+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

|

21 de abril de 2012

|

15

Visitas: 15

En estos domingos de Pascua continuamos contemplando a Cristo resucitado, que al rencontrarse con sus discípulos comparte la comida con ellos, como en los viejos tiempos.

El evangelista Lucas alude en dos ocasiones a las cenas del Resucitado con sus discípulos. Una primera vez lo vemos en el encantador episodio del encuentro con los dos discípulos que, cariacontecidos, se iban a Emaús. Mientras hacen camino con el extraño compañero que se les ha unido en el viaje, no reconocen en él a Jesús. Hablan con él de lo sucedido aquellos días en Jerusalén, de la muerte del Nazareno, incluso de los rumores de resurrección que, a primera hora, habían esparcido unas buenas mujeres que fueron al sepulcro. Pero ellos no sólo no lo creen, sino que apelan al realismo. Por muy amargo y decepcionante que sea, hay que atenerse a los hechos.

Al atardecer, cuando llegan a Emaús, seguramente su pueblo, invitan a Jesús que entre a tomar un bocado. Jesús acepta y, sentados a la mesa, “le reconocieron al partir el pan”. Entonces, sin pensarlo dos veces, retornan gozosos a Jerusalén a contar a los compañeros cómo les ardía el corazón mientras les hablaba por el camino y cómo le reconocieron al partir el pan.

En la misma tarde, mientras los otros apóstoles, desconcertados y descorazonados, comentan lo vivido, Jesús se hace presente en persona con un saludo de paz. Parece que estaban cenando, porque Jesús, para convencerles de que es él y no un fantasma, les pide algo de comer, y ellos le ofrecen lo que tienen a mano: pescado asado.

En el pasado habían comido muchas veces con Jesús. Y ahora que él ha resucitado parece que considerara este momento, el de la comida – el gesto tan habitual de sentarse a la mesa- como el más apto para presentarse a los suyos, para estar con ellos: momentos privilegiados de serenidad, de alegría, de amistad, de comunión, como todos hemos experimentado tantas veces en nuestras familias o en comidas con los amigos. Es lógico pensar que era un buen momento para encontrase es el de la comida.

Jesús también había usado reiteradamente la imagen de la comida para sus enseñanzas. En diversas parábolas había descrito el Reino a partir de la imagen del banquete: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que organiza un banquete e invita a sus amigos”.

Pero hay más: En una ocasión, Jesús dio la máxima importancia a una comida con sus discípulos: “Ardientemente he deseado comer esta cena con vosotros antes de padecer”. Es como si hubiera vivido esperando esa hora y esa cena: era la cena del Jueves Santo.

Era la Pascua de los judíos. Estaban reunidos en el Cenáculo. Jesús celebraba con sus discípulos aquella solemnidad según el rito hebreo: Comieron juntos el cordero pascual, el manso animal, signo de la liberación de Egipto. Durante esa cena, Jesús les había reservado una sorpresa de efectos imprevisibles: la institución de la Eucaristía, anticipo sacramental de su vida entregada.

Ahora Jesús, después de su muerte y de su resurrección, ha vuelto entre los suyos eligiendo el momento de la comida. Parece que, así, Jesús quería recordarles todo lo que significaba la comida: el encuentro, la amistad, la intimidad familiar, las parábolas del Reino y, sobre todo, la última cena, la mesa de la Eucaristía, donde han de hacer memora y presencia de Él, de su muerte y de su resurrección.

Las apariciones de Jesús en el contexto de la mesa son como catequesis con las que el Resucitado educa la mirada de los suyos para que aprendan a reconocerle ahora con los ojos de la fe en esa otra forma suya de presencia por antonomasia que es el signo sacramental de la fracción del pan, la Eucaristía.

Los discípulos han empezado a verlo todo, la vida y las palabras de Jesús, con una luz nueva, con la luz de la Pascua. Y empezaron a comprender muchas cosas que antes, por más que Jesús las explicara, no acababan de entenderlas. Así, empezaron las primeras comunidades cristianas a repetir el rito realizado por Jesús en la Cena: partían el pan eucarístico y lo distribuían. Y sentían que el Resucitado estaba con ellos, que la Eucaristía fue el invento y la estratagema de Jesús para permanecer con ellos, para que se hicieran un cuerpo con Él. Por eso, en torno a la Eucaristía se edifica la comunidad cristiana como cuerpo de Cristo. 

Nosotros, la Iglesia del Señor, siguiendo el mandato de Jesús, hacemos la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia. Jesús a la vez que se hace pan de Vida para nuestra indigencia nos enseña a darnos, hasta compartir el pan de cada con los necesitados.

Lo de las comidas de Jesús, las “pre” y las post-pascuales, tiene miga.