+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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7 de septiembre de 2007

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La liturgia de la Iglesia celebra hoy la fiesta de la Natividad de la Sma. Virgen. Un nacimiento que no sabemos ni dónde ni cuándo aconteció. Pero había que buscar un día, porque valía la pena celebrarlo. En aquel acontecimiento anónimo, perdido en alguna humilde aldea de Galilea, se escondía “un anuncio de gozo para el universo”, pues “de Ti nacerá el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios”, canta emocionada la liturgia. El nacimiento de Maria fue como la tenue claridad de la aurora que anunciaba la posterior aparición del sol.

Numerosos pueblos y ciudades han buscado el arrimo de esta fiesta para celebrar el patronazgo de sus vírgenes. Así sucede en Albacete, que hoy celebra a su Patrona, patrona también de la Diócesis, Nuestra Señora de los Llanos ¡Fiesta de Nuestra Señora de Los Llanos! Sólo podía llamarse así a la Sma Virgen en esta tierra llana, cuyo horizonte es siempre el infinito. Con este nombre o con otros, unas veces topónimos, otras veces con nombres que quieren ser eco de su cercanía maternal a las grandes experiencias humanas – angustia, dolores, esperanza, misericordia o luz-, la devoción a la Sma. Virgen no es una devoción más, optativa, al lado de otras devociones. Por haber sido elegida por Dios para hacerse hombre en sus entrañas, ha entrado en el misterio salvador de Cristo.

La ingenua y bellísima catequesis del inicio Génesis, que pretende hacernos conscientes del drama entre el bien y el mal que se ventila en la historia desde que el hombre es hombre. Por experiencia sabemos que ese drama pasa por el corazón de cada uno de nosotros. Y, sin embargo, María nos recuerda que aunque estamos enfermos, no estamos desahuciados. Hemos perdido muchas partidas, pero no estamos eliminados .La narración del Génesis acaba con una promesa frente a la serpiente mítica: “Pondré enemistad en ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya .Su descendencia te pisará la cabeza” .(Gén. 3,15)

Pasados muchos siglos, una humilde nazaretana escuchará conmovida el anuncio del ángel: “Alégrate, la llena de gracia, el Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es una expresión que nos recuerda aquella otra del Éxodo: “Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria de Dios llenaba el santuario”. La nube era signo de la refrescante presencia de Dios en medio de la sequía y el calor sofocante del desierto.

En las entrañas de María, arca de la alianza, como la llamamos en las letanías, se tejió la nueva alianza de Dios y los hombres: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley…, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gal. 4,4). En María, Dios se rebajó haciéndose hombre, para levantar al hombre hasta la condición de hijo de Dios.

Porque iba ser la Madre de la humanidad redimida, fue llena de gracia desde su concepción. Fue la más fiel obediente a la Palabra de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). Pronto se pondría a prueba esta fidelidad al empezar a recorrer los tortuosos caminos de la fe, donde Dios escribe derecho con reglones, a veces, bien torcidos. A los nueve meses de que se le anunciara que “el hijo que nacería de ella sería llamado Hijo del Altísimo” se encontraría teniendo que dar a luz en una gruta destartalada, teniendo que recostar al recién nacido en un pesebre porque , como sigue sucediendo con los pobres de todas las épocas, “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7) . Y enseguida el exilio, la emigración forzosa. (Tendríamos que aprender a ver el rostro de Jesús niño y de María en los rostros de los niños emigrantes y de sus madres, que encontramos por nuestras calles). Luego vendrían los largos y monótonos años de estancia en Nazaret, sin milagros ni intervenciones de Dios, en que a la oscuridad de la fe se suma la fatiga del corazón. Es la María del puchero a la lumbre, del cubo y de la escoba, del cántaro camino de la fuente, del último olor de la vendida prendido todavía en sus dedos. Es la María del pan escaso en la artesa y rebosante de amor el corazón Así hasta la hora de la cruz, donde Jesús que ya lo ha dado todo, sólo le falta expirar, nos la entrega por Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre”. Allí está María, con la debilidad de un junto, con la fortaleza de un rompeolas, ejerciendo de madre cuando se consuma la redención del mundo. Así nos pinta el Evangelio a María, la misma que ahora veneramos coronada de gloria, como imagen acaba y perfecta de lo que está llamada ser la humanidad. Su maternidad no se agotó, prolonga su solicitud e intercesión en la nueva economía de la gracia.

La sombra se reconoce en relación con la luz. María es punto de comparación para reconocernos en el fondo de nuestro pecado y en la cumbre de nuestra posible grandeza. La negatividad del mundo es evidente. Verdades son las lágrimas, la sangre, la explotación de los débiles, la vida amenazada, los matrimonios rotos, la guerra y la violencia. Pero esto no es toda la verdad. Es el capítulo primero. María abrió el segundo, aún no acabado. Dios tiene sobre nosotros un proyecto amoroso, y en María tenemos la prueba de que puede ser ejecutado. Por marchito que se encuentre el árbol de la historia y dañados sus frutos, María desborda de salud, como un amanecer para una nueva tierra, como reserva de pureza y transparencia, como signo de esperanza, como profecía de un final feliz. No somos viajeros sonámbulos de la fatalidad o de la nada, como pretende enseñarnos el credo del materialismo. En María se ha abierto una ventana a la esperanza.

