+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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24 de diciembre de 2020

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«Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Salmo 95). «Aleluya. Os anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido…”» (Aleluya antes del Evangelio). Hoy es Navidad.

La celebración de la Navidad, del Nacimiento entre nosotros del Hijo de Dios hecho hombre, del Niño Dios en Belén es un acontecimiento que nos llena de inmensa alegría, de afectos y de sentimientos. Hoy es un día milagroso. Nuestro corazón se llena de admiración y agradecimiento: Dios se ha hecho hombre. Dios se acerca a nosotros y nos muestra su ternura y realidad humana. Dios y hombre verdadero. El misterio de la Navidad llena de alegría el corazón de la gente sencilla porque nos recuerda que Dios se ha abajado hasta nosotros, siendo Dios se ha hecho hombre, cercano a nosotros y a nuestras vidas. Dios se hace hombre, fruto del seno de una madre Virgen, nace pobre en una cueva-establo a las afueras de la aldea de Belén. Es visitado por los ángeles y por los pastores y, un poco tiempo después, por unos Reyes venidos desde Oriente, guiados por una estrella llena de luz. Ha venido a compartir nuestra suerte y a acompañarnos en el camino de nuestra vida. El Verbo, el Hijo de Dios, se hace carne y nos muestra el amor que nos tiene.

En este día santo, el cielo se acerca a la tierra, de ahí que los mismos ángeles hayan querido bajar para acompañar a Dios en su entrada en el mundo. Los pastores se conmovieron ante el anuncio del ángel, que les dio una extraña señal para reconocerlo: «Veréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». San Pablo lo expresará con estas palabras: «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación». Y san Lucas nos dirá: «Os ha nacido un Salvador».

En este día contemplamos un gran misterio de amor. Percibimos el contraste entre lo divino y lo humano: Dios se hace hombre, niño, pequeño, necesitado de cuidados y atenciones. A la vez se nos revela como el Hijo de Dios, el Mesías esperado, el Salvador, la Palabra de Dios, el mismo Dios. Los creyentes nos quedamos asombrados ante tanto amor de Dios para con nosotros, ante esta aparente locura de Dios. 

¿Quiénes fueron los testigos de este misterio de amor, quiénes y cómo lo acogieron? María y José, los ángeles, los pastores, los Magos. Es decir, los más pobres, los más humildes, los que lo buscaban y esperaban. Fueron presurosos y, tal como les fuera dicho «hallaron a María, a José y al recién nacido acostado en un pesebre» (Lc.2,16). Unos y otros creyeron sin dudar en lo anunciado y acontecido. Unos y otros se postraron ante el Niño y lo adoraron, y le ofrecieron sus mejores regalos. Unos y otros marcharon llenos de alegría, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído. «Se fueron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído era como se lo habían anunciado» (Lc.2,20).

Por tanto, recordamos gozosos ¿quién ha venido a nosotros para salvarnos y mostrarnos su amor? Jesús, el Hijo de Dios, el Creador del mundo y de todos los vivientes. ¿Cómo ha venido? Hecho carne, hombre, pobre y niño. ¿A qué ha venido? A salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para esperar. ¿Para quienes ha venido? Para todos, para los más humildes y necesitados, para todos aquellos que quieran abrirle su corazón. Y, ¿por qué ha venido? Por una sola razón, porque nos ama, y por ello entregará su vida por nosotros y nos redimirá y salvará, porque quiere estar con nosotros, porque quiere que vivamos eternamente con El en el cielo, como hijos de Dios.

No hay gozo mayor que sentirse amado por otras personas, y este gozo es inmenso, inabarcable, cuando el que nos ama es nada menos que el mismo Dios en su Hijo, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. FELIZ NAVIDAD A TODOS.