+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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1 de septiembre de 2019
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Como Presbiterio de la diócesis de Albacete, damos gracias a Dios por poder estar hoy en la ciudad de Baeza (Jaén), celebrando la Eucaristía y lucrando las gracias de este “Año Jubilar Avislista”. El 10 de mayo de 2019 el Sr. Obispo de esta diócesis de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez, abría aquí, en la Catedral de la Natividad de Nuestra Señora, la Puerta Santa de este Año Jubilar. Al hacerlo, hacía conmemoración de los 450 años de la muerte de San Juan de Ávila, los 125 años de su Beatificación, y los 40 años de su Canonización.
La ciudad de Baeza fue el lugar específico en el que el Maestro y Doctor San Juan de Ávila desarrolló su gran obra y magisterio: la Universidad y la formación del clero. Dos elementos muy importantes e íntimamente unidos. En Baeza cuaja y se desarrolla la escuela Sacerdotal Avilista y la Universidad: institución universitaria emblemática del Maestro Ávila, pues en ella empleó sus mejores energías y sus mejores discípulos. En ella creó una precisa tipología sacerdotal, la del clérigo reformado, austero en sus costumbres, predicador enardecido por el estudio de la Sagrada Escritura, hombre de recia oración y reconocido a simple vista por su porte externo. Uno de los biógrafos de nuestro Santo Patrón señalaba que los clérigos de Baeza eran conocidos en toda España por la modestia, la moderación del traje, y por la compostura y gravedad de costumbres. Hombres de letras y de virtud, curas de almas y clérigos ejemplares. Este espíritu y estilo modélico sacerdotal pienso que ha quedado reflejado muy bien en la Exhortación “Pastores dabo vobis” de San Juan Pablo II, y en la reciente “Ratio Fundamentalis Institucionis Sacerdotalis”.
Hablar de San Juan de Avila es hablar de la figura más importante del clero secular español del siglo XVI, de un santo sacerdote secular, gran misionero y predicador, formador del clero, director de almas y maestro de la doctrina cristiana. Tuvo el privilegio de ser amigo y consejero de otros grandes maestros y santos, como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada. Fue la figura más importante del clero secular español del siglo XVI y sigue siendo para nosotros un magnífico modelo sacerdotal, un gran misionero predicador y un maestro en el conocimiento de Dios y en el servicio a la Iglesia. Un sacerdote lleno de fe y muy cercano a Dios. Los sacerdotes que escuchaban sus predicaciones decían que predicaba como si estuvieran oyendo al mismo Dios.
San Juan de Ávila y su pensamiento teológico coincide históricamente con lo que entendemos por Reforma Católica, es decir, la nacida e impulsada en España, el seno de la Iglesia, antes de la celebración del Concilio de Trento, y con la doctrina que éste concilio y los Papas impulsarían después. La eficacia reformadora del concilio de Trento no se debió tanto a la novedad de los decretos que emanó, sino al nuevo espíritu que los animaba y que se basaba en un principio fundamental que inspirará toda la reforma tridentina: la salvación de las almas, el cuidado de los fíeles: “Salus animarum suprema lex est”.
Haciéndome eco de los Memoriales o reflexiones, enviados al Concilio de Trento y al Concilio Provincial de Toledo de 1565, sobre el clero y su necesaria reforma, buscando su bien y el bien de la Iglesia y sus fieles, recuerdo para todos algunas palabras del Santo Maestro en estas reflexiones, de manera que puedan servirnos de guía luminosa ante la situación pastoral y sacerdotal en que nos encontramos actualmente en nuestra diócesis de Albacete. Sus reflexiones sobre el tema siguen siendo actuales, profundas y certeras.
San Juan de Ávila, buscando la identidad concreta de su vocación sacerdotal y el correcto ejercicio de su ministerio comprendió, en su retiro de Almodóvar del Campo, que Dios lo llamaba fundamentalmente a ser pastor de sus ovejas, sembrador de su palabra y cultivador de la misma en el campo de la Iglesia, alejándose de la imagen, deseada por muchos, de ser un clérigo con prestigio, bien situado y experto en leyes y cánones.
San Juan de Ávila fue un sacerdote, podríamos decir, “atípico”. Será un predicador andariego, volcado en la evangelización del pueblo, a la vez que confesor experimentado y gran director y maestro de espíritu, al que le obsesionaba la evangelización y catequización, la educación de niños y jóvenes y, sobre todo, la regeneración del sacerdocio, para lo cual “fundará” tres Colegios mayores, once menores, tres convictorios sacerdotales, y convertirá su llamado Colegio-Universidad de Baeza en el primer Instituto de Pastoral moderno, en donde era prioritario el estudio de la Sagrada Escritura y de la Moral cristiana, y la preparación sacerdotal para ser buenos predicadores y confesores cualificados.
