+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
22 de enero de 2011
|
72
Visitas: 72
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]B[/fusion_dropcap]ienvenidos quienes tomas opciones radicales
Los comienzos de una obra son siempre interesantes. En los comienzos se diseña el futuro. Por eso, a los historiadores les apasiona tanto indagar los orígenes.
El evangelista Mateo nos presenta la época de Jesús como un tiempo difícil, dramático a veces. El poder político había metido en prisión a Juan el Bautista, silenciando así su voz profética. Es entonces cuando Jesús toma el relevo lanzándose a una aventura que, también a él, le conducirá al mismo destino trágico que al precursor.
Deja la pequeña aldea de Nazaret, escondida entre colinas, y va a una zona más poblada, la orilla del lago, a Cafarnaún, villa fronteriza y cosmopolita, atravesada por el llamado Camino del Mar, que enlazaba Damasco con Cesarea, el puerto del Mediterráneo. Es el lugar estratégico donde comenzará a sonar la Buena Nueva que, desde entonces, sigue resonando en todas las iglesia del mundo. Jesús anuncia con hechos y palabras el Reino de Dios, que se hace realidad en su vida, invita a la conversión.
Pero el Reino de Dios necesita de hombres y mujeres disponibles y decididos a colaborar en su edificación y que, luego, prosigan la obra de Jesús. Por eso, lo primero es buscar colaboradores. Llama a sus primeros discípulos, hombres sencillos, pero generosos. No les propone de antemano un reparto de funciones, sino que les vincula a su persona, a su seguimiento. El va delante, es el punto de referencia.
Lo que comenzó junto al lago, hace ya dos mil años, debe ser transmitido, ampliado, continuado a través de los siglos. Por eso Él sigue repitiendo, como entonces:»Venid, seguidme, os haré pescadores de hombres. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron» escucharemos en el evangelio. La prontitud en responder, dejando barcas y redes, nos hace entrever el inmenso atractivo y seducción de la persona de Jesús y su mensaje.
Hoy parece haberse devaluado la estima por la vocación apostólica, laical, religiosa o sacerdotal. Seguramente todos tenemos alguna parte de culpa: los consagrados y los no consagrados, los padres y los hijos, el medio ambiente y el mal ambiente. Y sin embargo es seguro que Jesús sigue pasando de nuevo por la orilla de todos los lagos donde se teje la vida…, y sigue invitando. ¿Por qué no se escucha su voz?
Eran mis años de cura joven. Recuerdo que había subido con un grupo de adolescentes a la montaña. La melena de nieblas que cubría las cumbres fue adensándose y empezó a descender en una invasión silenciosa. Conscientes del peligro decidimos emprender el descenso, porque la niebla en la montaña es muy peligrosa, se pierde toda orientación. Pero la niebla bajaba cada vez más aprisa, casi en tropel. Pedí a los chicos y chicas que nos apiñáramos. Así hasta llegar a la plataforma desde donde seguía ya un camino asfaltado y seguro. Entonces echamos en falta a un chico. Los mayores, ante el peligro de que se echara encima la noche, salimos en su búsqueda. Agitábamos una linterna, gritábamos sin cesar el nombre del perdido, pero la niebla se comía nuestras voces. El muchacho que se había quedado atrás, atándose las botas, era incapaz de escucharlas. Nuestra preocupación se trocó en alegría cuando, a los pocos minutos, lo encontramos bastante más tranquilo que los que le buscábamos.
A lo mejor el problema vocacional es también cuestión de nieblas, de ataduras o impedimentos que obstaculizan que la voz del Señor llegue nítida y transparente al alma.
“A los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”, escucharemos en un antiguo texto de Isaías, que Mateo entiende que se cumple en Jesús.
Dichosos los que escuchan la voz y la siguen. Bienvenidos los que se apuntan con ánimo de mejorar nuestro mundo, de ser prolongadores de la Buena Noticia. Pero especialmente bienvenidos quienes toman opciones radicales, aquellos que no miran tanto lo que dejan -redes, barcas, familia- como lo que escogen. Bienvenidos los que unen sus manos a otras manos que llevan en sus arrugas mucha paz derramada, las manos que quieren sembrar luz, amor, esperanza, felicidad. ¿Impedirán las nieblas de nuestra sociedad y las que pueblan el corazón que haya jóvenes que, viendo las necesidades del mundo, escuchen la llamada entrañable de Jesús y sigan respondiendo, como otros lo hicieron ayer a la orilla del lago: «Te seguiré, Señor, dondequiera que vayas?».