+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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31 de diciembre de 2020

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]I[/fusion_dropcap]niciamos un Nuevo Año del Señor, el 2021, que esperamos lleno de bendiciones divinas para todos. Lo pedíamos así en el salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga». Celebramos especialmente la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios y, en ella, la Jornada de oración por la Paz, el gran regalo que es el mismo Niño Dios hecho hombre por nosotros, el Príncipe de la Paz, que nos ofrece y dona su misericordia y amor.  

La Palabra de Dios centra nuestra mente y nuestro corazón en la escena que nos transmite el Evangelio: «En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16-21), y acercándose, humildemente lo adoraron. Bella y entrañable estampa de Navidad: el Niño recostado en un pesebre, y era el Hijo de Dios. A su lado María, la virgen, la Madre de Dios, la llena de gracia, y José, su esposo, ambos contemplando, mirando y adorando al Niño; tratando de entender el misterio de esa Palabra callada, la decisión de Dios, llena de amor, de hacerse niño, hombre, para que nosotros alcanzásemos por su Pasión, Muerte y Resurrección, a ser hijos de Dios.

Iniciamos también el año con una bendición, con un deseo hecho oración. Fijémonos de qué manera tan bella y profunda lo refleja la primera lectura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num. 6,22-27). Pedimos que Dios nos proteja, nos sonría, se fije en nosotros con cariño y nos conceda su favor. Y toda bendición de Dios, todo su favor y su paz, lo sabemos, se concentra en Jesucristo, el Niño Dios. Bendecimos al Señor por el año nuevo, pero, sobre todo, pedimos a Dios su bendición. Y se la pedimos para nuestras parroquias y comunidades religiosas, para nuestros pastores, para nuestras familias, para todos los hombres y, especialmente, para los más pobres y necesitados.

Pero hoy, estamos celebrando con gran gozo en toda la Iglesia la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Comenzamos el Año de la mano de Santa María. Es la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad Divina.

María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales. La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra. Supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, después de ver al Niño Jesús recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón. Fue esta meditación constante y fiel de los misterios de Cristo lo que llevó a María a amar de una manera única y especial a Dios. Meditando las maravillas de Dios, la Virgen se llenó del amor a Dios. 

La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada y fiel. María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios. Aquellas palabras que exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra», deben ser para nosotros el programa de nuestra vida. 

Nosotros muchas veces deseamos que Dios actúe en nuestra vida de acuerdo a nuestro plan. Y nos olvidamos de que nosotros somos los que estamos en las manos de Dios y que, en nuestra vida, hemos de seguir el plan que Él ha determinado para cada uno de nosotros. En este plan de Dios es donde nosotros podemos alcanzar la plenitud de nuestro ser y la perfección de nuestra alegría. Cuando nosotros nos dejamos llevar por Dios no tenemos nada que temer ni razón alguna para preocuparnos. Dios, como Padre nuestro que es, siempre busca nuestro bien. 

Nos dice hoy el Evangelio que «María, al oír lo que decían los pastores, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Esta es una actitud que nosotros deberíamos mantener a lo largo de este año. Es muy importante reflexionar sobre la Palabra de Dios y sobre los acontecimientos de nuestra vida. Es la mejor manera de ir descubriendo la inmensidad del amor que Dios nos tiene. Cuando nosotros somos conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, sentiremos la necesidad de corresponderle con nuestra vida y con nuestras obras. Muchas veces nuestra vida cristiana no es lo que debería ser porque no nos hemos dado cuenta de lo que en realidad significa Dios para nosotros.

 

María vivió en su vida las virtudes propias del cristiano. Vivió la fe poniéndose totalmente en las manos de Dios y creyendo en su Palabra. Vivió la esperanza confiando en su amor y en su misericordia. Vivió la caridad amando a Dios y a sus hermanos con todo el corazón. Si nosotros queremos vivir este año cristianamente, en plenitud, hemos de tratar de imitar las virtudes que adornaban a la Santísima Virgen. La Fe la necesitamos constantemente, porque solamente a través de ella es cómo podemos aceptar confiadamente su voluntad. Nuestra Fe no debe consistir solamente en aceptar lo que Dios nos pide, sino también en poner en práctica su Palabra. Es importante vivir la esperanza. Porque Dios ciertamente no nos abandona jamás. Somos nosotros los que muchas veces le damos la espalda. Esperar en Dios significa estar seguros de que Él siempre nos dará su ayuda aún en los momentos difíciles que nos toque vivir. La esperanza es el secreto de la alegría y de la paz del cristiano. También necesitamos vivir con espíritu de caridad. El amor es el que va a transformar nuestro mundo. Y el amor no viene de fuera, sino que brota de nuestros corazones y tiene su origen en Dios. La fuente del amor la llevamos dentro de nosotros mismos. Dios ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu que nos ha dado. Por eso debemos amar siempre a pesar de todo lo negativo que nos pueda rodear. No es devolviendo mal por mal como las cosas se van a arreglar. El amor es la única respuesta que debemos dar nosotros como cristianos, si queremos vivir como verdaderos discípulos de Cristo.

Este año se nos presenta como una maravillosa oportunidad de construir un mundo nuevo. Movilicemos, pues, todas nuestras energías. Pongamos en juego lo mejor de nosotros mismos. Hagamos que la vida merezca vivirse. Propongámonos este año la tarea de vivir en serio nuestra vida cristiana y veremos que nuestra vida será distinta. No nos conformemos con cumplir con unas cuantas cosas. Vivamos en serio nuestro seguimiento de Cristo.

Que la Santísima Virgen María bendiga el año que hemos comenzado. Que ella como buena Madre nos guíe y nos proteja. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna.