Manuel de Diego Martín
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3 de agosto de 2013
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En este Año de la Fe, entre las propuestas operativas que se nos presentan en los programas diocesanos, está el acercarnos a las vidas de los santos que pueden ayudarnos a vivir en coherencia cristiana.
Hoy quiero hablar de un santo cuya fiesta celebramos el miércoles pasado. Se trata de S. Ignacio de Loyola. Varias razones me animan a ello. En primer lugar tuve la suerte de tener muchos años como educadores a los jesuitas, los seguidores de Ignacio. También el otro día me encontraba en Arévalo viendo las Edades del Hombre y pude ver el viejo colegio en que Ignacio pasó su juventud, cuando tenía aires de nobleza y ambiciones de poder. Hasta que un día le tocó la gracia y todo cambió.
Otra razón me amina el recordar al gran jesuita, que es el Papa Francisco y que el día de su fiesta en la Iglesia de Roma, en que se encuentran los restos mortales de este santo, hizo una homilía muy clara, comentando la vida de S. Ignacio que nos puede ayudar mucho. Una vez que Ignacio se convirtió, decía el Papa, centró toda su vida en Cristo, para hacer el bien. Esto debemos hacer también nosotros, centrar nuestra vida en Jesús. Y nos recordó que debemos estar siempre atentos para reconocer nuestras vergüenzas, es decir reconocer nuestros pecados.
En este momento histórico en que hemos vivido esta jornada parlamentaria que se están sacando a luz todas las corrupciones de nuestro entorno social, cuánto bien nos hace a todos, empezando por los grandes políticos hasta terminar con el más pequeño de los ciudadanos seguir los buenos consejos de S. Ignacio, convertirnos a Jesús, centrar nuestra vida en Él, para hacer el bien, como él decía en su lema clásico, todo a la mayor gloria de Dios, no en deshonra de nuestro Señor y para vergüenza de los hombres