+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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16 de noviembre de 2018
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1. Quiero comenzar esta homilía situándome a los pies de la Santísima Virgen María, nuestra Madre del cielo, pidiéndole su protección y auxilio permanentes. Son muchas las advocaciones que me han acompañado hasta ahora: Virgen de los Dolores, Virgen del Sagrario, Virgen Blanca, Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima …, y las que han comenzado a ser para mí también familiares, cercanas y entrañables: Virgen de Los Llanos, Virgen de Cortes, Virgen de Gracia, Virgen de Belén, Virgen de los Remedios, Virgen de las Nieves … y Virgen de la Caridad, a la que visitaba y rezaba ayer tarde en su Santuario de Villarrobledo al entrar oficialmente en la Diócesis. En mi escudo episcopal ella se hace notablemente presente a través de una estrella luminosa. Que ella, junto a su divino Hijo, Jesucristo, nos acompañe e ilumine nuestro caminar cristiano.
2. Como podéis observar, en mi escudo episcopal aparece este lema o palabras identificadoras de una misión a realizar: Evangelizare Iesum Christum. Estas palabras: “anunciar el Evangelio”, dar a conocer y amar a Jesucristo, vienen marcando, desde su inicio, mi ministerio episcopal. Es la tarea de la Iglesia, su naturaleza y razón de ser. Es mi específica tarea episcopal.
Por ello, deseo continuar aquí, en esta joven y querida Diócesis de Albacete, el camino de servicio pastoral recorrido por mis antecesores: Mons. Arturo Tabera Araoz (1950-1968); Mons. Ireneo García Alonso (1968-1980), llegado de la diócesis de Toledo, de quien me consta el amor que os tuvo y el amor agradecido que recibió de vosotros; que desde el cielo siga ayudándonos y protegiéndonos; Mons. Victorio Oliver Domingo (1981-1996), a quien aun con el paso del tiempo, se le sigue queriendo y recordando mucho; Mons. Francisco Cases Andreu (1996-2005), a quien conocí en nuestra etapa de estudiantes en Roma, compartiendo, desde entonces, buena amistad; y Mons. Ciriaco Benavente Mateos (2006-2018), nuestro entrañable, acogedor, entregado y animoso don Ciriaco.
3. Serán muchas las actividades y retos pastorales que deberé y deberemos afrontar juntos y, especialmente, con vosotros: familias, sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas. Como vuestro Pastor, yo iré delante de vosotros con mi palabra, mi gobierno, mi oración, mi afecto paternal y cuidado pastoral. Mi proyecto pastoral es ahora el vuestro: la Misión Diocesana.
4. Queridos hermanos y amigos sacerdotes, al pensar en vosotros, hago presentes las palabras que me dirigía personalmente el Papa Francisco a principios del pasado mes de septiembre referidas a vuestras personas y ministerio: “Los sacerdotes deben ser para ti tus prójimos más próximos. Cercanía, cercanía, cercanía”. Este deseo del Santo Padre quisiera que fuera una realidad para con vosotros a lo largo de mi ministerio episcopal. Por ello, os digo que tendréis siempre abiertas para vosotros las puertas de mi corazón y de mi persona. Me interesaré por vuestras personas, vida sacerdotal y ministerio. Quiero conoceros a cada uno, personalmente, escucharos y caminar a vuestro lado, evangelizar juntos y remar en el mismo sentido. Quiero hacerme presente en vuestras vidas, actividades y parroquias. También cuidaros más humana y espiritualmente apoyando que no os falten tiempos específicos de formación, de oración y de compartir fraternalmente. Pensaremos juntos la mejor forma de realizarlo. Quisiera que juntos consiguiéramos “ver las personas, los acontecimientos y la vida de la gente que nos rodea con la mirada de Jesucristo, con los ojos de Dios”.
Ayudadme, queridos sacerdotes, juntamente con las Delegaciones o Secretariados de catequesis, juventud, enseñanza, universitarios, vocaciones, vida consagrada y con los movimientos de apostolado seglar, a potenciar la pastoral vocacional entre los jóvenes, niños y adolescentes. Que no nos falten tampoco para este objetivo, además de la formación específica y atención sacerdotal, los encuentros de oración y de retiro espiritual, los jueves eucarísticos y sacerdotales en las parroquias, conventos y monasterios, y los encuentros de monaguillos.
