+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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26 de noviembre de 2011

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]on el primer domingo de adviento iniciamos un nuevo año litúrgico. Adviento suena a esperanza. Esperamos la venida del Señor. Una venida que ya ocurrió en humildad y pobreza, hace más de veinte siglos. Una venida que acontecerá en esplendor y gloria al final de los tiempos, a cuya luz todas las cosas adquirirán su sentido, su real peso y su media. Y una venida permanente, diaria, que llama a nuestra puerta tanto en cada detalle de nuestra existencia como en los grandes acontecimientos de la historia. En la liturgia, el futuro y el pasado se dan cita en el presente. Si Dios es el que viene, qué menos se puede pedir que colocarnos en actitud de espera.

Sin embargo, sigue siendo verdad que lo que dice Juan en su Evangelio: «que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz». Más que esperar, huimos, como Caín después de la muerte de su hermano Abel. O esperamos frívolamente, como la del cuplé, haciendo nubes de humo, dejando que corran los días en la más absoluta inoperancia. O aplazando los problemas serios de la existencia para más tarde, como el alumno que lo fía todo a los exámenes. Nos pasa, más o menos, como a las jóvenes necias del Evangelio de hace unas semanas, que se quedaron dormidas, sin aceite en las lámparas, y no pudieron participar de la fiesta de bodas.

El que espera de verdad sale al encuentro del que viene, como si se tratara de una cita de enamorados. Sólo entonces el adviento adquiere todo su dinamismo. Así lo vivía, día a día y hora a hora, aquel enamorado de Dios que fue Juan de la Cruz:«Buscando mis Amores/ iré por esos montes y riberas; / ni cogeré las flores, / ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras/». Así se vive el adviento: sin que distraigan «las flores», ni nos asusten «las fieras«, dispuestos a franquear los obstáculos que se presenten en el camino, ya sean «fuertes o fronteras«.

La frase de Jesús, que se repite nada menos que cuatro veces en el fragmento del evangelio de este domingo es «Estad en guardia, velad«. Frecuentemente Jesús utiliza esta expresión en contexto de combate, pues la vigilancia exige lucha, como reclamando una atención extrema ante un caso de peligro: Hay que «estar en guardia» para comprender la Palabra de Dios, para defenderse de la levadura de los fariseos, para no dejarse llevar de los falsos agoreros que creen que pueden pronosticar el futuro, nos advertirá en el Evangelio de Marcos.

La vida cristiana es un camino hacia el encuentro. No sabemos si el Señor llegará «al atardecer, a media noche, al canto del gallo o de madrugada». Resulta curioso que Jesús, cuando exhorta a la vigilancia, sitúa casi siempre la venida en la noche. En Oriente, entonces, no se viajaba de noche por el peligro que ofrecían los caminos. Quizá por eso la noche tenía una significación simbólica tan profunda: era el tiempo del «poder de las tinieblas«, de la tentación, de la prueba. Hay que estar vigilantes, sobre todo, en la noche.

San Pablo también utiliza un lenguaje dramático para hablar de la vigilancia. Dice que hay que «arrancarse del sueño». En varias de sus cartas enumera las armas de la vigilancia.

En una generación como la nuestra, enferma de insomnio, abundan las sustancias que “inducen” a conciliar el sueño. Pero los somníferos también abundan en el plano moral. El vampiro, según la leyenda, mientras chupa la sangre inyecta una sustancia soporífera que hace más dulce el dormir. Así, los malos hábitos, los vicios, el materialismo hedonista pueden anestesiar lo conciencia hasta el punto de no sentir ya ni remordimientos.

Velar en la noche, en la dificultad, es mantener la esperanza incluso en las horas oscuras; es seguir apostando por el bien cuando parece triunfar el mal. «¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre!, / aunque es de noche» cantaba también Juan de la Cruz.

Concluimos con una palabra de Jesús que nos abre el corazón a la confianza y a la esperanza: «Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, los irá sirviendo”. (Lucas12, 37).