Antonio Carrascosa Mendieta
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4 de enero de 2014
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La Doctrina Social de la Iglesia no es (…) sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana (Sollicitudo Rei Socialis, 41)
Ofrecemos a partir de hoy una serie de reflexiones que nos ayuden a conocer la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Justo es, por tanto, empezar preguntándonos qué es dicha doctrina y qué pretende en concreto. Hemos querido inaugurar esta serie con la definición que nos dejó Juan Pablo II en su segunda encíclica social.
La economía, la política, lo social en general, no sólo es el marco de nuestra vida, sino que inunda informativamente nuestros telediarios hasta el hartazón. Pero no nos basta con vivirlo o estar informados: necesitamos orientarnos, interpretar, tarea que no siempre es fácil en un mundo tan complejo. Interpretar es profundizar, es tratar de buscar significados, es descubrir que la realidad social no es ingenua, sino que determina lo humano.
Y en la Iglesia sólo tenemos un instrumento válido para orientar: el Evangelio de Jesús leído desde siglos en nuestra tradición. Todo el entramado social y económico en el que vivimos puede y debe ser interpretado desde esa buena noticia que es Jesús. Cuanto más evangélica sea nuestra interpretación, más humana será. Cuanto más evangélica, más del lado de los pobres estará. Cuanto más evangélica, más nos llamará a la transformación y no a la mera contemplación distante. Porque ese es indudablemente el objetivo de esta doctrina: el compromiso de cada uno. Ya lo dijo Pablo VI en la Octogesima Advenienes: “Que cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada persona por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva” (48). Ojalá que estas líneas durante los próximos meses contribuyan a ello.