5. A vosotros, fieles laicos de la Iglesia en Albacete, os digo que tenemos que ser fieles a la Iglesia de Jesucristo, a la que pertenecemos desde nuestro Bautismo, y miembros activos y corresponsables en la misma, como piedras vivas a los ojos del mundo, discípulos, apóstoles y misioneros. Mirad como se aman, comentaban admirados los paganos ante la forma de vivir y actuar de los primeros cristianos. Nuestras actitudes, palabras y acciones deben expresar la presencia de Dios en nuestras vidas y las virtudes y actitudes que nos pide nuestra madre la Iglesia. Esta presencia de la vida divina en nosotros, el amor de Dios es real si nuestras vidas y obras así lo manifiestan.
Es preciso que nos mantengamos en unión y sintonía afectiva con el magisterio y la doctrina de la Iglesia y, en nuestros días, con la persona del Papa Francisco, sucesor legítimo de san Pedro y vicario de Cristo en la tierra.
6. También quiero resaltar la importancia para la Iglesia de la vida consagrada en sus diversos estados o formas de vivirla, vida contemplativa o vida activa. Vosotras, escondidas en Cristo en vuestros monasterios y conventos, con vuestras oraciones y sacrificios, alentáis y fortalecéis los trabajos pastorales y la vida de fe y caridad de muchas personas.
Igualmente, vosotras y vosotros, religiosas y religiosos, que trabajáis codo a codo con la gente en las parroquias, hospitales, residencias, colegios, Cáritas e instituciones de promoción humana y social …, sois las manos, los pies y el corazón de Cristo hecho humanidad, caridad samaritana, cercanía, gratuidad y servicio.
Por eso, es muy importante y necesario orar para que muchos jóvenes, chicos y chicas, escuchen la llamada a consagrar su vida a esta vocación. Siempre os tendré presentes en mi oración y os ayudaré en todo lo que me sea posible.
Públicamente quiero agradecer la disponibilidad y generosidad de las “Hermanas Misioneras Catequistas Lumen Christi” que han aceptado venir a nuestra diócesis para atender la casa del Obispo y ayudar en la Catedral y en la Parroquia.
Gracias, también, a los miembros de las Cofradías y Hermandades que con tanta eficacia están ayudando en la colocación y atención a la gente que ha llegado a la Catedral y al Auditorio Municipal para participar en esta celebración. Y muchas gracias al Coro que tan maravillosa y delicadamente nos está ayudando a dar solemnidad a esta celebración y a percibir la presencia de Dios y a alabarlo.
7. En esta nueva etapa pastoral que iniciamos, quiero resaltar que una columna base y vertebral de la vida pastoral en la Diócesis ha de ser la familia y la defensa de la vida. La familia como comunidad de vida y amor, nacida de la unión matrimonial entre dos personas, varón y mujer. La familia, como comunidad de presencia divina, santificada por Jesucristo mediante el sacramento del Matrimonio y fecunda, no solo en la procreación de los hijos, sino también en el servicio a la Iglesia particular, a la Iglesia de Albacete.
Por eso, os ruego a vosotras, queridas familias, y a los que pronto viviréis esta realidad matrimonial, que seáis, para mí y para nuestra Diócesis modelos de fidelidad, amor, donación mutua, paciencia, comprensión, respeto, gratuidad, apostolado…, y un largo etcétera de expresiones de amor cristiano como expresa San Pablo en la 1ª Carta a los Corintios. Vuestro ejemplo de vida cristiana, contemplado por amigos, conocidos, compañeros de trabajo y la educación en la fe, la moral y las virtudes y costumbres cristianas, que debéis transmitir a vuestros hijos, será lo que transforme nuestra Diócesis y esta sociedad en la que vivimos, en una comunidad de vida santa, fecunda, feliz y rica en dones del Espíritu Santo.
Quiero trabajar con vosotros muy de cerca, impulsando los movimientos familiaristas existentes en la Diócesis y aquellos que puedan surgir porque, en ellos, nacerán las vocaciones que necesita la Iglesia y el mundo: al matrimonio cristiano, a la vida contemplativa, a la vida religiosa, misionera y sacerdotal.
