+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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9 de noviembre de 2019
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]J[/fusion_dropcap]ohn Henry Newman nació en Londres, el 21 de febrero de 1801. Fue el mayor de seis hermanos. Murió en Edgbaston, Birmingan, Reino Unido, el 11 de agosto de 1890. Toda la familia pertenecía a la Iglesia Anglicana. Después de recibir una importante formación universitaria fue nombrado párroco de la Iglesia Anglicana y profesor de la Universidad de Oxford. Durante varios años lideró el Movimiento de Oxford. Tras adquirir una gran madurez intelectual y afectiva dio un cambio importantísimo en su vida, abandonando la Iglesia Anglicana e incorporándose a la Iglesia Católica. Gran conocedor de la doctrina católica se la transmitió a muchos intelectuales de los siglos XIX y XX. Fue el fundador del Oratorio de Inglaterra. Su experiencia en esta institución que tanto bien le hizo y que a través de su persona llegó a tantas gentes llenándoles de Dios y de espíritu evangelizador, marco su vida como intelectual, como persona de honda y fuerte espiritualidad cristiana, como intelectual católico y como apóstol de Jesucristo y su Evangelio. Escribió mucho y fue nombrado Cardenal de la Santa Iglesia Romana. Su trayectoria intelectual y vital fue definida por el Papa San Pablo VI como: “la más sublime, la más llena de sentido, la más convincente que haya recorrido el pensamiento humano durante la edad moderna para llegar a la plenitud de la sabiduría y de la paz”.
Fue Beatificado por el Papa Benedicto XVI en el año 2010, y el Papa Francisco lo declaró Santo el pasado domingo 13 de octubre de 2019. Una vez que la Iglesia Católica lo ha declarado Santo, su persona y doctrina católica, avalada por su conocimiento de ella, como gran intelectual, seguirá ejerciendo un papel muy importante entre los católicos del siglo XXI.
Acercarnos al nuevo Santo, es descubrir una vida apasionante, una conversión que conmocionó a Inglaterra, y un potente legado intelectual, sugerente para el mundo de ayer y de hoy que ayudará a formar a muchas personas en la fe católica. Grandes temas como fe y razón, conciencia, política, educación, sacerdocio, laicado, fueron ampliamente desarrollados en sus escritos. La persona y los escritos del Cardenal Newman están más vigentes que nunca: los problemas actuales, en gran medida, son similares a los de la Inglaterra victoriana de su época: entre otros, la compresión racional de Dios, la necesidad de la formación del laicado y la escrupulosa búsqueda de la verdad moral.
Recuerdo ahora, como una forma de ayudarnos a vivir cristianamente, algunos escritos de Newman sobre cómo vivir cristianamente la vida de cada día, sobre la oración, sobre la relación Fe y Vida, sobre los profesores y enseñantes, sobre los laicos, y sobre los sacerdotes
El lema del Cardenal Newman, “cor ad cor loquitur”, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios.
Nos recuerda el Cardenal Santo que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Así lo explicaba en uno de sus hermosos sermones, “el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada circunstancia, impregna de Evangelio, de Dios, todo lo que pensamos y hacemos”. San John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, Jesucristo, y que este nos pide, únicamente, nuestra fidelidad incondicional (Mt 23,10). Newman nos dice que Jesucristo nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona. Todos tenemos una «misión a realizar», aunque aparentemente nos parezca una acción poco importante humanamente.
El servicio concreto al que se sintió llamado el Cardenal Newman incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a dar una respuesta clara a muchas de las más urgentes “cuestiones del momento presente”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar que debe ocupar la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia. Sus opiniones siguen hoy inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Como educador y profesor, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso.
Respecto al papel de los laicos en la Iglesia y, especialmente de los enseñantes y profesores, el Cardenal Newman decía: “Quiero unos laicos inteligentes y bien formados”, “Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres y mujeres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen que hacer y qué no tienen que hacer, que conozcan su Credo, las enseñanzas de la Iglesia, de tal manera que puedan dar razón clara de él, y que conozcan bien la historia de la Iglesia de manera que puedan defenderla”.
Respecto a los sacerdotes, su vida y ministerio, también el cardenal Newman, como pastor de almas, nos ha dejado algunos escritos muy sugestivos, donde, destacando la grandeza del sacerdocio católico, indica también que son mortales, humanos, pecadores y que su vida se mueve en estas circunstancias: “Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, estar a vuestro lado ayudándoos, no podrían haber perdonado vuestros pecados, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían trasladado de tu condición de tu hombre viejo, como Adán, a la vida nueva en Cristo, como ellos, que vienen de entre nosotros”. Él vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastorales, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando a los tristes, o atendiendo a los encarcelados.