Un primer elemento a tener muy presente en San Juan de Ávila es que, antes de ponerse a hablar de reforma de la Iglesia y del clero, “vive sacerdotalmente de modo reformado”. Lo primero es su persona como testigo de un buen sacerdote de Jesucristo. Es la imagen viva de un nuevo estilo de clérigo que predica, confiesa, enseña catecismo, ora largamente y desarrolla una amplísima labor de dirección espiritual. Es decir, un clérigo que se entrega en cuerpo y alma al ejercicio de su ministerio pastoral, y se convierte de este modo en modelo personal de lo que escribe y predica. Sus palabras y escritos están avalados con su vida, más aun con su santidad. En este sentido escribe en las Advertencias al concilio provincial de Toledo de 1565: “Conviene que los que se envía a semejante ministerio de predicar sea gente que, además de la suficiencia de las letras, tenga la caridad y celo para ganar las almas, atrayéndolas a Dios con su doctrina y con su ejemplo de vida y santidad”.
Y, añade, que parte de la culpa de la situación en que se encuentra la Iglesia y los sacerdotes la tiene “la mala disposición que ahora hay en los corazones del pueblo cristiano (VI, 84), por los vicios y maldades de sus miembros; pero la principal causa del decaimiento eclesial, de la corrupción de las costumbres y aun de todas las herejías, es la negligencia y descuido de muchos pastores”. Por ello, acentúa nuestro Santo,“el remedio es la reformación de los ministros de la Iglesia”, “porque de ellos depende la salvación del rebaño, y de ello depende también asegurar la reforma general de la Iglesia”.
De modo especial señala que “los malos prelados y curas han descuidado la principal de sus tareas, que es la predicación de la Palabra de Dios”, con la que se apacienta y dirige rectamente la grey. E indica, deplorándolo, que el oficio de predicar “está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad«, pues “do falta la Palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad”.
Indica también San Juan de Ávila que, “sin la predicación, el pueblo ha quedado desprovisto de las armas que indica San Pablo para la lucha espiritual: el escudo de la fe, la espada de la Palabra de Dios y la oración instante y continua” (Ef 6). Además, añade, “de ese descuido se ha seguido la devaluación de los sacramentos y de las obras y vida de piedad, y el olvido y el desuso de los medios a través de los cuales actúa ordinariamente la gracia para la edificación del cuerpo de Cristo”.
En otro texto, hablando del mismo tema, escribe San Juan de Ávila: “Cosa digna de llorar amargamente es la falta de santidad, la cual si tuviesen los obispos y curas, serían honrados, pues han dejado la santidad por la cual fueron amados, reverenciados y obedecidos como padres y pastores, y les ha permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad mundana pompa …; No es esto [como pide el Señor] llevar las [ovejas] flacas sobre los hombros y criar las enfermas a sus pechos y curarlas, si necesario fuere con su propia sangre, sino espantarlas como lobos y despellejarlas como tirano mercenario”.
¿Cuál es la conclusión que San Juan de Avila saca de esta lamentable situación? Pues “que la Iglesia cristiana, para ser la que debe, no ha ser congregación de gente relajada, ni tibia, sino que… ha de estar siempre armada y tan a punto que, en tocando alarma, salga con esfuerzo a la pelea y, de tal manera…, que alcance victoria”.
Y, un último apunte, ante la situación apremiante por la falta de vocaciones al sacerdocio en que se encuentra nuestra diócesis. Es necesaria nuestra oración y de los fieles, el testimonio personal y coherente como sacerdotes, la llamada al sacerdocio, el acompañamiento y la manifestación ordinaria de la alegría de ser sacerdotes. Escribe San Juan de Ávila: “Un remedio para lograr una buena educación de los candidatos al estado eclesiástico es éste: si la Iglesia quiere tener buenos ministros, conviene hacerlos; [la Iglesia] ha de tener a su cargo de los criar tales, y tomar el trabajo de ello; y, si no, no alcanzará lo que desea”. Y añade: “que en cada obispado se haga un colegio, o más…, en los cuales sean educados los candidatos antes de ser ordenados, tanto en la vida espiritual como en el honesto vivir; y aprendan principalmente bondad, y después letras”.
Que San Juan de Ávila nos guíe y proteja en el esfuerzo diario por ser santos sacerdotes, verdaderos pastores del rebaño encomendado, que no falten en nuestra diócesis los sacerdotes y que un buen grupo de jóvenes respondan positivamente a la llamada del Señor y se preparen para ser también ellos santos sacerdotes y buenos pastores en la Iglesia de Jesucristo. Sigamos gozando juntos de este “Encuentro sacerdotal” de hoy y mañana.