+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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21 de enero de 2012

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]ios es silencio, pero también Palabra; es oscuridad, pero también Luz. En la pasada festividad de la Epifanía invitaba yo a los fieles a estar atentos a las estrellas que, a lo largo del año, Dios enciende en nuestras noches como guiños amorosos, como incitación y llamada.

En vísperas de la Navidad nuestra Delegación de Misiones lanzaba, con los niños y niñas, la campaña “Sembradores de Estrellas”. Nuestros niños y niñas pretendían felicitar la Navidad prendiéndonos una estrellita en la solapa. Es una forma sencilla de sentirse misioneros, testigos y anunciadores del que es la Luz del Mundo. Hacia Él nos orientaban los pequeños como la estrella a los Magos.

Hoy os hablo de otra Jornada, que tiene también como protagonistas a los niños: la Jornada de la Infancia Misionera que celebraremos el domingo 22 de Enero.

En medio de un mundo muchas veces tenebroso e individualista, la Jornada de la Infancia Misionera es una fiesta con mucha luz. Es una ventana más para vislumbrar un mundo más claro y mejor.

Os decía que tiene como protagonistas a los niños. Ellos han logrado tejer una gran red de solidaridad hasta otros niños que sufren hambre, enfermedad, explotación laboral, que son víctimas de la guerra o viven en la calle. En la actualidad, más de 20 millones de niños y niñas de los países pobres se benefician, día tras día, de la ayuda de los niños cristianos de todo el mundo, que, con sus aportaciones, colaboran al mantenimiento de más de 15.000 escuelas maternales, 2.000 orfanatos, 2.100 hospitales. Sólo con las aportaciones distribuidas en 2011 se han atendido 2.843 proyectos.

No, no son cifras para la propaganda. He hojeado las páginas centrales de “Iluminare”, la revista de las Obras Misionales Pontificas, y allí, a lo largo de varias páginas, he visto las ayudas de las Diócesis españolas en el ejercicio del año 2010, así como los diversos países a los que aquella ha ido destinada. Tengo que reconocer con tristeza que Albacete no ha sido de las diócesis más generosas.

La infancia es un campo en que aún queda mucho por hacer. Los niños son los más afectados por las carencias económicas. Ellos siguen necesitando de nuestra ayuda, porque muchos son aún víctimas del hambre o la enfermedad, no tienen acceso a la educación ni gozan de las  atenciones sanitarias más elementales. De cada 100 niños que hay en el mundo, 60  son “hijos de la miseria”, víctimas de algunas o de varias de las carencias apuntadas.

Los niños españoles han entendido la llamada de Dios al contemplar los ojos tristes de otros muchos niños. Para descubrir a fondo todo el horror de la guerra, la injusticia y el hambre no hace falta preguntar; basta con mirar a los ojos de los que lo están sufriendo; sus ojos lo dicen todo.

«Con los niños de América…hablamos de Jesús”, reza el eslogan de la Jornada de la Infancia Misionera de este año. América es un continente, con grandes contrastes entre el norte y el sur, entre la población urbana y la rural. En la Exhortación postsinodal “Ecclesia in America”, los Padres sinodales lamentan y condenan la condición dolorosa de muchos niños, privados de la dignidad y la inocencia e incluso de la vida (n. 48). Y el Documento de “Aparecida” describe dicho estado con estas palabras: “Vemos con dolor la situación de pobreza, de violencia intrafamiliar (sobre todo de familias irregulares o desintegradas), del abuso sexual, por la que atraviesa un buen número de nuestra niñez: los sectores de niñez trabajadora, niños de la calle, niños portadores de VIH, huérfanos, niños soldados, niños y niñas engañados y expuestos a la pornografía y prostitución forzada, tanto virtual como real“ (n.439).

Frente a la globalización de la injusticia y la espiral de violencia cómo no esforzarnos por crear un nuevo tejido social de solidaridad, de justicia y de paz. Los niños son capaces de cambiar el mundo. Ellos pueden preparar un mundo nuevo si, en vez de una cultura consumista e insolidaria, asumen una cultura que abra la mente y el corazón al amor, a la ternura, a la solidaridad y al perdón.

Vale la pena que todos, especialmente los padres, catequistas y maestros, prestemos atención a jornadas como la de la Infancia Misionera, no sólo por la recaudación, que es importante, sino por el valor educativo y evangelizador que entraña. Ser sensibles ante la injusticia, desterrar del interior todo egoísmo, compartir con los necesitados es  ser misioneros del Dios que es Amor.