+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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20 de abril de 2019
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¡Feliz Pascua de Resurrección, hermanos!, la fiesta más importante de todo el calendario cristiano. “[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]ste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”, proclamamos en el Salmo 117. El evangelista San Juan nos narra que “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer… y vio la losa quitada del sepulcro”. Ella, al principio, llena de amor y de dolor, entiende en seguida lo que ha sucedido y corre a dar la buena noticia a los apóstoles: el Señor ya no está entre los muertos, el Señor Jesús ha Resucitado, Dios lo resucitó. Hoy celebramos la Pascua de Resurrección, el misterio más importante de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe… y también nuestra esperanza. Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado El, sino que prometió que nos resucitará también a nosotros.
Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra salvación; es decir, que hemos sido salvados y santificados por El para poder llegar al cielo. Y además nos anuncia nuestra propia resurrección, pues Cristo nos dice que: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6,40). Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte, ha sometido al Príncipe de este mundo, a Satanás, y con él a la muerte y el pecado. Este es, sin duda, el acontecimiento más importante de cuantos han ocurrido. Por eso, este día es el más glorioso para los cristianos. Hoy cantamos y expresamos el núcleo central y esencial de nuestra fe católica: que Cristo ha resucitado. Jesucristo ha bajado a la oscuridad de la muerte pero, al despertar de ella, nos ha traído a todos la vida eterna. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
Los ángeles nos anuncian, como a los apóstoles, una noticia que se convierte en el acontecimiento central de nuestra fe cristiana: “Jesús no está ya en el sepulcro, ha resucitado”. Cuando parecía todo perdido, llegó el amanecer y surgió una nueva claridad. Es la Pascua, es el triunfo de la vida, es el triunfo de Dios. No podemos vivir sin la presencia de Cristo Resucitado. No podemos vivir, aun estando bautizados, como si Dios no fuera el referente más importante de nuestra vida. La Pascua de Cristo nos invita a renovar, recuperar, consolidar y reafirmar las verdades más fundamentales de nuestra piedad cristiana.
El mensaje gozoso que nos reúne esta mañana de fiesta es la suprema felicidad y seguridad, avalada por la fe, de saber que Jesús de Nazaret ha resucitado. Su victoria sobre la muerte es una promesa de esperanza total para todos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, o de cualquier otro. Porque un día seremos como él y la muerte ya no tendrá fuerza contra nosotros. Por eso nuestra alegría debe ser desbordante. A la muerte física, inevitable, le seguirá una vida eterna de indudable hondura y realidad. Porque la resurrección con nuestros cuerpos glorificados nos da un sitio, un lugar en el mundo futuro, en la vida eterna. Y nosotros -si Dios lo quiere- un día nos incorporaremos en El a la vida eterna en el cielo.
Cristo ha resucitado para que nosotros tengamos vida eterna. Con su salida del sepulcro se iniciaba la nueva era de glorificación del género humano. Por eso, junto a la alegría por la desaparición de las tinieblas que trajeron la dolorosa tarde del Viernes Santo, debe brotar una profunda acción de gracias personal y comunitaria por la nueva vida que se nos dará.
Ahora hermanos, hay que compartir esta Buena Noticia. La lectura de los Hechos de los Apóstoles que se ha proclamado como primera lectura nos anima a difundir y dar testimonio de esta verdad que anunciamos con gozo y que nos salva: “Nosotros somos testigos de todo lo que Jesús hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos”.
En la medida en que anunciemos y compartamos esta Buena Noticia, descubriremos a ese Jesús vivo y resucitado a nuestro lado, acompañando nuestras vidas. Dice Jesús a sus discípulos: “No tengáis miedo, he resucitado: id a comunicarlo a mis hermanos, que vayan a Galilea; allí me verán”. María Magdalena, Pedro y Juan, después de ver con sus propios ojos el sepulcro vacío y aceptar desde la fe la verdad de la resurrección de Jesucristo, comunican rápidamente esta gran noticia a todos los discípulos. Y se pone en marcha la Iglesia, la gran comunidad de testigos de Jesús resucitado. Esta es nuestra Iglesia, esta es nuestra fe, estos somos nosotros, testigos de la resurrección, enviados al mundo entero, y a nuestra “Galilea” particular (en la vida de cada día, en el trabajo, en el descanso, en la familia, en el ocio, con los amigos y vecinos, y con cuantos se hacen presentes en nuestras vidas de una manera o de otra. Es preciso anunciar y decir a todos que nuestro Dios es un Dios de vivos, que está vivo y acompaña nuestra vida, “que la muerte ha sido derrotada”, y que hay que vivir y ver a Dios en la vida. ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!