+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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7 de septiembre de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]F[/fusion_dropcap]iesta de Ntra. Sra. de Los Llanos

Hoy celebramos una fiesta litúrgica muy querida en la Iglesia: el Nacimiento de la Santísima Virgen María y, para nosotros en Albacete, la Fiesta de Nuestra Señora la Virgen de los Llanos, nuestra Patrona.

Hoy con nuestra presencia, oración y participación en la celebración eucarística honramos a Ntra. Sra. de Los Llanos, la Madre de Dios y nuestra Madre, por medio de la cual todo el género humano ha sido iluminado con su gracia. La tristeza que nos trajo Eva, la madre de la primera Humanidad, se ha transformado en María en una inmensa alegría. Eva, por su mal comportamiento, escuchó esta la sentencia divina: “parirás con dolor”. A María, por el contrario, el ángel del Señor le dijo: “Alégrate María, llena de gracia, El Señor está contigo”.

De esta manera explicaba (card. Schuster) un teólogo el significado de esta fiesta de la Natividad de María: “Como la primera Eva fue formada por Dios de la costilla de Adán, toda radiante de vida y de inocencia, así María, espléndida e inmaculada, salió del corazón del Verbo eterno, el cual por obra del Espíritu Santo, quiso modelar aquel cuerpo y aquella alma que debían servirle un día de tabernáculo y altar”. El nacimiento de María, la Virgen y futura Madre de Dios, llenó de alegría a todo el mundo, pues de ella nacería Jesucristo, nuestro Señor, que borrando la maldición, llegada de Adán y Eva, nos traería a todos la bendición  y, triunfando de la muerte, nos daría vida eterna”(Antífona Benedictus de la fiesta).

La Virgen María, Nuestra Señora de Los Llanos, como buena madre, nos congrega hoy a todos en el día grande de su fiesta. Y aquí hemos acudido sus hijos a celebrar la fiesta de su nacimiento: sacerdotes, miembros de la vida consagrada, autoridades, y un número importante de cristianos y devotos que queremos honrar a María con nuestra presencia y, sobre todo, con nuestra oración y nuestra fe, con la escucha de la Palabra de Dios y la recepción del pan eucarístico.

Bienvenidos todos. Estáis en vuestra casa, la casa de nuestra Madre, la Catedral de Albacete. Ella nos acoge a todos pues nos quiere con amor de madre, sin distinción alguna. Todos somos sus hijos queridos, sobre todo los que viven momentos difíciles en sus vidas.

Recordar la Fiesta de la Madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, los cristianos, que recibimos de Jesús a su madre como madre nuestra, como herencia al pie de la Cruz, a través del evangelista San Juan, el discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo. Ella guía nuestras personas para que vivamos la vida como verdaderos cristianos y para ser capaces de llevar la Palabra y el amor de Dios a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

La Virgen María fue la mejor discípula de Jesús. Siempre se mantuvo unida a su Hijo y a su misión; estuvo presente en los momentos más difíciles de su vida y, particularmente en el doloroso camino hacia la Cruz. Jesús debió sufrir intensamente ante el dolor de su madre, tanto o más que por sus propios dolores, y en un gesto de infinito amor, antes de morir en la Cruz y de encomendar su persona al Padre del cielo, nos la entregó como preciado don para que fuera  nuestra madre, guía y protectora aquí en la tierra.

María continuó su misión después de la muerte y resurrección de Jesús. Ella estuvo junto a los apóstoles en el Cenáculo el día de Pentecostés recibiendo en plenitud al Espíritu Santo, acompañó los primeros pasos de la Iglesia en su tarea evangelizadora, y nos sigue acompañando a través de la historia con sus apariciones y mensajes, para que abramos los ojos y el corazón a Jesucristo.

Dios, por amor, creó este mundo y dio la existencia a toda la humanidad, hombres y mujeres. Al apartarse éstos de Dios por su mal obrar, éste dispuso que su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios, se hiciese hombre y entregara su vida por nosotros en la Cruz para devolvernos a la vida de gracia en Dios, para ser redimidos y salvados, alcanzando en Cristo el perdón de los pecados, la victoria sobre la muerte y la vida eterna con El en el cielo. Dios quería ofrecer un camino a toda la humanidad, incapaz de encontrar por sí sola la salida de esta situación y superar el drama de la muerte humana. Y este camino llegó para todos nosotros, con la colaboración de María, en Jesucristo, nuestro Dios, salvador y redentor.

 La elección de María se sitúa, efectivamente, dentro del plan de salvación que Dios Padre había pensado antes de la creación del mundo, para otorgar en Jesucristo toda clase de bendiciones espirituales a favor de la humanidad entera creada a imagen y semejanza suya. Y María respondió positiva y generosamente a la llamada y elección divina para que fuese la Madre del Hijo de Dios. Esta fue su respuesta: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra”.Y Dios la llenó de su gracia y de su amor: “Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo”. Y María correspondió a la petición del Señor, a este don tan particular, con una vida de fe confiada, con la máxima apertura de corazón y con una respuesta libre y generosa que implicó toda su existencia. 

Gracias, Virgen María, Ntra. Sra. de Los Llanos, por poder experimentar tu ternura y cariño de madre. Gracias porque nos escuchas y ayudas en los momentos difíciles y dolorosos de nuestra vida. Gracias porque hemos sentido tu presencia de madre a lo largo de este año en nuestras familias, en las actividades apostólicas, en nuestros trabajos y profesiones y en las relaciones con la gente con quienes nos relacionamos diariamente.

Danos tu ayuda para saber ayudarnos los unos a los otros como buenos hermanos y a vivir como cristianos, como hijos de Dios e hijos tuyos. Sabemos que esta es la mayor alegría de una madre, como tu María: ver que sus hijos se quieren, se ayudan y viven muy cerca de Dios.