+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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14 de enero de 2017

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l profeta Isaías, en un fragmento de su obra, conocido como el segundo canto del Siervo, nos presenta a un misterioso personaje – el Siervo del Señor -, llamado para traer la salvación y la luz de Dios a Israel y a todas las naciones (cf I, 40):Es elSiervo inocente que carga sobre sí el pecado de la humanidad.En el cuarto canto se le describecomo “cordero llevado al matadero… Sus cicatrices nos curaron (cf. Is 53). Es una figura que sólo con Cristo dejará de ser misteriosa y oscura.

“Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). De esta manera señaló Juan el Bautista a Jesús en las orillas del río Jordán. (Los lingüistas nos dicen que, en el dialecto arameo, el mismo término significa “siervo” y “cordero”).

«Cordero» y «pecado» son dos palabras que casi no entran ya en las categorías mentales del hombre de la sociedad post-industrial, pero que los cristianos repetimos de manera habitual en la liturgia. Se trata de una forma de profesión de fe de las primeras comunidades. Sólo nos entregan su sentido desde el trasfondo bíblico y cultural con que el símbolo del cordero-siervo va impregnado.

Diariamente, en el templo de Jerusalén, se sacrificaba un cordero para la purificación de los pecados del pueblo. Y cada año, en la Pascua, los israelitas sacrificaban cientos de corderos, que, luego, comían en familia con un ritual preciso. Recordaban y actualizaban así la liberación de Egipto, cuyo signo y contraseña fue la sangre de un cordero con la que fueron ungidos los dinteles de las puertas de los hebreos.

Y el vidente del Apocalipsis llora porque nadie es capaz de abrir el libro que, está sellado con siete sellos. Sus lágrimas se convierten en canto al contemplar un Cordero como degollado, pero en pie, que puede abrir el libro. Él tiene la llave, Él es la cifra que descifra el sentido del hombre y de la historia, de la vida y de la muerte. Al final del mismo libro, después de haber visto desfilar por sus páginas los símbolos siniestros del hambre, la guerra, la enfermedad, la violencia, suena el canto de los redimidos proclamando que la salvación es de Dios y del Cordero. Las llagas del Cordero sacrificado, nuestra Pascua, resplandecerán como el sol en la mañana de la resurrección, proclamando que el mal y el pecado no tienen la última palabra; que al final no triunfará la desgracia, sino la gracia. Y la nueva humanidad, será invitada a engalanarse como una novia para participar en las bodas del Cordero.

Le habían hablado al niño en la catequesis de Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y él, tan vivo e inteligente, preguntó:- ¿Pero no habíamos dicho que Jesús era el Buen Pastor? ¿En qué quedamos: pastor o cordero?

Son dos imágenes que se complementan. Jesús es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas; que no las abandona, como los asalariados, cuando viene el lobo; que busca a la oveja perdida y la carga sobre sus hombros. Así le pintaron los cristianos de los primeros siglos en las catacumbas. Pero es también el pastor que da la vida por las ovejas; el pastor que en la cena de pascua se hace “pasto”, que en la cruz se hace cordero. ¡Qué bien suenan los versos del soneto de Lope de Vega!: Pastor que con tus silbos amorosos, / me despertaste del profundo sueño. / Tú que hiciste cayado de ese leño/ en que tiendes tus brazos poderosos/…Oye pastor que por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecador/ pues tan amigo de rendidos eres…

La palabra de Dios y la liturgia se atreven a proclamar hoy a Jesús como nuestro salvador, como esperanza de una salvación plena. Lo hacemos con sencillez, pero con la hondura de una confesión de fe: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo«. Y cualquier otro día será proclamado como Buen Pastor, el Pastor que da la vida, que nos lleva a las fuentes tranquilas, y en las verdes praderas de su Reino nos hace descansar. 

¡Pastor y cordero! Tanto monta, monta tanto. A Lope de Vega, al que le encantaban ambas imágenes, se le iluminó la pluma y escribió: «Pastor y cordero, sin choza y lana, / ¿dónde vais, que hace frío tan de mañana…?».

Quiera Dios que ambas palabras –Pastor y Cordero- , al ser escuchadas, encandilen el corazón de los cristianos.