+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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21 de enero de 2017
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l poder político había metido en prisión a Juan el Bautista, silenciando así su voz profética. Es entonces cuando Jesús toma el relevo. Deja la pequeña aldea de Nazaret, escondida entre colinas, y se marcha a la orilla del lago, a Cafarnaún, villa fronteriza y cosmopolita, camino obligado para acceder a Cesárea, el puerto del Mediterráneo. En ese lugar estratégico comienza a sonar la Buena Nueva, que, desde entonces, no ha dejado de resonar en todas las lenguas y rincones del mundo. Jesús anuncia con hechos y palabras el Reino de Dios, presente en su vida, e invita a la conversión.
Pero el Reino de Dios necesita de hombres y mujeres disponibles y decididos a colaborar en su extensión. Por eso, lo primero es buscar colaboradores. Llama Jesús a sus primeros discípulos, hombres sencillos y generosos, que entran en su escuela de vida y de misión. Los llamó “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”.
Lo que comenzó junto al lago, hace ya dos mil años, debe ser transmitido, ampliado, continuado a través de los siglos. Por eso, Él sigue repitiendo, como entonces: «Venid, seguidme, os haré pescadores de hombres”.
Nuestra Iglesia de Albacete está en misión. Y ha empezado, como hacía Jesús, invitando a vivir en grupo la experiencia del discipulado. Luego vendrá la misión propiamente dicha.
La prontitud en responder de Pedro y de Andrés, de Juan y Santiago, dejando barcas y redes, nos hace entrever el inmenso atractivo y seducción de la persona de Jesús y de su mensaje: “Y ellos, dejándolo todo, le siguieron«.
¿Nos atrae participar de la vocación apostólica, sea ésta laical, religiosa, sacerdotal…, o se ha devaluado en nosotros este interés? Es seguro que Jesús sigue pasando de nuevo, y sigue invitando a su seguimiento. ¿Por qué no se escucha hoy su voz? ¿Qué nieblas, qué ataduras o impedimentos obstaculizan que la llamada llegue nítida al fondo del alma?
En nuestro mundo, aunque no lo parezca, incluso tras un primer rechazo, hay hambre de luz, de verdad, de belleza, de sentido, de Dios.
Os cuento: Es italiana y se llama Chiara Almirante. Cuando la vi, me impresionó la luminosidad, la alegría y la paz que irradiaba su mirada. Nos contó la experiencia que vivía desde hacía 16 años, cuando, al terminar su graduación en ciencias sociales, empezó a dirigirse, por la noche a la estación Termini, de Roma, empujada por el deseo de hacer partícipes, a los más desesperados, de su alegría de haber encontrado Cristo. “¡Cuántas muchachas vendidas como esclavas y obligadas a vender su cuerpo a gente sin escrúpulos! ¡Cuántos jóvenes, destruidos, aprisionados en la ilusión de un paraíso artificial que acabó por destruir sus almas! ¡Cuántos gritos silenciosos y lacerantes jamás escuchados por nadie! He probado, con temor y temblor, entrar de puntillas en las zonas más “calientes” y he quedado impresionada por la sed de Amor, de Verdad, de Paz, de Dios, que he encontrado en aquel infierno. Y cada vez se esculpía con más fuerza en mi corazón una certeza: Que sólo el encuentro con Aquel que ha venido a curar las llagas de los corazones rotos, a proclamar a los prisioneros la libertad, a darnos la alegría de la Resurrección podría dar de nuevo Vida a estos hermanos en situación de muerte.
En estos años, he visto a millares de jóvenes pasar de la muerte a la vida, los he visto recorrer las mismas calles donde antes sembraban violencia, droga o prostitución, testimoniando el amor de Dios. He visto llenarse puntualmente las iglesias de jóvenes de la calle, escuchando en silencio testimonios durante horas. Hasta ahora, 223 personas, salidas, casi todas, de esos ambientes, han consagrado su vida a Cristo, con los votos de pobreza, castidad, obediencia y alegría, para descender con El a los infiernos de muchos corazones y anunciar allí la alegría de la Resurrección”.
Aquella experiencia se ha multiplicado por cientos en Italia y en el extranjero. Evangelizar es encontrase con Cristo, experimentar su novedad liberadora y contar esta experiencia a otros. ¡Y qué admirable ver cómo se hace realidad lo que leemos al comienzo del Evangelio de este domingo: “El Pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”!