+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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15 de octubre de 2019
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a Resurrección de Jesucristo y el acontecimiento de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los discípulos de Jesús, según el Maestro se lo había prometido, marcó la naturaleza y el ser de la Iglesia: “Evangelizar”. Jesús funda la Iglesia para evangelizar y da este mandato a todos los cristianos: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt. 28, 19-20). Enseñanza y educación van íntimamente unidos en la mente, el corazón y el buen hacer de un Maestro cristiano. Conocimientos y formación integral de la persona van íntimamente unidos.
Vosotros como maestros y educadores católicos, llamados por Dios para realizar esta tarea evangelizadora en nombre de la Iglesia, tenéis esta dicha y esta responsabilidad: formar y educar, configurar hombres y mujeres como personas útiles a la sociedad en que vivimos y en la Iglesia a la que pertenecemos desde nuestro Bautismo, y en nombre de la cual realizáis esta importante misión.
Los Apóstoles, nuestros predecesores en esta importante y esencial tarea comenzaron a hacer realidad el mandato del Señor y a dar testimonio de lo que habían visto y oído, a predicar en el nombre de Jesús. Lo que predicaban y atestiguaban no eran teorías abstractas, sino hechos salvíficos y experiencias de las que ellos habían sido testigos, habían vivido. Para el profesor católico no basta con tener conocimientos de la materia y métodos adecuados, sino que lo prioritario, como lo fue para los apóstoles, es ser testigos, tener conocimiento y experiencia de la presencia, la acción y la cercanía de Dios en nuestras vidas. Es una condición indispensable para ser buenos evangelizadores, buenos maestros, educadores, catequistas y enseñantes cristianos.
Con estas palabras nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado. Todos participan activa y corresponsablemente (…) en la única misión de Cristo y de la Iglesia”. En la tarea educativa todos somos importantes: obispos y sacerdotes, educadores en la fe, profesores, familias, maestros, acompañantes, colegios, institutos, … etc.
La Iglesia ha considerado siempre la educación como un medio decisivo de crecimiento personal para la vida del hombre y para el progreso de la sociedad. El Concilio Vaticano II, en la Declaración “Gravissimum Educationis”, lo reconoció expresamente en su proemio: “El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo”.
La iglesia siempre ha considerado la tarea educativa y de enseñanza como una prioridad en el ámbito de su misión evangelizadora. La enseñanza aporta conocimientos en diversidad de materias y aspectos. La educación trata de formar a la persona, de hacerla madurar como tal, tiende en positivo a construir su personalidad genuina como seres humanos, hombres y mujeres, y como cristianos. La misión fundamental de la tarea educativa que impulsa la Iglesia tiende a modelar y hacer surgir lo mejor que hay en cada uno de nosotros. “Educere”, educar, es sacar, llevar hacia fuera, conducir hacia… la madurez, el conocimiento progresivo y equilibrado de la verdad de la propia persona, de su Creador, y de los demás, tanto en el ámbito de la formación humana, como de la cristiana.
Recordamos también, a la luz de la Declaración conciliar “Gravissimum educationis”el derecho universal a la educación: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz” (GE, 1).
La Educación es expresión del compromiso evangelizador cristiano. Así lo recuerda también el Decreto conciliar: Apostar por la educación es apostar por un cambio en el mundo y en las personas. Y ésto hay que hacerlo juntos, convencidos, con identidad cristiana, no dejándonos robar la esperanza y buscar siempre el bien común. Es preciso encontrar métodos aptos de educación integral que ayuden a los maestros y formadores a educar convenientemente a los niños y jóvenes.
Y dice también el Decreto conciliar: “La educación corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los pueblos a promover la perfección integral de la persona humana, para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente nuestro mundo” (GE, 3).
Que el Señor que nos ayude a vivir con entusiasmo creciente la vocación que nos ha regalado y el tiempo temporal en que nos ha tocado vivir, de manera que todos los maestros y educadores cristianos afrontemos la vida y la misión a realizar con espíritu misionero, apoyados en Jesucristo y en su Evangelio y fortalecidos y guiados por el Espíritu Santo.