnífica y ejemplar respuesta para quienes nos disponemos a celebrar la Navidad!
¡Qué bien lo expresó el poeta!: Dijiste “sí”/Dijiste “sí”/Dijiste “sí”/y se detuvo el tiempo,/y tu vientre sellado/y Dios se hizo silencio,/y tu seno de virgen/fue cuna y fue alimento,/se hizo carne incorrupta/se estremeció gozoso/fue canción, fue ternura/en pañales de sangre,/con la presencia ardiente/fue sagrario y fue templo,/prolongación inmensa/ del Verbo de la Vida/ fue patena y altar/de tu amor maternal (Alorda).
En estos días se abre en muchas parroquias la tradicional campaña navideña para compartir con los pobres. Hay muchos hermanos que están sufriendo las consecuencias de la crisis. Cáritas os podría hablar de situaciones sangrantes. Compartir con los que no tienen es una manera práctica de dar nuestro “sí” a Jesús, que en su encarnación se ha identificado con todo hombre, pero de manera especial con los más necesitados. Ensanchemos también nuestra generosidad.