+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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18 de abril de 2015

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l amor fiel no está de moda, cuenta con numerosos enemigos. Unos atacan en campo abierto, otros lo hacen de manera sutil y clandestina. Los analistas apuntan, entre otros:

– El error en las motivaciones. Apoyarse en motivaciones efímeras produce amores efímeros.                                                                                                                             

– Confundir el amor con un sentimiento o con una emoción, como hace el amor romántico. El amor es emoción, sentimiento, pero es también elección, decisión, compromiso.                                                                                                           

– Incapacidad de sufrir y soportar contradicciones, conflictos, renuncias, sacrificios. El amor comporta satisfacciones hondas, pero exige sacrificios y renuncias.                    

– Buscar sólo ventajas y provechos en el amor. Quien ama a una persona sólo para conseguir un bien de ella, no ama a la persona, sino que ama al bien que espera de ella. En definitiva se ama a sí mismo.

Afirmaba Platón que los hombres aprendieron de la naturaleza (podría ser de una piedra, de un árbol, de un amanecer o de una puesta de sol..) las cosas más importantes. En una época como la nuestra, de compromisos frágiles, o líquidos, como los llaman otros, hasta un animalito puede darnos lecciones de fidelidad.

Se trata de un hecho real. Es la historia de un perrito, arrojado poco después de nacer al fondo de una zanja y recogido una tarde fría de invierno por un obrero, cuando éste volvía de su trabajo. El perro moribundo se recuperó pronto, ligándose desde entonces, con un afecto admirable, a quien había sido su salvador. Siempre estaba a su lado, le acompañaba, cada mañana, hasta el autobús, y le aguardaba, cada tarde, en la parada a la vuelta del trabajo. Pasado un tiempo, el obrero murió al ser bombardeada la fábrica donde trabajaba. Sin embargo, hasta el año 1958 en que murió el perro, éste siguió acudiendo, tarde tras tarde, a la parada del autobús con la instintiva esperanza de ver regresar a su dueño. En noviembre de 1.957, con el acuerdo unánime de todos los vecinos, se le concedió al animal la medalla de oro a la fidelidad. Murió pocos meses después. En la plaza mayor de la pequeña población italiana de Borgo San Lorenzo se puede admirar todavía el monumento erigido al perro con esta dedicatoria: «A Fido, cane fidele».

Me viene a la memoria un texto del profeta Isaías que, a pesar de lo que ha llovido desde que se profirió, no ha perdido actualidad: «Hijos crie y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Pero Israel no conoce, mi pueblo no discierne».

La fidelidad lleva tiempo cotizando a la baja en nuestra sociedad. Algunos, más que un valor, la consideran casi un contravalor. Se cambia de creencias, de valores, de amigos, de esposo o de esposa como se cambia de producto ante las ofertas del escaparate del supermercado.

La fidelidad, como la misericordia, forma parte de los apellidos de Dios, y sólo se entiende bien cuando se empieza a comprender lo que significa la fidelidad misma del Dios que nos hizo a su imagen y semejanza.