+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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17 de abril de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]oy celebramos una Eucaristía muy especial, la de la Solemnidad del Jueves Santo y el Día del Amor Fraterno. Cáritas se hace presente en esta celebración para recordarnos las necesidades de nuestros hermanos más necesitados. Jesucristo hoy instituye la Eucaristía, el Sacerdocio y, a la vez, nos ofrece un signo de amor fraterno: lavar los pies a los discípulos, un trabajo propio de los siervos, no del amo. Todos estos gestos del Jueves Santo están íntimamente unidos. Tanto es así que terminan con una misma recomendación por parte de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis con los demás” (Jn 13,15).

El Lavatorio de los pies, según nos ha narrado en evangelista San Juan, se produce durante la cena de Pascua, y fue durante esta celebración cuando Jesús nos dejó otra prueba de su amor, el regalo sublime de su presencia real y total en el Pan y en el Vino consagrados: el sacramento de la Eucaristía. Ésta fue la primera Misa de la historia y su relato uno de los textos más antiguos de los Evangelios.

Mientras celebraba la Última Cena, Jesús se levanta de la mesa, se ciñe una toalla y empieza a lavar los pies de sus discípulos. En el pueblo judío solo los esclavos lavaban los pies al resto de las personas. Era un trabajo propio de los siervos. Y Jesús los dignifica con su gesto. Cuando Jesús, anudándose una toalla a la cintura, decide lavar los pies a sus discípulos sabe lo que hace: se convierte en siervo, en servidor de sus apóstoles y de todos nosotros. Por eso Pedro se escandaliza de momento. Comprende perfectamente el gesto y con su habitual sinceridad se opone a que Jesús, su Maestro, le lave los pies a él. Jesús, entonces, le explica que es una condición necesaria e imprescindible para formar parte de sus amigos, para ser su discípulo. Pedro, finalmente acepta que Jesús le lave los pies. Y Jesús acaba explicándoles su gesto a todos con una gran catequesis sobre el servicio, como una actitud fundamental de sus seguidores. Jesús nos muestra el camino para que sus discípulos hagamos lo mismo con las personas que nos encontramos en la vida o se encuentran entre nosotros.

En el servicio a los demás, especialmente a los más pobres, enfermos, ancianos y necesitados, podemos encontrarnos con Jesús y descubrir ese camino de felicidad que nos propone en su Evangelio. “Lo que hacéis a uno de estos, mis hermanos más necesitados, a Mí me lo hacéis” (Mt 25,31-46). Lavar los pies, servir humildemente a los demás, es una actitud fundamental del seguidor de Jesús, es hacer de la vida un servicio de amor a los hermanos. “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27), dirá Jesús. Haced vosotros lo mismo. Con el gesto del Lavatorio de los pies, Jesús muestra a sus discípulos que ha venido a servir y no a ser servido, que está dispuesto a dar la vida por todos.

La celebración de la Santa Misa, de la Eucaristía, tiene un claro mensaje de amor y de servicio. El amor construye la fraternidad. Donde hay amor hay fraternidad, hay servicio. El pan de la eucaristía es un pan partido y compartido. La fracción del pan tiene significado sacramental y eucarístico en cuanto que tiene como expresión externa compartir el sacrificio de Cristo, la entrega de Cristo por amor en la Cruz, con todos los que formamos su Cuerpo. Es un pan partido y compartido, es el pan del cuerpo entregado de Cristo, del que todos los cristianos, en la Iglesia, formamos parte.

La eucaristía es memorial de Cristo crucificado, recordándonos que hemos sido redimidos por la entrega de la vida de una persona, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, que aceptó morir en la cruz para llevar a cabo la misión que el Padre Dios le había encomendado. A la vez, y junto a Cristo crucificado, en la Eucaristía celebramos la memoria de un Cristo vivo, resucitado. La plegaria central de la eucaristía es una plegaria de acción de gracias y de alabanza al Padre por el gran don de su Hijo Jesús.

San Agustín llama a la Eucaristía: sacramento de amor, símbolo de unidad, vínculo de caridad. Ante la Eucaristía, el cristiano, el seguidor de Jesucristo, por medio de la fe, puede adentrarse poco a poco en el misterio de la profundidad e intensidad del amor de Cristo, puesto que ese amor es responsable de la Encarnación, de la Cruz, de la Iglesia y de los Sacramentos. “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

El relato de la institución de la Eucaristía y del Lavatorio de los pies acaban con una exhortación, con el mandato de Jesús a los Apóstoles de repetir los hechos y gestos que acababa de realizar: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15). Y añade, refiriéndose a la Eucaristía, al Lavatorio de los pies,  al amor de caridad  y al servicio humilde a los demás: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). Por eso la caridad y el amor al prójimo no es algo añadido a la Eucaristía. Es más bien algo que está en la esencia misma de ella.

Para el evangelista San Juan la “Eucaristía” (cuya institución da por suficientemente conocida al escribir su Evangelio) y “el Lavatorio de los pies” son dos gestos que tienen un manantial, un fuego, una luz común, pues quieren expresar una misma realidad, son complementarios e, incluso intercambiables: amor de Dios y caridad hacia el prójimo. “La entrega de la vida”, tanto en Jesucristo como en nosotros los cristianos, se expresa por la Eucaristía y por el Lavatorio de los pies.

¿Queremos ser discípulos de Jesús? Pues hagamos lo que Él nos ha dicho. Celebremos la Eucaristía en su memoria. Recibamos su cuerpo y su sangre como alimento y luego vivamos la caridad, el servicio a los más necesitados, lavémonos los pies los unos a los otros, amándonos como Dios nos ha amado.

Que el alimento del Pan eucarístico nos haga fuertes para ponernos al servicio de todos como lo estuvo Jesús. Gracias Señor por los regalos de la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento nuevo del amor: Amor a Dios y de Dios y caridad hacia el prójimo.