Antonio García Ramírez

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1 de septiembre de 2024

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No basta con aferrarse a las tradiciones.  En la crisis de identidad que sufrimos en las sociedades de hoy día, hay quien se puede refugiar en una tradición ancestral o reciente para significarse e ignorar los desafíos comunitarios a los que nos tenemos que enfrentar. En aquel tiempo de Jesús, la ocupación militar y cultural romana era propicia a grupos sociales que aferrándose a tradiciones se constituían con rasgos de “pureza” en comparación con otros grupos o personas “impuras”. La fe cristiana que tiene una visión positiva de la “traditio”, pues la tradición significa transmisión y continuidad histórica, no puede ignorar la crítica de Jesús de Nazaret a la tradición. En palabras del papa Francisco, no vale el “siempre se ha hecho así” y punto. Es como si el Nazareno nos dibujara una pirámide con jerarquía de valores, dónde las costumbres y los comportamientos se gradúan de manera que se atenúan o se acrecientan. Con el ejemplo de lavarse las manos o el corazón, parece apuntar hacia ese discernimiento moral.

Adentros impuros.  Injusticias, fraudes, difamación… tres realidades que de propósitos pasan a actos sin que apenas prestemos atención. Tres pecados que abren portadas de periódicos todos los días. Y al ser cotidianos y tan próximos a nuestro corazón humano, se hacen casi invisibles a nuestra sorpresa pues nos han dominado. Vivimos obedeciendo a la razón económica que va imponiendo sus valores a golpe de realismo e idolatría. Lo de menos es el nombre del caso de corrupción, lo que nos debería preocupar es la tendencia a la envidia que estimulan en personas que se creían incorruptibles. Sin convicciones y sin prácticas de justicia, que van de menos a más, nuestra sociedad estará amenazada por nuestros adentros impuros.

Adentros verdaderos. Honradez, bondad, lealtad, … tres horizontes morales que comienzan desde las actitudes cotidianas respecto a las demás personas que nos rodean. Que son virtudes que se van modelando desde la educación recibida en la familia, en la escuela y en la sociedad. Que no son las propias del sistema económico y social actual, pero que tampoco lo fueron en aquel tiempo de Cristo. Que no nos harán más ricos, seguro. Que nos ayudarán a construir nuestra propia humanidad, como la levadura en la masa. Serán fermento de hombres y mujeres nuevas. Esa es la esperanza de la humanidad. El cambio o la conversión de corazones concretos que hacen posible el cambio social que necesitamos globalmente. Jesús puso su vida en ello, la entregó. Cuando murió en aquella cruz apenas hubo testigos, pero sus palabras no pasaron y aún nos sirven para construir nuestra ética.

 

Antonio García Ramírez
Párroco de San Isidro, Almansa