+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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13 de julio de 2007

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Queridos hermanos: La Eucaristía es siempre una fiesta. Celebramos el amor salvador de Dios, manifestado en Cristo hasta el don de sí mismo en la cruz. Hoy lo es por doble motivo: Contaremos con dos nuevos presbíteros. Por la acción del Espíritu Santo y la imposición de mis manos, Fernando y Juan van a ser incorporados a nuestro presbiterio, participando del ministerio apostólico en el grado de presbíteros, para servir a esta Iglesia diocesana, que tiene su símbolo más significativo en esta Iglesia catedral. Si una de las mayores alegrías de un obispo es ordenar sacerdotes, podéis imaginar la mía.

Bienvenidos y bienvenidas todos los que os habéis sumado a esta celebración. Bienvenidos hermanos sacerdotes que no habéis querido faltar a esta cita para imponer vuestras manos sobre Fernando y Juan, para acogerlos con un abrazo fraterno en el presbiterio. Bienvenidas queridas familias de los ordenandos. Bienvenidos compañeros de seminario de Juan y Fernando Bienvenidos de manera especial quienes habéis sido sus formadores o profesores en el Seminario de Orihuela-Alicante y en Albacete, que les habéis acompañado en su camino habéis contribuido a cincelar su identidad vocacional con mimo de artesanos. La Diócesis de Albacete os agradece este admirable servicio, así como a los párrocos y parroquias que les encaminasteis al seminario o les habéis acogido con solicitud fraterna durante la etapa pastoral. Mons. Ángel Floro, que hoy ordena también a un diácono e inaugura una iglesia, en cuya construcción ha colaborado la Diócesis de Albacete, se une a nuestra celebración y nos felicita cordialmente a los ordenandos y a la Diócesis. Nos acompaña también a distancia, seguro que pegado al sagrario de la casa sacerdotal, nuestro querido D. Alberto. Recordamos con afecto a D. Ireneo, nuestro Obispo emérito, y oramos por él.

Los ordenandos han elegido para esta celebración unos textos bíblicos exigentes: Abrahán es un personaje tan singular que ha merecido, con justicia, el título de “Padre de los creyentes”. Su itinerario es paradigma de de toda vocación cristiana. Un buen día fue llamado por Dios e invitado a dejar sus seguridades humanas, su casa y su tierra, y a ponerse en camino sin saber adónde iba, fiado sólo de la llamada de Dios. Lo suya fue un caminar en la noche, guiado sólo por la luz de la fe Otro día, cuando en su ancianidad había engendrado un hijo y ya acariciaba la posibilidad de que su cumplieran las promesas de Dios de hacerle padre de un pueblo tan número como las estrellas del cielo, Dios le pide que le sacrifique el hijo de la promesa. ¡Una prueba durísima!

“Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche. De noche prolongabas la voz de las promesas / De noche eran los sueños tu lengua más profunda. La noche es tiempo de salvación ” cantamos en un himno de la liturgia de las horas.

La noche es símbolo de itinerario de la fe. Entre oscuridades y pruebas, confiando sólo en el Dios que llama, se consolida y fortalece la confianza en Dios del llamado. Así se hace apto para misiones que frecuentemente superan la capacidad humana. Pero en la oscuridad arde la llama de la llamada de Dios, como una sed que invita a encontrar la fuente de agua viva: “De noche iremos, de noche/: Sin luna iremos/, sin luna: / que para encontrar la fuente/ sólo la sed nos alumbra”, cantó otro poeta. La noche desemboca en el desposorio espiritual: “Oh noche que guiaste/, Oh noche amable más que la alborada, / oh noche que juntaste/, amado con amada/, amada en el amado transformada/” cantó Juan de la Cruz. 

Seguro que Fernando y Juan podrían contarnos muchas cosas de su itinerario vocacional hasta hoy. Veríamos cómo en el fondo, aunque ello implique sacrificios y renuncias semejantes a las de Abraham, la suya es una historia de amor. ¡Una historia de amor a Dios y a los hombres! Eso es, en el fondo la vocación,

Dios, que reclama una confianza ilimitada en su palabra no es un Dios cruel. Sus exigencias antes que exigencia son gracia: gracia para agraciar a los demás. Cuando Abrahán, partido su corazón de padre, está dispuesto a cumplir el mandado, Dios detiene su brazo y allí aparece en cordero trabado en la maleza… ¿Por qué no ver en ese cordero un símbolo de Cristo, el verdadero cordero pascual? Él siempre nos precede. Él, el pastor que se hace cordero, el pastor que se hace pasto, sí ha sido sacrificado por nosotros para darnos vida, constituyéndose así en la revelación del amor más grande. En un mundo, el de ayer y el de hoy, en que el hombre pretende por todos los medios ser el único señor y dios de sí mismo, la segunda lectura nos decía: “Él, siendo Dios, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de Cruz.. Por eso Dios lo levantó y le dio el “Nombre-sobre- todo-nombre”.

El texto que hemos escuchado de san Juan se sitúa precisamente en el momento en que Jesús instituye la Eucaristía y, a la vez, como inseparable, el ministerio sacerdotal, para actualizar hasta que El vuelva sus gestos salvadores –Haced esto en memoria mía– . Pues en ese momento vemos a Jesús ciñéndose una toalla y tomando una jofaina con agua para lavar los pies de los discípulos.”Si yo el Maestro y Señor os he lavado los pies, también debéis lavaros los pies unos a otros”.

