+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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19 de abril de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a noche de Pascua, en el atardecer del Sábado Santo, es la celebración más importante del año cristiano. En ella nos adentramos en la historia de la salvación y en su momento más culminante: la Resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte y el pecado. Y con El celebramos nuestra futura victoria, como miembros de su cuerpo.

En la Noche Santa todos los elementos que aparecen en la liturgia son símbolos que nos hablan de Cristo Resucitado: el fuego, símbolo de Cristo, que, como él, alumbra, da calor, da vida, purifica impurezas, destruye adherencias, modela, congrega, hace comunidad, crea amistad. La luz, el Cirio pascual, símbolo de Cristo, que, como él, ilumina, da calor, destruye las tinieblas, ayuda a ver y a caminar, se desgasta alumbrando, dándose, congrega, hace comunidad, contagia, y se difunde, se fortalece al unirse con otros. El agua, liturgia bautismal, símbolo de Cristo, de su gracia salvadora, que, como El, limpia, purifica, alimenta, refresca, da vida, produce alegría, relaja, descansa.

Cristo ha resucitado. Dios lo resucitó. Aleluya. Esta es la gran noticia de la Pascua, es nuestra gran noticia. En su resurrección está la nuestra, en su victoria está la nuestra. “Si hemos muerto con Cristo, viviremos con él”. La resurrección de Jesucristo da sentido a la historia. Es la clave para interpretar el misterio de Dios hecho hombre. Cristo no se deja encerrar en nuestros esquemas humanos. La vida no podía morir, no podía permanecer encerrada en el sepulcro, tenía que vivir y ahora de una forma nueva. Cristo ya no está en la tumba, en el lugar de los muertos. Cristo ha resucitado es la gran noticia que congrega y alegra a todos, que se grita con júbilo, que fundamenta nuestras vidas y las da sentido cristiano. Cristo ha resucitado y vive glorioso por los siglos de los siglos.

Con la Resurrección de Jesucristo llegó también la Pascua para sus discípulos, el paso de una actitud de temor a una sensación de fortaleza, de seguridad y de sentirse impulsados a anunciar a Jesucristo y su evangelio. Es decir, la hora del testimonio y la evangelización, la hora de la Iglesia que será guiada e impulsada por el Espíritu Santo, el espíritu del Padre y del Hijo. A partir de la vivencia de Cristo resucitado las vidas de los apóstoles y de los discípulos cambiaron radicalmente, entendieron sus palabras, su mensaje, su pasión y su muerte. Comenzaron a sentirle como su Dios y Señor, como el fundamento de sus vidas. La fuerza del Espíritu Santo inundó su alma. Cambiaron su forma de vida, su actitud. Su tristeza se transformó en alegría; su miedo en fuerza misionera. Se transformaron en apóstoles, en testigos, en misioneros.

La vida vence a la muerte, la paz derrota a la violencia, el perdón supera a la venganza, la alegría se impone sobre la tristeza, la solidaridad prevalece sobre el egoísmo y la injusticia. No hay Cristo sin cruz, como tampoco cruz sin Resurrección. No podíamos dejar a Jesús olvidado en el sepulcro. Dios Padre lo devolvió a la vida y por ello celebramos este gran prodigio de amor y de vida que es la Resurrección de Jesús.

Bendita sea esta noche en la que se proclama que, entre todas las criaturas, es el ser humano redimido por Cristo lo más importante. Bendita sea esta noche en la que, en medio de este desierto que es el vivir, se nos recuerda que existe un final feliz, una ciudad con un nombre: el cielo. Bendita sea esta noche en que, la luz, el fuego, el agua, Cristo resucitado, nos hacen pensar y soñar en un cielo nuevo. No cesarán los llantos pero, más allá del sollozo, Dios saldrá a nuestro encuentro. Bendita esta noche en que se nos recuerda que sólo la misericordia de Dios es capaz de darnos vida abundante y con nosotros ofrecerla luego a los demás.

Como cristianos, como partícipes de la resurrección de Jesucristo, seamos sembradores de vida divina, de vida eterna, personas resucitadas, alegres, esperanzadas, llenas del Espíritu de Jesús. Acompañemos a Jesús junto a la Cruz, pero también, y sobre todo, en la alegría de su Resurrección. ¡Feliz Pascua de Resurrección!