+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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23 de enero de 2008

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“Cuando Jesús supo que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaún, junto al mar, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: “¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, a la otra parte del Jordán, Galilea de los paganos! El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”.

No se me ocurre mejor comentario a este texto, que marca los comienzos de la actividad misionera de Jesús, que el testimonio que escuchaba de boca de la protagonista, Clara Almirante, con la que participé en un encuentro en el Pontificio Consejo para las Migraciones. La alegría y la paz que irradiaba aquella mujer menuda, que rondaba los cuarenta años, delataba la calidad y hondura de su alma. La dejo hablar a ella, resumiendo su testimonio, evitando citar algunos de los casos más duros, que aportaba.

“Quisiera compartir con vosotros la experiencia que el Señor me ha concedido vivir durante 16 años, en que nuestros hermanos de la calle se han convertido en mi familia.

En 1991, al terminar mi graduación en ciencias sociales, empecé a dirigirme por la noche a la estación Termini, empujada por un simple deseo: Hacer partícipes de mi alegría de haber encontrado a Cristo Resucitado a los más desesperados. No imaginaba encontrar una multitud tan inmensa de jóvenes solos, excluidos, con heridas y cicatrices en lo más hondo de su corazón y de su dignidad, víctimas de las más infames de las esclavitudes. ¡Cuántas muchachas vendidas como esclavas y obligadas a vender su cuerpo a gente sin escrúpulos! ¡Cuántos jóvenes, destruidos, aprisionados en la ilusión de un paraíso artificial que acabó por destruir sus almas! ¡Cuántos gritos silenciosos y lacerantes jamás escuchados por nadie!

He probado, con temor y temblor, entrar de puntillas en las zonas más “calientes” y he quedado impresionada por la sed de Amor, de Verdad, de Paz, de Dios, que he encontrado en aquel infierno.

Sorprendidos por la presencia de una chica “normal”, en la noche, me preguntaban: – “¿Qué hace una muchacha como tú aquí, entre nosotros, en un lugar tan peligroso, arriesgando tu vida por quienes no conoces? ¿Quién te ha mandado aquí?”. Muchas de las veces los encuentros concluían con una petición: “¡Sácanos de este infierno de la calle, nosotros también queremos encontrar a “ese Jesús” que ha cambiado tu vida!”.

Tuve muy pronto la certeza de que el verdadero problema de tantísimos muchachos, que encontraba por la calle, de noche, no era tanto la toxico-dependencia, el alcoholismo, la prostitución o la criminalidad, sino la muerte del alma. Cada noche tocaba con la mano el dramatismo de esta verdad: que “el salario del pecado es la muerte”. Y cada vez se esculpía con más fuerza en mi corazón una certeza: Que sólo el encuentro con Aquel que ha venido a curar las llagas de los corazones rotos, a proclamar a los prisioneros la libertad, a darnos la alegría de la Resurrección podría dar de nuevo Vida a estos hermanos en situación de muerte.

En marzo de 1994, en el más completo abandono a la Providencia, nació la primera comunidad de “Nuevos Horizontes”. En los años siguientes he podido ver millares de jóvenes, provenientes de experiencias extremas, reconstruirse a sí mismos a la luz del amor de Cristo, pasando de la muerte a la Vida. La respuesta de estos muchachos a la propuesta de intentar vivir el Evangelio al pié de la letra ha resultado verdaderamente sorprendente. De aquella primera casita, con colchones esparcidos por todas partes para acoger al número siempre creciente que llamaba a nuestra comunidad, hemos multiplicado, en Italia y en el extranjero, los Centros de Acogida. Los mismos acogidos han sentido enseguida la urgencia de comprometerse en una pastoral de la calle. Algunos, actualmente 223, provenientes la mayoría de la calle, han decidido consagrarse con promesa de pobreza, castidad, obediencia y Alegría, con el deseo de hacer de su vida un “Gracias al Amor”, al amor de Dios, y de testimoniar que Cristo ha venido para darnos la “plenitud de su Alegría”.

Durante este año hemos tenido la ocasión de contactar con una media de 40.000 jóvenes. Si por una parte, hemos visto el milagro de la gracia, también hemos crecido en el convencimiento de que la situación es más grave de lo que las estadísticas dejan ver.

En estos años he visto a millares de jóvenes pasar de la muerte a la vida, los he visto recorrer las mismas calles donde antes sembraban violencia, droga o prostitución, testimoniando el amor de Dios. He visto llenarse puntualmente las iglesias de jóvenes de la calle, de rodillas ante el Santísimo, confesándose después de años y años sin hacerlo, escuchando en silencio testimonios durante horas. He visto a otros consagrar su vida a Cristo para descender con Él a los infiernos de muchos corazones y anunciar allí la alegría de la Resurrección”.

Qué admirable ver cómo se hace realidad el anuncio de Jesús. “El Pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”. Acontece siempre que alguien se deja conducir por el Espíritu.