María es como el espejo que, por no estar manchado, ni roto, ni rayado, nos devuelve nuestra mejor imagen al mirarnos en él. Esta hecha de arcilla, lo mismo que nosotros, pero nuestro barro se puede recocer a su calor: “Eché raíces en un pueblo glorioso” (Ecco. 24, 12), dice el libro del Eclesiástico hablando de la Sabiduría divina, en un texto que la liturgia aplica a la Sama. Virgen, en quien se encarnó el Verbo, la sabiduría de Dios.

María ha echado raíces en nuestra tierra albacetense, forma parte de nuestra identidad, de lo más entrañable de nuestra vida y nuestras tradiciones. Nos duele, por eso, que las raíces cristianas y marianas de tantos bautizados, desarraigados de su tierra nutricia, muestren sus raíces al aire, secándose al sol que más calienta.

La emigración física de los años 60-70 dio lugar a que muchos hombres de nuestros pueblos experimentaran la dureza del desarraigo de su ambiente y su cultura rural para buscar el pan de cada y contribuir así a forjar la España del futuro. Hoy, que lo tenemos casi todo, asistimos a otro tipo de desarraigo: La globalización cultural, propiciada por los omnipresentes medios de comunicación difunde pautas de comportamiento que determinan el pensar y el hablar, el vestir y el comer, la forma de entender realidades tan fundamentales como la libertad, el amor, la familia, el sentido de la vida y de la muerte.

No se trata de glorificar un pasado, que contaba también con servidumbres y situaciones inhumanas. Pero no quisiéramos un desarraigo que nos robara el alma.

La vida de nuestros pueblos ha albergado valores que en buena parte nacieron de la fe y que pueden enriquecer el presente y el futuro. Quiera Dios que no olvidemos la Sabiduría del Evangelio, que tan perfectamente encarnó María, para que, a la vez que alumbre nuestro camino, ilumine nuestro destino y oriente nuestra esperanza .El tránsito de la anterior aldea hispánica a la plaza común de Europa, o, si queréis, a la “aldea global”, es un desafío al que todo debemos aportar lo mejor de nosotros mismos, para contribuir a salir todos de él enriquecidos.

Ayer tarde la imagen de Nuestra Señora de los Llanos cerraba el impresionante desfile de carrozas camino de recinto ferial, donde esperamos que reciba la visita de miles de albacetenses Porque Albacete celebra a la vez la fiesta de la Virgen y la Feria: Esta Feria sin la que Albacete seguramente no sería lo que es, porque algo fundamental faltaría a su identidad. Pero no es menos verdad que la Feria seguramente tampoco sería lo que es sin la Virgen de los Llanos a cuya sombra creció.

Cuando en estos días pasados me preguntaban los periodistas por la Virgen de los Llanos y por la Feria les he contestado que hay pocas cosas más bellas que un pueblo en fiestas. Una de esas cosas más bellas es que la fiesta sea en torno a la Sma. Virgen. Cuando esto acontece, aunque la vida nos haya dispersado a los hijos por la rosa de los vientos, como ha sucedió en tantas familias nuestras, o aunque nos separen las distintas formas de pensar, ante la presencia de la madre volvemos a sentirnos hermanos. La Virgen, por ser Madre, siempre hace familia, hace pueblo y hace Iglesia. Esperamos que la exuberancia de este estallido de luces y sonidos, que es la Feria, no haga pasar desapercibida la cercanía de María en su imagen de los Llanos.

La fiesta va unida a la alegría, al don de vivir, a la gratuidad, a la participación. No hay fiesta en soledad ni en mera utilidad.  Si falta el motivo, la fiesta se queda en euforia provocada, en fiesta artificial, sin sustancia, sólo nos deja la frustración y el amargo sabor de la resaca.

Os invito a todos los creyentes a refrescar vuestra fe. La fe no como añadidura accidental y sólo para determinados actos sociales, sino como estructura central de la existencia: una fe que proporciona una forma de entender la vida, un modo original de estar en el mundo, de relacionarnos con los demás, de vivir el dolor y la alegría, una manera también original, dignificada y limpia de sentir, de expresar y celebrar la belleza y la alegría de la vida. La Sma. Virgen no busca otro honor, no persigue otro interés, no quiere otra gloria que la de ofrecernos a Jesucristo, su Hijo, “camino, verdad y vida”, y que Éste sea acogido por nosotros. Desde su imagen silenciosa, con sus ojos tiernos nos dirige a cada uno de nosotros, como un requiebro maternal, lleno de amor, la invitación de la Sabiduría bíblica:”Venid a mí los que me amáis, y saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed. El que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará” (Ecco. 24, 19-22) .

Comamos ahora su fruto, el fruto bendito de su vientre, Jesús, que ahora se nos da como pan de vida en la Eucaristía. Amen.