8. En mi corazón de padre y pastor tengo también muy presentes a los enfermos, impedidos, ancianos y discapacitados. Vuestra realidad personal está marcada por la cruz, la limitación física o mental, la soledad, el sufrimiento, la enfermedad y, tantas veces, por la lejanía y el olvido de vuestros seres más queridos. Pero no estáis solos pues estáis muy presentes en el mismo corazón de Dios y nosotros deberíamos estar muy cerca de vosotros. Las palabras de Jesús nos lo hacen ver: “Lo que hacéis a uno de estos mis hermanos más débiles, más ancianos, más enfermos, más olvidados, más necesitados a Mí me lo hacéis”.
“Hay otras ovejas que no son de este redil”, nos dice Jesús en el Evangelio, que son también criaturas de Dios. Ellos son los más pobres, los más abandonados, los que casi nadie ve o quiere ver, los maltratados por la vida en una sociedad secularizada, alejada de Dios y excluyente. Ellos, como nosotros, han sido redimidos por Jesucristo en la Cruz, pero no lo conocen y su rostro y su amor les llega distorsionado. A ellos quiero, también, hacerles presentes y a procurar que nuestra Diócesis los tenga más presentes y nos sientan cercanos a ellos. Están en las cunetas de la vida, en las periferias, a la intemperie, sin protección ni casi ayuda alguna, alejados de casi todos y sin conocer a Dios, su amor de Padre y a su Iglesia. Hay que abrir las puertas hacia fuera e ir hacia ellos, hay que invitarles a entrar en nuestro hogar, en nuestro corazón, a ayudarles eficazmente en lo humano y en lo espiritual, hay que sentirles como hermanos y volcarnos con ellos. Sé que estáis dando pasos importantes y significativos ante esta realidad humana de ahora y de siempre. Aspiro a escuchar esas palabras sobre nosotros: “Mirad cómo se aman, mirad cómo los aman”. Debemos, si somos capaces, volcarnos todos mucho más: Obispo, Sacerdotes, Diáconos, vida consagrada y religiosa, y cristianos laicos.
9. Finalmente, quiero dirigirme a vosotros, los jóvenes de esta joven Diócesis de Albacete. Fuisteis los primeros que me acogisteis y sujetasteis en mi pecho y mi corazón el pin con la imagen de la Virgen de Los Llanos.
Sois mi ilusión y mi esperanza, el presente dinamizador y el futuro renovador de nuestra Diócesis. Vosotros tenéis que ser el motor y la fuerza evangelizadora en todos los ámbitos y realidades pastorales de la Diócesis. Deseo que seáis en vuestros ambientes cotidianos, por el convencimiento y experiencia interior de Dios en vuestras vidas y, por vuestras buenas obras, luceros ardientes y siempre encendidos, reflejo en vosotros de la vida y victoria de Cristo Resucitado.
Con palabras de san Juan Pablo II, os digo: “Si escucháis la voz de Dios, no la calléis. Escuchadle”. Su voz habla de familia cristiana, de sacerdocio, de vida consagrada, misionera y evangelizadora. No tengáis miedo a responder afirmativamente, con un sí generoso y confiado, pues, como dice el Señor: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”; “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros, para estar conmigo y para que deis fruto y éste dure eternamente”.
Una Diócesis en donde no hay vocaciones al sacerdocio (y sin él no hay Eucaristía, ni sacramento para el perdón de los pecados), a la vida matrimonial cristiana, y a la vida consagrada, misionera y evangelizadora, es una Diócesis con el corazón debilitado. Por ello, sueño, desde el día en que conocí la designación del Papa Francisco sobre mi persona para ser vuestro Obispo, en establecer de nuevo en el territorio de la diócesis el Seminario Menor y Mayor. En estos momentos contamos solamente con cuatro seminaristas que están recibiendo su formación específica en el Seminario de la Diócesis de Orihuela- Alicante. El cómo ya lo veremos juntos. Por ello, me atrevo a deciros: Familias, adolescentes, jóvenes, en vuestras manos, corazones y voluntad, ayudados por la fuerza del Espíritu Santo, está el que este sueño lo hagamos realidad. Padres y madres de familia, abuelos, ayudad a vuestros hijos y nietos a escuchar y aceptar la llamada de Dios. No os arrepentiréis, os lo aseguro. Jesucristo os bendecirá, generosamente, y seréis más felices.
Todo esto, junto con nuestras oraciones, lo pongo en las manos de Dios y el corazón de la santísima Virgen María. Todos vosotros estáis ya en mi corazón. Rezad por mí como yo rezo por vosotros. Que el Señor resucitado os salve y bendiga.