+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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4 de diciembre de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]N[/fusion_dropcap]ecesitamos señales que nos recuerden que hay que allanar senderos y rebajar diferencias. Necesitamos alertas que nos conmuevan, que nos seduzcan y arrastren en pos de lo realmente valioso. Eso era Juan el Bautista, el precursor, el vocero de Dios, que grita desde la aridez del desierto .Vestido con una piel de camello que sujeta a la cintura con una correa de cuero y alimentándose de saltamontes y miel silvestre, sus palabras son destellos que iluminan la noche de los hombres. Tiene el encanto de la coherencia que paga a precio de sangre, la utopía de quien sabe que hay cumplir la misión no para agradar al mundo, sino para ser fiel a Dios.
“Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. La gente acudía él de Jerusalén, de toda Judea, de la zona del Jordán. Acudían por eso, porque veían cumpliéndose en él el anuncio hecho siete siglos antes por el profeta Isaías.
Conocemos el mensaje teológico de Isaías, su invitación a tener una experiencia personal de Dios y de su Palabra. Una experiencia fundada en la confianza y abandono a esa Palabra. Sólo así, quien aspira a vivir una vida de fe logra la fuerza interior que le permite afrontar las dificultades y las contradicciones de la vida: “Si no os afirmáis en mí, no seréis firmes” (Is 7,9).
Eso es lo que nos viene a recordar el evangelio de este domingo. Que todos tenemos necesidad de hacer, también hoy, una nueva experiencia de Dios. Nos lo dice de manera especial a quienes ya formamos parte de la comunidad creyente. Juan no estaba en tierra de paganos, sino que hablaba al pueblo de Dios. “No os hagáis ilusiones pensando: “Abrahán es nuestro padre”, porque os digo que Dios puede sacar de las piedras hijos de Abrahán”. Es a nosotros los creyentes a quienes nos insta con voz recia a la conversión: “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”.
Tenía gracia, pero también tenía su miga, lo que decía aquel conferenciante: Que en otros tiempos Dios podía sacar de las piedras hijos de Abrahán, pero que hoy son los hijos de Abrahán los que se han convertido en piedras. ¿Será verdad? Por eso, en este adviento de 2010, Juan nos viene a recordar a la gente de Iglesia que no podemos quedar encerrados en unos esquemas que hemos ido haciendo razonables, acomodados a nuestros modos y maneras; que es indispensable redescubrir , en nuestra vida, la frescura de un renovado encuentro con Dios. Si no es así ¿cómo podremos estar preparados para acoger la novedad y el escándalo de un Dios que se nos da en la pobreza y pequeñez de un recién nacido?
“Raza de víboras, dad el fruto que pide la conversión”, gritaba el Bautista. Porque con Dios no se pude hacer un doble juego: No se pude encender una vela a Dios y otra al diablo cuando se trata de vivir el Evangelio sea en la vida privada o en la pública. No basta con decir “somos hijos de Abrahán”, convirtiendo la religiosidad en un escudo con el que nos defendemos frente a cualquier invitación que no venga del Evangelio.
Sabemos que, gracias a Dios, la conversión no es sólo obra de Juan y de su predicación, ni obra sólo de nuestras fuerzas, sino de Jesús, el único que pude hacer verdad dentro de nosotros, el único que pude separar la paja de nuestras rutinas y de nuestras resistencias del grano de nuestro verdadero deseo de seguir a Cristo. El puede manifestar la omnipotencia de su amor en la fragilidad de un recién nacido. Por eso, clamaba que no era el Cristo, que no confundieran su mensaje con el propietario, que él no era el que esperaban, que él era sólo la voz que clama en el desierto, la voz que enmudecería cuando llegara el que era la Palabra.
Necesitamos hombres y mujeres, como Juan, que sean ráfagas refrescantes, que nos hagan sentir la nostalgia, el apetito, el gusto y la esperanza en Dios. ¡Gracias, Juan!