+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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9 de mayo de 2021

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]stamos celebrando la tradicional Fiesta litúrgica y de convivencia sacerdotal en honor de San Juan de Ávila, Patrono del clero secular español. Con ella nos unimos también a la acción de gracias de los sacerdotes que celebran sus Bodas de Oro y Plata y sacerdotales: De Oro (2), D. Juan José Díaz Catalán y D. Javier Aguinaco Arrausi, sacerdotes paules; De Plata (8): D. José Fernando Cerro Játiva, D. Pedro Ignacio Cuartero Castillo, D. Fernando Álvaro García Romero, D. Pedro López García, D. José Joaquín Martínez Ramón, D. José Antonio Pérez Romero, D. Pedro Roldán Cortés, y el P. Yuriy Vynnyk. Nuestra felicitación a todos vosotros.

¿Por qué resulta hoy atrayente la persona de san Juan de Ávila, sacerdote evangelizador en el siglo XVI? Estamos en tiempos recios y turbulentos, desconcertantes y disminuidos socialmente, muy semejantes a los que él vivió. Es necesario echar el ancla en aquello que tiene solidez suficiente para superar todo el oleaje de la noche pasajera. Encontramos en el Maestro Ávila cómo su acción pastoral no es producto de improvisaciones del momento, ni de superficialidad, sino fruto de la vivencia de su ministerio sacerdotal, centrado en Cristo, en la Iglesia y en los pobres, constantemente alimentado por la oración y el estudio. 

Eso significa que la doctrina y el ejemplo de vida del Apóstol de Andalucía pueden iluminar los caminos y los métodos a seguir en la vida eclesial de nuestros días. En sus escritos, y en sus cartas, podemos encontrar consejos de amigo para obispos, y prudentes orientaciones para ejercer el ministerio sacerdotal con entrega, sencillez y valentía. Sin duda, el conocimiento de la persona y escritos de este verdadero maestro de evangelizadores, encenderá de nuevo el ardor necesario para anunciar a Jesucristo y construir su Iglesia en el siglo XXI.

San Juan de Ávila es un modelo muy actual para los sacerdotes. Las orientaciones del Concilio Vaticano II, la Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis”, y los últimos documentos sacerdotales elaborados en las Congregaciones Vaticanas, hallan en san Juan de Ávila el modelo acabado de sacerdote santo. En efecto, él encontró la fuente de su espiritualidad en el ejercicio de su ministerio, configurado con Cristo Sacerdote y Pastor, pobre y desprendido, casto, obediente y servidor. Es decir, se trata de un sacerdote que tiene la vida llena de oración y una honda experiencia de Dios, enamorado de la Eucaristía, fiel devoto de la Virgen, bien preparado en ciencias humanas y teológicas, conocedor de la cultura de su tiempo, estudioso y en formación permanente, acogedor y que sabía vivir en comunión la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico.

En él encontramos un apóstol infatigable, entregado a la misión, predicador del misterio cristiano y de la conversión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, discernidor de carismas, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, innovador de métodos pastorales, preocupado por la educación de los niños y jóvenes. San Juan de Ávila es la caridad pastoral viviente. Los presbíteros, y quienes se prepararon para serlo en las Instituciones académicas que el creó, encontraron el modelo del verdadero apóstol, y un ejemplo vivo de la caridad pastoral como clave de la espiritualidad sacerdotal, vivida diariamente en el ejercicio del triple munussacerdotal.

Benedicto XVI, en la homilía en que le declaraba doctor de la Iglesia, perfilaba los rasgos del Maestro Ávila que hoy debiéramos imitar: «Juan de Ávila fue un profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia».

En la dinámica de «nueva evangelización», la transmisión de las enseñanzas de la Iglesia y el conocimiento profundo de la Palabra de Dios, imitando a san Juan de Ávila, deben ser prioritarios en nuestro ministerio pastoral, formativo y predicaciones. La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco, resalta la importancia de la Palabra de Dios en la labor evangelizadora. «No solo la homilía debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» (EG 174).

 Fray Luis de Granada calificaba al Apóstol de Andalucía como «predicador evangélico». Y a quienes preguntaban a san Juan de Ávila: «¿Qué hay que hacer para predicar bien?». «Amar mucho a Nuestro Señor», contestaba. Hoy como ayer, no deja de ser necesario, como hacía el Santo Maestro, predicar templado, esto es, «con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo». No pueden faltarnos una insaciable hambre y unos continuos deseos de llevar los hombres a Dios, no encontrando para ello mejor camino que siempre estar con Jesucristo en el corazón y en los labios. Él definía así a los predicadores: «Son también comparados al mismo sol; porque, con el calor y fuego de la Palabra de Dios, producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor; y, con alumbrar el entendimiento, dan conocimiento de Dios y enseñan el camino del cielo, alumbrando de los tropiezos que en él se pueden ofrecer».

El santo doctor consideraba que «no basta con engendrar hijos a la fe, sino que hay que ayudar a que esa fe madure y haga hombres y mujeres nuevos, ayudar a nacer verdaderamente a la vida personal de fe y ajustar la vida de acuerdo con esas creencias». A esto apunta la nueva evangelización

San Juan de Ávila fue un verdadero Maestro de evangelizadores y, a través de sus escritos, puede seguir siéndolo para nosotros hoy. Todos, y nosotros de una manera especial, tenemos necesidad de orar, y de maestros de oración, porque, como él escribió, «los que no cuidan de tener oración, con sola una mano nadan, con solo una mano pelean y con solo un pie andan». 

Que la cercanía, el ejemplo sacerdotal y la doctrina que predicaba y vivía san Juan de Ávila, fortalezcan nuestras personas como sacerdotes y nuestro ministerio. Y que María, Madre de los sacerdotes, nos proteja, ayude y auxilie en todo momento.