La ordenación os va a constituir en sacramentos vivientes de Cristo Cabeza, Pastor, Esposo y Guía de la Iglesia. Ello quiere decir que seréis marcados por el Espíritu con los rasgos de Cristo. No es una llamada desde fuera, ni una misión que venga desde el exterior. No sois contratados como obreros temporeros. Cuando Dios nos llama, nos consagra para ser sacramentos de su presencia. Jesús no es el Pastor ausente. Por eso, no somos ni sucesores, ni sustitutos de Cristo. Nuestra misión es, si queréis, más modesta, pero más hermosa: Hacer presente a Cristo en nuestro ministerio. A través de vosotros, Cristo hará presentes sus misterios de gracia: bautizará, perdonará, actualizará el sacrificio de su muerte y su resurrección en la Eucaristía, bendecirá, reunirá a su Pueblo, servirá, manifestará su predilección por los más pequeños y más pobres.

Por vuestra incorporación al ministerio apostólico seréis también los garantes , en este momento histórico de relativismo y creencias a la carta, de que la fe de vuestras comunidades se mantenga en fidelidad a la fe apostólica, a la original y radical novedad del Evangelio de Jesús, que siempre, ayer y hoy, será signo de contradicción en el mundo.

Os tocará evangelizar en una situación cultual nueva. La modernidad nos ha ido despojando de títulos y honores, nos ha ido acostumbrado, no sin dolor, a renunciar a privilegios y “a pasar por uno de tantos”. El seguimiento de Jesús nos ha apuntado a servir, a lavar los pies. El ministerio de presbíteros nos ha de disponer , como Abraham, a sacrificar no sólo los hijos de la carne y de la sangre, sino otros hijos que, a veces, cuesta más sacrificar: intereses o apegos personales, hacer carrera o pretender los primeros puestos. El Señor os pide no sólo amar, que es un exigencia de todo cristiano, sino amar al modo de Jesús, haciendo presente su amor esponsal por la humanidad, por aquellos a quienes seáis enviados. Ese es el sentido del celibato, que todo sacerdote de la Iglesia latina deberá descubrir y cultivar si no quiere vivir en permanente frustración. El celibato bien vivido no nos separa, nos vincula a nuestros hermanos, nos desposa en cuerpo y alma, en entrega totalizante con aquellos a quienes somos enviados Y no olvidéis la jofaina, que es un medio eficaz para anunciar el evangelio y hacer presente el reino de Dios. Ese es le camino para encarnar en nuestras pobres entrañas las entrañas del Buen Pastor del salmo interleccional. Ese es el camino para ser testigos, mediante la caridad pastoral, del amor mismo de Dios manifestado en Cristo: Lo que más necesita nuestro mundo para ser feliz y lo que nos hará felices también a nosotros mismos.

Queridos sacerdotes: Sé que hoy es un día de gozo para todos. Fernando y Juan, tan distintos en temperamentos y tan semejantes en el seguimiento, son una inyección de savia nueva para nuestro presbiterio. Vivid apasionada y activamente la preocupación por las vocaciones y contagiadla en vuestras parroquias y grupos. Proponed a los jóvenes más generosos el seguimiento de Jesucristo en esta forma de vida. Dios sigue llamando. Y hacedlo con la alegría que contagia. Nada me duele tanto como cuando oigo que los sacerdotes estamos desanimados, desalentados. Me duele por el sufrimiento que ello comporta para los mimos sacerdotes, y por que estoy seguro de que esta actitud incapacita par evangelizar. ¿Quién se va a apuntar a un grupo de desalentados? Seguramente ello es una llamada a quienes tenemos una especial responsabilidad a asegurar mejor atención humana y espiritual al presbiterio. Pero os aseguro que en este campo no existe la varita mágica. Sólo hay una clave: Jesucristo, la identificación con él, la certeza de que no hay resurrección sin pasión y sin cruz. Ni hay que desvirtuar la cruz de Cristo, ni hay que perder de vista la gloria de la resurrección, garantía segura de que en nuestras cruces se gestan la Salvación y la Vida el triunfo de la resurrección.

Queridos Juan y Fernando: La vida no os privarán de cruces, y menos hoy, porque las personas y la cosas son como son y están donde están, pero el Señor os quiere felices, anunciadores de felicidad para el mundo, portadores de una Buena Noticia, la mejor Noticia, la que puede hacer un mundo más fraterno, más reconciliado, un mundo que vaya siendo anticipo y profecía del los cielos nuevos y la nueva tierra que esperamos. No sois el resto de un pasado que caduca. Sois una propuesta de futuro. Entregaos al Señor con alegría. Os acompaña la oración de la Iglesia peregrina y la oración de la Iglesia triunfante. Os acompaña el amor de los hermanos presbíteros y, sobre todo, la solicitud maternal y tierna de Nuestra Señora de los Llanos.

Permitidme terminar esta homilía con una recomendación que a vosotros y a mi, hermanos sacerdotes, nos dirige alguien que llevó a sus espaldas una larga experiencia de ministerio y de sufrimiento. Son palabras que respiran sinceridad, afecto, y , sobre todo, esperanza : “A los presbíteros que están entre vosotros les exhorto, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que ha de manifestarse: Apacentad el rebaño de Dios que os está encomendado, mirando por él no a la fuerza , sino de buena gana, como Dios quiere; no por mezquino afán de de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os han confiado, sino siendo modelos del rebaño. Así, cuando aparezca el Supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita”. Amén.