+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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24 de enero de 2009

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Recuerda un comentarista del evangelio, que me sirve hoy de inspiración, cómo, en sus años de estudiante, el profesor de literatura les enseñaba que una novela había de contar con tres elementos básicos: la exposición, el nudo y el desenlace.

La exposición presenta los personajes, el ambiente, las costumbres del lugar, la época histórica. El nudo es el momento en que el personaje o los personajes entran en acción; surgen circunstancias y conflictos que alteran el ritmo por el que discurre la vida, obligando a hacer replanteamientos nuevos. Es la trama de la vida, que, a veces, degenera en drama. El desenlace sería como la salida del túnel, la aclaración del embrollo o la toma de una decisión. Sabemos que la novela moderna no siempre se acomoda a estos cánones, pero nos valen para enmarcar el evangelio de este domingo.

Jesús, tras el arresto de Juan Bautista, se ha dirigido a Galilea, la “Galilea de los paganos”, como era llamada. Las invasiones sirias y caldeas habían dado lugar a una pintoresca mezcla de población donde abundaban los paganos. Hasta el habla de los galileos tenía un acento peculiar. Todo ello despertaba un cierto menosprecio por parte de los judíos ortodoxos. Es una opción claramente misionera por parte de Jesús, para la que busca colaboradores.

Pero sigamos con la exposición en el lago de Galilea, Simón y su hermano Andrés, que eran pescadores, están echando las redes; y un poco más allá, en la orilla, Santiago y Juan, también hermanos, andan remendando las suyas para empezar, luego, la faena. Esa era su vida: noches de brega y de vigilia para sacar el sustento del día. A veces el lago era generoso; otras, se levantaba una tormenta o el lago cerraba sus entrañas y los pescadores volvían de vacío. Una vida que podía ser la de cualquiera de nosotros, los que andamos por los mares de este mundo, bien sean mares de agua o de asfalto.

Ahora vendría el nudo. Jesús entra en escena y va a cambiarlo todo. Pasando Jesús junto a ellos les dijo: «Venid conmigo y yo os haré pescadores de hombres”. Probablemente mediaran otros encuentros previos, pero el evangelista, intencionadamente, prescinde de los detalles para centrarse en lo esencial que quiere transmitir. La propuesta de Jesús es tan inesperada y desconcertante como para romper la monotonía de la vida que habían llevado hasta entonces. Son invitados a embarcarse en una aventura que choca y deja al descubierto sus planes y seguridades, su trabajo, su casa, su familia, hasta su filosofía de vida.

Y, por fin, el desenlace: Tienen que tomar una decisión. El texto es conmovedor por la austeridad del relato: “Dejándolo todo, le siguieron”. Y respecto a Santiago y Juan, añade: “Dejando a su padre Zebedeo con los jornaleros en la barca, se marcharon con Él”.

En su simplicidad el hecho nos describe el esquema de la historia de tantos y tantos seguidores de Jesús: En nuestro camino tranquilo y distraído, un buen día se cruza la sombra, el rumor, la llamada de Dios. Puede llegar como un fogonazo de luz o como un acontecimiento que conmueve y obliga a hacerse preguntas y a buscar respuestas. Preguntas que, seguro, van acompañadas de dudas y conflicto interior…

Son historias de ayer y de hoy, con las que se sigue reescribiendo el evangelio. En el deambular de la vida, quizá mientras echamos el copo el mar de las faenas diarias o mientras echamos las copas en el bar; mientras remendamos las redes o intentamos recomponer los jirones de nuestra vida rota, puede colarse la llamada de Dios, capaz de cambiar nuestro rumbo y dar un sentido nuevo a la vida.

Me contaron el hecho con pelos y señales: Era un muchacho de pueblo, de buena presencia, con novia formal. Cansado de estar mano sobre mano se marcha a la gran ciudad en busca de trabajo. Cuando se le acaba el dinero, sin encontrar ocupación, se ve obligado a comer en albergues y a dormir en el metro. Un día alguien le ofrecen ganar dinero fácil; a cambio tendrá que vender su cuerpo y su dignidad. En poco tiempo gana mucho más de lo que podía imaginar, pero no es feliz. Otro día, en la barra de un bar traba conversación con un joven militante cristiano, también en paro, pero al que su fe le ayuda a mantener la dignidad. Después de aquel encuentro siguen otros. Hoy aquel joven, que es un personaje real, ha abandonado su vida anterior, trabaja de camarero por un sueldo que le da poco más que para comer y pagar la pensión, pero ha podido volver a mirar limpiamente a los ojos de su novia.

Cada uno sabe de qué redes y líos le invita a salir Jesús. Ojalá que Él, que está pasando siempre, se cruce en tu camino. Podría ser el inicio de una libertad nueva.