Luis Enrique Martínez Galera

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8 de diciembre de 2012

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En nuestro recorrido por el Patrimonio cultural de la Diócesis hacemos de nuevo una parada en Peñas de San Pedro para contemplar en el Museo parroquial una de las imágenes más antiguas que conservamos, se trata de la imagen de la Virgen de la Esperanza. Una escultura tallada en mármol alabastro, en torno a 1470, anónima, de estilo gótico hispano- flamenco, cercana a lo realizado por Egas Cueman en Toledo.

Presenta a María en pie llevando el Niño en sus brazos, recostado sobre su pecho, acomodado en su brazo derecho como almohada entregado al placido sueño que surge de la complicidad del regazo materno, y lleva en su izquierda una nuez abierta, símbolo de la nueva vida que germina de una semilla, en clara alusión a la vida ya engendrada en el seno virginal de María y que ésta alumbrará para nuestra salvación.

Se trata de una escultura elegante, de una exquisitez absoluta, que ofrece detalles de gran perfección: figura alargada y tratamiento de los paños fuertemente plegados y angulosos que crean contrastes de luz y sombras. La cabeza de la Virgen es la de una doncella de ovalado semblante con ojos almendrados; dirige su dulce mirada al Niño que descansa en sus brazos; un cuello robusto y un cabello abundante y ondulado completan la perfección de la imagen.

La sorprendente imagen debe proceder de la capilla del Castillo en donde se encontraba la primera población que paulatinamente se fue asentando en la ladera y que en el siglo XVIII construyera la hermosa Iglesia parroquial que conocemos. Con las modas y gustos del barroco en 1794 se procedió a encargar a Roque López la escultura de la misma advocación que hoy preside el retablo mayor. Así la imagen que tratamos quedaría en desuso, hasta el extremo de desaparecer. En 1982 con motivo de unas obras de restauración en el pavimento de la iglesia apareció el cuerpo de la imagen decapitada y con algunos desperfectos en el plegado de manto; la cabeza había sido encontrada por un monaguillo en su infancia, que ahora, como sacristán en su vejez veía completada la imagen. Juan José “el sacristán” había conservado la cabeza y la exponía en el pequeño museo pétreo, que poco a poco había ido reuniendo en el bajo camarín de la parroquia, junto a otros restos arqueológicos que se habían ido descubriendo de la iglesia del Castillo.